sábado, 4 de octubre de 2014

Ser artesano en Veracruz, en el Siglo XXI

(Publicado en la revista Centenarios. Revoluciones Sociales en Veracruz. Xalapa, Ver.,  Año III, Número 13, noviembre-diciembre de 2009, pp. 16-19).

Ser artesano en Veracruz, en el siglo XXI
por Óscar Hernández Beltrán.

Si estamos de acuerdo en que artesano es quien elabora objetos, principalmente utilitarios, de manera manual, con apego a diseños y técnicas tradicionales y con materias primas que obtiene en su medio ambiente y que él mismo procesa, tendríamos también que convenir que estamos ante un oficio en peligro de extinción. Cuatro son los factores que están convirtiendo el oficio artesanal en una actividad en riesgo: el deterioro del medio ambiente, la pobreza del diálogo intercultural, la liberalización de nuestra economía y  la indiferencia de los mercados del diseño.
            Como puede advertirse, ninguno de estos factores es responsabilidad de los artesanos. Ellos cumplen (siempre lo han hecho) con aportar sus cuotas generosas de creatividad, tesón y apego a su idiosincrasia. Pero nada pueden hacer ante la contaminación, el colonialismo, la invasión de mercadería de origen asiático y los monopolios de la creatividad industrial.
Artesanías y medio ambiente.
El deterioro del  medio ambiente está afectando a la materia prima con la que se elaboran las artesanías: los bancos de barro se contaminan con las aguas negras de los desechos industriales; la palma, el bejuco y otras fibras útiles para la elaboración de la cestería se están extinguiendo ante la devastación de las tierras para uso de la ganadería; los árboles maderables se acaban ante la tala irregular o, también, por el crecimiento de la ganadería, etc.
            El hecho es que los artesanos se ven obligados a caminar distancias cada vez más largas para hacerse de sus materias primas, a comprarlas con intermediarios a precios que terminan haciendo incosteable su producción artesanal o a sustituirlas con materiales artificiales que, por lo general, empobrecen la calidad de sus productos. Ante este panorama, resulta urgente que el tema de la producción artesanal se incorpore en la agenda de los ecologistas. Es necesario que las instituciones académicas y gubernamentales  colaboren con los artesanos en la búsqueda de soluciones a estos problemas. Se debe fomentar el cultivo de especies animales o vegetales de uso artesanal cuando la naturaleza lo permita; buscar especies comunes que sustituyan las que actualmente se aprovechan y, claro, tratar de disminuir o modificar las prácticas depredadoras. En Veracruz, algunas instituciones académicas como el Centro de Investigaciones Tropicales de la Universidad Veracruzana se han empezado a ocupar del problema, pero hace falta mucho más. Todavía estamos a tiempo.
El diálogo fracturado
Ahora, más que nunca, el destino del mercado de las artesanías se encuentra en manos de los consumidores. El problema para los creadores de arte popular es que sus consumidores locales han comenzado a darles la espalda y gran parte de los consumidores urbanos prefieren ignorarlos.
 La mayoría de los habitantes de las comunidades indígenas optan hoy en día, por ejemplo, por adquirir y utilizar cacharros de plástico, peltre o aluminio y no las ollas, comales o jarros de barro que elaboran los artesanos de su comunidad. El uso de los productos de la alfarería tradicional se ha restringido en dichas comunidades a las prácticas rituales, como la utilización de sahumerios en ceremonias de días de muertos. Otro ejemplo serían las blusas tradicionales y, en general, las prendas de la indumentaria indígena, que sólo son portadas por las personas mayores. Los jóvenes prefieren utilizar ropa de origen industrial, a la moda.
Dadas estas circunstancias, los centros urbanos se presentan ante los artesanos como el mercado alternativo. Pero, para acceder a estas oportunidades de venta que, en efecto, tienen bastante potencial, los creadores populares deben vencer cuatro obstáculos fundamentales: el funcionamiento ineficaz de los circuitos alternos de circulación y consumo; la confusión que produce en los mercados la presencia de las manualidades, la poca empatía entre los diseños tradicionales y los usos citadinos y, lo más grave, la indiferencia de los consumidores de las urbes.
Por lo regular, el traslado de las artesanías de los centros productores, en su mayoría rurales, a los mercados urbanos, es efectuado por mediadores que lucran desmedidamente con el trabajo artesanal, mediante la conocida práctica de comprar barato y vender caro. El gobierno estatal impulsa el comercio justo de las artesanías veracruzanas mediante organismos como el COVAP y otros. Sus esfuerzos han rendido resultados importantes, pero el problema subsiste. La solución sería que los artesanos tomaran el control de sus mercados potenciales, como antes tenían el de los locales, pero para eso hacen falta capacitación y una legislación más amistosa con la actividad artesanal.
El mercado de las manualidades, legítimo, como casi todos, tiene un feo defecto: usurpa la identidad de los artesanos. Por todos lados encontramos locales que anuncian “artesanías” cuando, en realidad, lo que ofrecen son manualidades. Es decir, productos que no están ligados a la tradición y que son elaborados con materia primas industriales, con moldes y sin la más mínima creatividad. Los artesanos verdaderos no tienen ninguna oportunidad de reivindicar la propiedad del término que debería designarlos sólo a ellos, porque se trata de un vocablo común. Ante ello, es necesario impulsar una campaña que aclare al público quienes son los verdaderos artesanos. La confusión que resulta de la situación actual daña al proceso de circulación de las verdaderas artesanías.
