(Publicado en la revista Centenarios. Revoluciones Sociales en Veracruz. Xalapa, Ver., Año III, Número 13, noviembre-diciembre de 2009, pp. 16-19).
Ser artesano en
Veracruz, en el siglo XXI
por Óscar Hernández
Beltrán.
Si estamos de
acuerdo en que artesano es quien elabora objetos, principalmente utilitarios,
de manera manual, con apego a diseños y técnicas tradicionales y con materias
primas que obtiene en su medio ambiente y que él mismo procesa, tendríamos
también que convenir que estamos ante un oficio en peligro de extinción. Cuatro
son los factores que están convirtiendo el oficio artesanal en una actividad en
riesgo: el deterioro del medio ambiente, la pobreza del diálogo intercultural,
la liberalización de nuestra economía y
la indiferencia de los mercados del diseño.
Como puede advertirse, ninguno de
estos factores es responsabilidad de los artesanos. Ellos cumplen (siempre lo
han hecho) con aportar sus cuotas generosas de creatividad, tesón y apego a su
idiosincrasia. Pero nada pueden hacer ante la contaminación, el colonialismo,
la invasión de mercadería de origen asiático y los monopolios de la creatividad
industrial.
Artesanías y medio ambiente.
El deterioro
del medio ambiente está afectando a la
materia prima con la que se elaboran las artesanías: los bancos de barro se
contaminan con las aguas negras de los desechos industriales; la palma, el
bejuco y otras fibras útiles para la elaboración de la cestería se están
extinguiendo ante la devastación de las tierras para uso de la ganadería; los
árboles maderables se acaban ante la tala irregular o, también, por el
crecimiento de la ganadería, etc.
El hecho es que los artesanos se ven
obligados a caminar distancias cada vez más largas para hacerse de sus materias
primas, a comprarlas con intermediarios a precios que terminan haciendo
incosteable su producción artesanal o a sustituirlas con materiales
artificiales que, por lo general, empobrecen la calidad de sus productos. Ante
este panorama, resulta urgente que el tema de la producción artesanal se
incorpore en la agenda de los ecologistas. Es necesario que las instituciones
académicas y gubernamentales colaboren
con los artesanos en la búsqueda de soluciones a estos problemas. Se debe
fomentar el cultivo de especies animales o vegetales de uso artesanal cuando la
naturaleza lo permita; buscar especies comunes que sustituyan las que
actualmente se aprovechan y, claro, tratar de disminuir o modificar las
prácticas depredadoras. En Veracruz, algunas instituciones académicas como el
Centro de Investigaciones Tropicales de la Universidad Veracruzana se han
empezado a ocupar del problema, pero hace falta mucho más. Todavía estamos a
tiempo.
El diálogo fracturado
Ahora, más que
nunca, el destino del mercado de las artesanías se encuentra en manos de los
consumidores. El problema para los creadores de arte popular es que sus
consumidores locales han comenzado a darles la espalda y gran parte de los
consumidores urbanos prefieren ignorarlos.
La mayoría de los habitantes de
las comunidades indígenas optan hoy en día, por ejemplo, por adquirir y
utilizar cacharros de plástico, peltre o aluminio y no las ollas, comales o
jarros de barro que elaboran los artesanos de su comunidad. El uso de los
productos de la alfarería tradicional se ha restringido en dichas comunidades a
las prácticas rituales, como la utilización de sahumerios en ceremonias de días
de muertos. Otro ejemplo serían las blusas tradicionales y, en general, las
prendas de la indumentaria indígena, que sólo son portadas por las personas
mayores. Los jóvenes prefieren utilizar ropa de origen industrial, a la moda.
