domingo, 4 de diciembre de 2016

Monumento a Salvador Díaz Mirón en Veracruz: imaginario colectivo y discurso oficial.

(Texto presentado en el curso "Arte y Espacio Público" de la Universidad de Chile)

Monumento a Salvador Diaz Mirón en Veracruz: imaginario colectivo  y discurso oficial.
por Óscar Hernández Beltrán

Si bien es cierto que algunos monumentos públicos son percibidos por los habitantes de las ciudades  como lugares  de veneración impuesta por el discurso del poder, también lo es que, en ocasiones, las estatuas de los hombres ilustres son adoptadas por la población como espacios de cercanía y cohesión social; como monumentos que producen una gran empatía y escenarios de prácticas que generan identidad y se convierten en rituales que, tal vez, no están nunca cabalmente estructurados, pero terminan por convertirse en tradiciones populares locales.
                Tal es el caso en mi Ciudad, Veracruz, México, con la estatua del poeta Salvador Díaz Mirón. Pocas cosas sirven para explicar la notable popularidad de don Salvador entre la gente de Veracruz: su poesía es refinada y clasicista; sus convicciones políticas fueron profundamente reaccionarias. No obstante, el pueblo conoce y repite sus versos, sus poemas aparecen en todas las antologías disponibles de gran circulación y no hay reunión familiar y social sin que un espontáneo recite alguno de sus poemas que, en efecto, son reconocidos por la crítica mexicana e hispanoamericana como grandes aportes a la literatura nacional.
                Una de las más extensas avenidas de Veracruz lleva su nombre. En el año de 1955, en una glorieta construida sobre dicha vía, fue colocada una estatua del poeta, obra del escultor de renombre nacional, Juan F. Olaguibel. La obra presenta al poeta, imponente, con la mano izquierda en el pecho y alzando el brazo derecho, con el dedo índice apuntando hacia el horizonte.        
                Pronto, la glorieta se transformó en un lugar de tertulias peculiares, ya que devino en un espacio en el que los juerguistas nocturnos se reunían para terminar su parranda. La glorieta amanecía con frecuencia luciendo botellas de licor vacías alrededor del monumento y, en una ocasión que todos en la ciudad recuerdan, la estatua apareció modificada, ya que alguna mano anónima había atado una cuerda del dedo índice del poeta, al final de la cual pendía un enorme yo-yo de madera. Los periódicos locales escandalizaron con el hecho. La gente, en la calle, lo celebró sin tapujos.
               En fechas recientes, el idilio entre la sociedad veracruzana y el monumento a Don Salvador Díaz Mirón fue interrumpido por el gobierno de la ciudad. En 2009, con el pretexto de mejorar la vialidad de la avenida, el monumento a Don Salvador Díaz Mirón fue reubicado. La glorieta que lo albergaba fue destruida, junto con un conjunto escultórico que decoraba su base. La estatua fue confinada al camellón de la avenida, con lo que la posibilidad de que grupos de personas pudieran reunirse a su alrededor fue también cancelada. De nada sirvieron las protestas populares ya que las cámaras de comercio de la Ciudad, interesadas en facilitar el tráfico vehicular hacia los establecimientos turísticos ubicados en el Centro Histórico, apoyaron la medida.
                Otro signo ominoso ocurrió cuando la estatua fue pintada de color rojizo por instrucciones de la autoridad municipal, como una manera de congraciarse con el gobernante estatal en turno, cuyo partido se identifica con ese color. Las protestas no se hicieron esperar y la pintura sobrepuesta al bronce fue retirada.
                Estamos, sin duda, ante un caso en el que el autoritarismo local contraviene la percepción popular de un lugar e impone su visión desarrollista, sin mayor respeto hacia las expectativas de la población que habita la Ciudad que gobierna y a la que debería servir. Mala señal para una sociedad como la mexicana, que ha demostrado, de manera constante, su deseo de construir una convivencia democrática.