Silvia González de
León
por Óscar Hernández Beltrán.
Estamos
acostumbrados a concebir la experiencia
fotográfica como la captura de un instante y a los fotógrafos como los sempiternos aspirantes a eternizar, por
la sagacidad, la fuerza y el virtuosismo de su mirada, el momento conquistado.
Esta costumbre parece tener su fundamento en lo que Johnathon Crary(1) ha descrito como la
narración lineal de la progresión técnica, que lleva de la cámara obscura a la fotografía, ante la cual Crary opuso un nuevo
paradigma que nos hace pensar la
fotografía en el contexto del perspectivismo occidental, el cual significó "una
ruptura teórica a principios del Siglo XIX, que entrañó un viraje de la óptica
geométrica a la teoría fisiológica de la visión”(2). En todo caso,
cabe afirmar que el recurso fundamental del denominado perspectivismo
occidental, que nos hace ver el apresamiento del instante como una construcción
estética, es el obturador del lente, su velocidad, su capacidad para permitir,
o no, el paso de la luz.
Ante las imágenes del libro Silvia González de León, editado por la
Secretaría de Cultura en su gozosa colección “Círculo de Arte”, el espectador
debe renunciar forzosamente al perspectivismo; entre otras razones, porque la
cámara estenopeica que ella utiliza no contiene lente alguno. Dicha
circunstancia tiene consecuencias no tan evidentes, que el poeta Francisco Segovia detectó con enorme
sutileza en el texto que prologa al libro que ahora nos ocupa: las imágenes de
Silvia González de León no refieren un instante, sino muchos; son el resultado
de una exposición más o menos prolongada
ante la luz, lo que le permite componer figuras diversas en las que las cosas y
ella misma se desdoblan, se conjuntan o se dispersan. Las fotografías de Silvia
no son entonces la crónica de un instante (como quería Salvador Elizondo) sino
la acumulación de varios momentos del pasado, que construyen una narrativa no
lineal, con frecuencia sorprendente, que mucho tiene de onírica y surreal; de
fantasmagórica. El asunto no es menor: situada en la antípodas del
pictoralismo, de la fotografía hecha pintura, del hiperrealismo y la impresión
digital de alta definición, la producción de imágenes estenopeicas se presenta
como un discurso alternativo, artesanal, accesible y económico, que dinamita el
paradigma de las nuevas tecnologías y obliga a espectador a poner a prueba las
convicciones comúnmente compartidas. Se trata, sobre todo, de un ejemplo de
libertad análogo a El salto, la
célebre imagen de Ives Klein, de 1960, pero sin trucos, por la simple y
sencilla razón de que las cámaras estenopeicas no los toleran.
Para quien esto escribe, y para
todos aquellos que tuvimos la oportunidad de testimoniarlo, el libro de Silvia
González de León no es, en lo que hace a su propuesta visual, sino la
ratificación y el desarrollo de un momento fundamental del devenir de las artes
plásticas en Veracruz: el periodo aquél en que, bajo la mirada atenta y siempre
alegre de Carlos Jurado, los artistas visuales intentaron remontar los costos
desbastadores de las tecnologías importadas, supliéndolas con una mezcla
equilibrada de investigación técnica, ingenio y mucha creatividad. El intento
arrojó varios resultados alentadores, otorgó algunos prestigios de orden
nacional y propició el surgimiento de instituciones académicas
relevantes, entre las que destaca la licenciatura en fotografía de la Facultad
de Artes Plásticas de la Universidad Veracruzana, de reconocida solvencia.
Como todos sabemos, luego de su paso
por la Universidad Veracruzana (de la que, en muchos sentidos, aún no ha
salido) Carlos Jurado recaló en el IVEC, entonces en sus primeros años, en
donde encontró en Silvia González de León a una discípula atenta, disciplinada
y talentosa, que se convirtió en su guía constante por los laberintos de todo
tipo que entonces tenía, y todavía tiene, el augusto edificio de Canal y
Zaragoza. De la colaboración entre ambos se recuerdan ahora diversas
exposiciones, una publicación artesanal actualmente inencontrable y varios
carteles venturosos. Flor de ese árbol es también el libro que hoy presentamos.
En lo personal, me complace
enormemente ver a Silvia convertida en esta obra en una especie de Cindy
Sherman mexicana, igualmente libre y creativa, plenamente expuesta al objetivo
de su cámara, pero sin la frivolidad y el falso glamour de la célebre fotógrafa
estadounidense; antes bien y por el contrario, aportando con frecuencia un
cierto grado de dramatismo en la mirada que, precisamente por ese logrado nivel
de sensibilidad, interroga directamente al espectador. Es en este punto en el
que la teoría reivindicada por Johnathon Crary, que cité al principio, y la
fotografía de Silvia González de León se cruzan, ya que el papel de receptor
lineal, mecánico, al que parece quedar condenado el espectador de imágenes
fotográficas, especialmente en esta época de selfies y videos captados por millones de teléfonos celulares,
encuentra en la mirada fisiológica
compuesta por los autores del primer romanticismo alemán y sus contemporáneos,
la opción de localizar, a partir de su libertad de espíritu y su capacidad
creativa, las respuestas que esas miradas interrogantes nos plantean.
Celebremos juntos el nuevo libro de Silvia González de León, que significa una
oportunidad de libertad y contento. Felicidades.
(1)Jonathan Crary, Las
técnicas del observador, visión y modernidad en el Siglo XIX. Centro de
Documentación y Estudios Avanzados del Arte Contemporáneo (CENDEAC). Región de
Murcia. Fundación Caja Murcia. 2008. 223 pp.
(2)Lynn Cazabon. “Fotografía” en Diccionario de teoría crítica y estudios culturales. Michael Payne
(comp.). Paidós. Buenos Aires. 2002.