Dadas estas circunstancias, los centros urbanos se presentan ante los
artesanos como el mercado alternativo. Pero, para acceder a estas oportunidades
de venta que, en efecto, tienen bastante potencial, los creadores populares
deben vencer cuatro obstáculos fundamentales: el funcionamiento ineficaz de los
circuitos alternos de circulación y consumo; la confusión que produce en los
mercados la presencia de las manualidades, la poca empatía entre los diseños
tradicionales y los usos citadinos y, lo más grave, la indiferencia de los
consumidores de las urbes.
Por lo regular, el traslado de las artesanías de los centros productores,
en su mayoría rurales, a los mercados urbanos, es efectuado por mediadores que
lucran desmedidamente con el trabajo artesanal, mediante la conocida práctica
de comprar barato y vender caro. El gobierno estatal impulsa el comercio justo
de las artesanías veracruzanas mediante organismos como el COVAP y otros. Sus
esfuerzos han rendido resultados importantes, pero el problema subsiste. La
solución sería que los artesanos tomaran el control de sus mercados potenciales,
como antes tenían el de los locales, pero para eso hacen falta capacitación y
una legislación más amistosa con la actividad artesanal.
El mercado de las manualidades, legítimo, como casi todos, tiene un feo
defecto: usurpa la identidad de los artesanos. Por todos lados encontramos
locales que anuncian “artesanías” cuando, en realidad, lo que ofrecen son
manualidades. Es decir, productos que no están ligados a la tradición y que son
elaborados con materia primas industriales, con moldes y sin la más mínima
creatividad. Los artesanos verdaderos no tienen ninguna oportunidad de
reivindicar la propiedad del término que debería designarlos sólo a ellos,
porque se trata de un vocablo común. Ante ello, es necesario impulsar una
campaña que aclare al público quienes son los verdaderos artesanos. La
confusión que resulta de la situación actual daña al proceso de circulación de
las verdaderas artesanías.
Cuando los productores artesanales consiguen llegar por fin a las
ciudades se encuentran con un nuevo problema: sus productos no empatan con los
usos cotidianos de la vida urbana. Dos fenómenos han ocurrido. Uno bueno y otro
malo: el bueno es que muchos de los consumidores de las zonas urbanas se las han ingeniado para
adaptar las piezas artesanales de origen rural a su entorno citadino, dando un
uso decorativo a los artículos utilitarios. Así, los rebozos se convierten en
caminos de mesa, las máscaras pierden su uso ritual para pasar a decorar
paredes y los canastos se transforman en revisteros. El fenómeno malo es que el
resto del público urbano decide que las piezas artesanales son “cosas de
indios” y no compran nada. El necesario diálogo cultural, tan urgente entre
nosotros para que nuestra riqueza cultura no disminuya, para que nuestra
diversidad creativa no sólo quede intacta, sino que se enriquezca cada día,
queda roto. Los otros, que también somos nosotros, pues todos cargamos con la
impronta de la multiculturalidad, quedan separados, víctimas de nuestra
indiferencia.
La China se avecina
Para acabarla de
amolar, el mercado mexicano de objetos utilitarios y decorativos ha sido
avasallado por los artículos orientales. Los consumidores pueden adquirir en
los supermercados y en las tiendas de “a dólar” una infinidad de artículos de
este tipo, de baja calidad e idéntico precio. Ante esa invasión, los artesanos
no pueden competir: una canasta de bejuco, elaborada por nuestros artesanos mediante
un proceso que incluye la recolección de la materia prima en el campo, su
cuidadoso procesamiento y una esmerada elaboración, hecha totalmente a mano, aspira
con justicia a ser vendida en un precio equivalente a tres dólares. La pieza que
procede de oriente, aparentemente igual, pero de menor calidad, se ofrece en un
dólar. El consumidor la prefiere. La economía es la economía y ante ella no
valen los nacionalismos. Para competir, los artesanos veracruzanos deben hacer
valer los valores agregados de su producto: la hechura a mano y el apego a los
diseños tradicionales. Esos elementos deberían bastar, pero no resultan
suficientes.
