domingo, 5 de noviembre de 2017

Mono Blanco y el Son Jarocho

(Texto incluido en el programa de mano del concierto conmemorativo de los cuarenta años de Mono Blanco, efectuado en el Palacio de Bellas Artes el lunes 30 de octubre de 2017).

Mono Blanco y el Son Jarocho
por Óscar Hernández Beltrán
I
El Son Jarocho es una manifestación cultural compleja. Su interpretación cabal supone la concurrencia de, cuando menos, tres habilidades: la ejecución de instrumentos musicales, el baile zapateado en una tarima y la expresión cantada de una lírica tradicional. A finales de la década de los años setenta del siglo pasado la difusión del Son jarocho se había empobrecido notablemente: del enorme repertorio de sones se remachaba incesantemente apenas media docena; las coreografías tradicionales habían sido sustituidas por otras, de falso brillo, y la extensa lírica tradicional se reducía a la entonación de un puñado de versos, falazmente ingeniosos. La aparición de Mono Blanco transformó radicalmente esa situación.
                La operación ejecutada por Mono Blanco para poner de cabeza la situación arriba descrita resulta, en retrospectiva, inverosímilmente sencilla: el grupo tornó a las fuentes originarias del Son Jarocho y, con las insólitas prendas de la humildad y la sorpresa, repuso, en fandangos, presentaciones y grabaciones ahora legendarios, el repertorio, la ejecución y, sobre todo, el espíritu de convivencia que rige al Son; sus formas estar en el mundo. Gracias a su inteligente actitud de respeto hacia los portadores de la cultura tradicional jarocha y sus costumbres, Mono Blanco consiguió insertar la música tradicional del Sotavento en las cadenas alternas del consumo cultural mexicano e incitar la participación de jóvenes universitarios y público general en lo que pronto se denominaría “movimiento jaranero”.
                Como todos los fenómenos sociales relevantes, el movimiento jaranero tiene orígenes imprecisos y varios padres putativos. Nadie niega, no obstante, que Mono Blanco fue un factor determinante en la constitución de la ahora irrefrenable propensión a estudiar, practicar y difundir el Son jarocho,  tendencia que se observa no sólo en la región del Sotavento, sino en numerosos estados de la República, los Estados Unidos y varios países de Sudamérica y Europa.
                Sin duda, la explicación fundamental del éxito del Son Jarocho y Mono Blanco entre los jóvenes debe buscarse en sus virtudes intrínsecas, es decir, en sus ritmos cadenciosos, su taconeo incitante y sus versos, sabios y antiguos. Otro factor, igualmente importante para cualquier esclarecimiento, es su capacidad de generar convivencia y solidaridad, de construir comunidades ciertas y duraderas en un mundo caracterizado precisamente por la apariencia y la fugacidad.