Cuando los productores artesanales consiguen llegar por fin a las ciudades se encuentran con un nuevo problema: sus productos no empatan con los usos cotidianos de la vida urbana. Dos fenómenos han ocurrido. Uno bueno y otro malo: el bueno es que muchos de los consumidores de  las zonas urbanas se las han ingeniado para adaptar las piezas artesanales de origen rural a su entorno citadino, dando un uso decorativo a los artículos utilitarios. Así, los rebozos se convierten en caminos de mesa, las máscaras pierden su uso ritual para pasar a decorar paredes y los canastos se transforman en revisteros. El fenómeno malo es que el resto del público urbano decide que las piezas artesanales son “cosas de indios” y no compran nada. El necesario diálogo cultural, tan urgente entre nosotros para que nuestra riqueza cultura no disminuya, para que nuestra diversidad creativa no sólo quede intacta, sino que se enriquezca cada día, queda roto. Los otros, que también somos nosotros, pues todos cargamos con la impronta de la multiculturalidad, quedan separados, víctimas de nuestra indiferencia.
La China se avecina
Para acabarla de amolar, el mercado mexicano de objetos utilitarios y decorativos ha sido avasallado por los artículos orientales. Los consumidores pueden adquirir en los supermercados y en las tiendas de “a dólar” una infinidad de artículos de este tipo, de baja calidad e idéntico precio. Ante esa invasión, los artesanos no pueden competir: una canasta de bejuco, elaborada por nuestros artesanos mediante un proceso que incluye la recolección de la materia prima en el campo, su cuidadoso procesamiento y una esmerada elaboración, hecha totalmente a mano, aspira con justicia a ser vendida en un precio equivalente a tres dólares. La pieza que procede de oriente, aparentemente igual, pero de menor calidad, se ofrece en un dólar. El consumidor la prefiere. La economía es la economía y ante ella no valen los nacionalismos. Para competir, los artesanos veracruzanos deben hacer valer los valores agregados de su producto: la hechura a mano y el apego a los diseños tradicionales. Esos elementos deberían bastar, pero no resultan suficientes.
            Ante esta situación, solamente la aparición de un comprador solidario, que apoye la política del precio justo y comprenda la importancia de apoyar la producción artesanal local puede cifrar las esperanzas de salvación. Contrariamente a lo que podría pensarse, ese consumidor existe. La experiencia de las tiendas del COVAP en Xalapa y Veracruz lo confirma. Se debe procurar su multiplicación, mediante campañas de difusión que eviten la confusión de los consumidores, asediados como están por las manualidades y las importaciones.
Los diseñadores al rescate
Los artesanos veracruzanos requieren el apoyo de todo mundo. Especialmente de los académicos. Entre los profesionistas que podrían ayudar decididamente destacan los diseñadores. Es evidente que hace falta enriquecer y diversificar la oferta del arte popular, de tal suerte que empate con los gustos y las necesidades de los consumidores urbanos.
Es el caso, sin embargo, que resulta necesario efectuar dicha conexión sin alterar ni las técnicas, ni los diseños  tradicionales. Hacerlo de otra manera significaría empobrecer nuestra diversidad creativa y, con ello nuestra riqueza cultural. Se deben diseñar objetos que, siendo útiles para la población urbana, conserven los sellos distintivos de los grupos que los crean. Los diseñadores industriales formados en las universidades podrían hacer esa tarea, pues conocen los gustos y las necesidades del público citadino y poseen los conocimientos necesarios para ayudar a resolver los problemas que la situación plantea.
Debe reconocerse que lo han intentado. Varios de ellos se han acercado  a las comunidades y, casi siempre de buena fe, les han ofrecido el valioso apoyo de su educación y su creatividad.  Con frecuencia ocurre, sin embargo, que los productos resultantes carecen de sustentabilidad: sea porque las materias primas utilizadas son inaccesibles para los artesanos, sea porque las piezas diseñadas están dirigidas a públicos a los que ni el diseñador ni las comunidades tiene acceso, sea, simplemente, que el resultado nos es bueno, ni como pieza utilitaria ni como pieza decorativa. Lo anterior significa, únicamente, que se debe insistir para que la conexión resulte. Las entidades públicas de impulso al desarrollo artesanal juegan en este proceso una función decisiva: ellas son las encargadas de promover el diálogo creativo entre los diseñadores profesionales, los artesanos y el gran público. Los programas establecidos que se orientan hacia tales propósitos deben continuar y, si es necesario, deben rectificarse, a fin de procurar el logro de sus objetivos.
En resumen, lo que está en riesgo no es la creatividad de los artesanos, sino las plataformas sobre las que operan. El arte popular subsistirá, sin duda alguna. La tradición no es estática, es dinámica. Mientras los universos simbólicos de las comunidades artesanales pervivan, a pesar o precisamente por su constante movimiento, los juguetes, las vasijas, las prendas de vestir, los cestos y tantas otras maravillas de la creatividad popular seguirán existiendo.
A ello puede contribuir, además, la capacidad de adaptación que los artesanos han demostrado ante los cambios consumados en el nuevo siglo. Véase,  si no, el caso de los lauderos artesanales de las tradiciones jarocha y huasteca.  Cuando parecía que su oficio estaba por terminar, se vio súbitamente fortalecido por el resurgimiento del son tradicional, que ahora se difunde tanto en zonas rurales como urbanas, dentro y fuera de nuestro estado y nuestro país. Ante ello, los lauderos han sabido adaptarse, y ahora es posible encontrar en la Internet  no sólo oferta de jaranas,  leonas y huapangueras, sino, incluso, cursos de laudería tradicional en línea.

De lo anterior resulta que, en todo caso, de nosotros depende que la calidad de vida de quienes producen el arte popular se dignifique o se deteriore. El problema no radica en la subsistencia del arte popular, sino en nuestra capacidad de  y disfrutarlo.