Ante esta situación, solamente la
aparición de un comprador solidario, que apoye la política del precio justo y
comprenda la importancia de apoyar la producción artesanal local puede cifrar
las esperanzas de salvación. Contrariamente a lo que podría pensarse, ese
consumidor existe. La experiencia de las tiendas del COVAP en Xalapa y Veracruz
lo confirma. Se debe procurar su multiplicación, mediante campañas de difusión
que eviten la confusión de los consumidores, asediados como están por las
manualidades y las importaciones.
Los diseñadores al rescate
Los artesanos
veracruzanos requieren el apoyo de todo mundo. Especialmente de los académicos.
Entre los profesionistas que podrían ayudar decididamente destacan los
diseñadores. Es evidente que hace falta enriquecer y diversificar la oferta del
arte popular, de tal suerte que empate con los gustos y las necesidades de los
consumidores urbanos.
Es el caso, sin embargo, que resulta necesario efectuar dicha conexión
sin alterar ni las técnicas, ni los diseños
tradicionales. Hacerlo de otra manera significaría empobrecer nuestra
diversidad creativa y, con ello nuestra riqueza cultural. Se deben diseñar
objetos que, siendo útiles para la población urbana, conserven los sellos
distintivos de los grupos que los crean. Los diseñadores industriales formados
en las universidades podrían hacer esa tarea, pues conocen los gustos y las
necesidades del público citadino y poseen los conocimientos necesarios para
ayudar a resolver los problemas que la situación plantea.
Debe reconocerse que lo han intentado. Varios de ellos se han
acercado a las comunidades y, casi siempre
de buena fe, les han ofrecido el valioso apoyo de su educación y su
creatividad. Con frecuencia ocurre, sin
embargo, que los productos resultantes carecen de sustentabilidad: sea porque
las materias primas utilizadas son inaccesibles para los artesanos, sea porque
las piezas diseñadas están dirigidas a públicos a los que ni el diseñador ni
las comunidades tiene acceso, sea, simplemente, que el resultado nos es bueno,
ni como pieza utilitaria ni como pieza decorativa. Lo anterior significa,
únicamente, que se debe insistir para que la conexión resulte. Las entidades
públicas de impulso al desarrollo artesanal juegan en este proceso una función
decisiva: ellas son las encargadas de promover el diálogo creativo entre los
diseñadores profesionales, los artesanos y el gran público. Los programas
establecidos que se orientan hacia tales propósitos deben continuar y, si es
necesario, deben rectificarse, a fin de procurar el logro de sus objetivos.
En resumen, lo que está en riesgo no es
la creatividad de los artesanos, sino las plataformas sobre las que operan. El
arte popular subsistirá, sin duda alguna. La tradición no es estática, es
dinámica. Mientras los universos simbólicos de las comunidades artesanales
pervivan, a pesar o precisamente por su constante movimiento, los juguetes, las
vasijas, las prendas de vestir, los cestos y tantas otras maravillas de la
creatividad popular seguirán existiendo.
A ello puede contribuir, además, la capacidad de adaptación que los
artesanos han demostrado ante los cambios consumados en el nuevo siglo.
Véase, si no, el caso de los lauderos
artesanales de las tradiciones jarocha y huasteca. Cuando parecía que su oficio estaba por
terminar, se vio súbitamente fortalecido por el resurgimiento del son
tradicional, que ahora se difunde tanto en zonas rurales como urbanas, dentro y
fuera de nuestro estado y nuestro país. Ante ello, los lauderos han sabido
adaptarse, y ahora es posible encontrar en la Internet no sólo oferta de jaranas, leonas y huapangueras, sino, incluso, cursos
de laudería tradicional en línea.
De lo anterior resulta que, en todo caso, de nosotros depende que la
calidad de vida de quienes producen el arte popular se dignifique o se
deteriore. El problema no radica en la subsistencia del arte popular, sino en
nuestra capacidad de y disfrutarlo.
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