II
                La trayectoria del grupo Mono Blanco comprende, a la fecha, tres etapas principales: la primera, una inmersión en los sones tradicionales y la versada antigua, fue el resultado de su búsqueda en los saberes musicales del Veracruz profundo. De esta primera época data la participación en el grupo de Arcadio Hidalgo, músico tradicional del Sur de la entidad que, con el tiempo, se ha convertido en el paradigma del jaranero campesino, poseedor de un saber literario adquirido en la tradición oral (una versada), de un estilo personal de ejecutar el Son y  de una permanente disposición a compartir con los demás los tiempos gratos, y también los ingratos. Los fonogramas producidos por el grupo en ese primer tramo señalaron definitivamente los senderos por los que habrían de transitar muchos de los grupos de Son surgidos en las sucesivas fases del movimiento.
                La segunda etapa posee un carácter experimental. Consiste en la fusión del Son jarocho con otras músicas del mundo, destacadamente la del caribe africano. Al llegar a ese punto, el grupo había recorrido ya toda la república mexicana (gracias a los afortunados programas culturales de la Secretaría de Educación Pública de entonces) y muchas ciudades del extranjero. El contacto con creadores de diversas partes permitió a Mono Blanco incorporar nuevas sonoridades a los sones jarochos tradicionales. La publicación del disco Al primer canto del gallo, en 1989,  supuso la integración de la modernidad en el Son, sin que ello significara un pastiche. En ese disco, el Son lograba mantenerse en primer plano, a pesar de la presencia de exóticas dotaciones instrumentales y novedosas estructuras rítmicas y armónicas.
                A esta segunda etapa corresponde también el álbum Mono Blanco y Stone Lips, de 1997, resultado de una prolongada estancia del grupo en San Francisco, California. A su carácter experimental y de fusión,  el disco agrega un elemento adicional: la inclusión de sones de nuevo cuño, compuestos por Gilberto Gutiérrez, director del grupo. Varios de esos sones alcanzarían un alto nivel de popularidad y significan, acaso, la época de mayor cercanía del grupo con las industrias culturales. Reproducidos tanto en los ámbitos alternos como en los comerciales, sones como El Chuchumbé y El Mundo se va a acabar, parecían conducir directamente a Mono Blanco al corazón de la industria del espectáculo. No obstante, y sorpresivamente para muchos, el grupo decidió volver a sus raíces, dando pie al que es, hasta ahora, su tercer ciclo.
                 La tercera etapa del grupo tiene en Orquesta Jarocha, grabación de 2013, su estandarte insignia. El disco significa un retorno al Son jarocho tradicional, sólo que ahora ejecutado con un dominio pleno de los recursos y los instrumentos. De hecho, la idea central de Orquesta Jarocha es incluir en la misma grabación prácticamente toda la dotación instrumental del género, sin distinguir regiones, evidenciando así la prodigiosa creatividad de los lauderos del Sotavento. El retorno de Mono Blanco a la música tradicional hizo regresar también su apego a la tradición de los fandangos, fiesta jarocha por excelencia, así como su  vocación de investigadores y difusores de la música de sotavento.

III
                A lo largo de sus cuarenta años, Mono Blanco ha visto pasar por sus filas una cantidad considerable de músicos jóvenes, cuyo visible talento redituó con creces el empeño puesto en su formación por los fundadores del grupo. Algunos de ellos se han separado para constituir nuevos conjuntos, de enorme calidad y prestigio en el ambiente del Son. Tal es el caso, por ejemplo, de Ramón Gutiérrez, fundador de Son de Madera y de Patricio Hidalgo, quien actualmente dirige el proyecto Afrojarocho.  Todos ellos, junto con muchos otros músicos, cantadores, bailadoras,  gestores culturales, editores, etcétera, han consolidado un movimiento cultural único en México por su hondura, profundidad y  dimensiones.
                En su trayectoria, Mono Blanco ha visitado países como Alemania, Australia, Bélgica, Brasil, Canadá, Corea del Norte, Cuba, China, El Salvador, España, Estados Unidos, Francia, India, Inglaterra, Japón, Marruecos, Portugal, Sudáfrica, Suiza y Venezuela.  En esas naciones se ha presentado con frecuencia en  festivales y escenarios de gran prestigio. Su arribo al Palacio de Bellas Artes podría entenderse como el reconocimiento a una institución musical capaz de entablar diálogos interculturales productivos con públicos de  todos los continentes como resultado de su afán por compartir, siempre y en todos lados,  las formas que los jarochos tienen de divertirse.
                Cuando llegue la hora de evaluar los aportes del movimiento jaranero a la sobrevivencia de la cultura mexicana en los tiempos de homogenización, desaliento y confusión que nos ha tocado vivir, el nombre de Mono Blanco  saldrá a relucir antes que todos. No obstante, muchos seremos quienes, antes que colgar medallas, simplemente recordaremos los momentos de gran deleite que su música nos ha obsequiado. En ese momento, los nombres de Gilberto Gutiérrez, Andrés Vega, Octavio Vega, Gisela Farías, Juan Campechano e Iván Farías, irrumpirán en nuestra memoria con la claridad, fuerza y armonía con las que rompe la jarana cuando se declara el Son.