Participación en el Foro Cultural Regional de las Altas Montañas, efectuado en Ciudad Mendoza, Veracruz, el 10 de febrero de 2022.
La Región de las Altas Montañas:
Identidad Cultural y desafíos.
Por Óscar Hernández Beltrán
Debo empezar agradeciendo
a Elia Núñez y Roberto Ortega su amable invitación a participar en este
Encuentro. Creo que cualquiera que aspire a desarrollar una reflexión en torno
a la identidad cultural topará, más temprano que tarde, con el rol fundamental que
guardan los actores culturales en el proceso de construcción de dicha
identidad. Tres son, en mi opinión, los actores culturales más relevantes: los
portadores de cultura tradicional (músicos tradicionales, ritualistas, danzantes,
artesanos, etc.), los creadores artísticos formales y profesionales (es decir,
aquellos que cursaron una carrera artística profesional y aspiran a vivir
decorosamente del ejercicio de su profesión) y los gestores culturales, quienes
sirven de intermediarios entre los dos primeros y el público general. En
conjunto, los actores culturales de una región determinada manifiestan, día con
día y mediante sus acciones y empresas, la dinámica cultural de una comunidad.
Son ellos quienes preservan, innovan y difunden el conjunto de manifestaciones
que constituyen el patrimonio cultural material e inmaterial de una región
determinada: cada vez que un músico tradicional ejecuta un son o un artesano
elabora una pieza textil; cuando un artista plástico o un músico producen una
obra original en el seno de su comunidad o siempre que un gestor cultural local
emprende un proyecto, tal como una exposición o una serie de conciertos, no
están haciendo otra cosa que engrandecer y diversificar el patrimonio cultural
local; ello es así, desde luego, aunque no haya sido precisamente esa su
pretensión.
La Región de las Altas Montañas de Veracruz se
caracteriza por ser altamente representativa de la diversidad creativa que
caracteriza al estado. La historia de su poblamiento es una sucesión
ininterrumpida de población migrante integrada por pueblos originarios,
migrantes extranjeros (españoles, libaneses, etc.), mestizos procedentes sobre
todo de los estados de Puebla, Tlaxcala y la región del bajo Papaloapan, entre
otros grupos humanos. Tal variedad de concurrencias se traduce en una notable riqueza
cultural que es cohesionada por las distintas tareas que han impuesto sus
sucesivos procesos productivos, originalmente campesinos y comerciales,
posteriormente fabriles industriales y, recientemente, turísticos. Desde luego,
tal riqueza no constituye, ni debería constituir, un problema o una dificultad;
antes, al contrario, significa una oportunidad de diálogo y enriquecimiento
mutuo.
Sería equivocado, desde
luego, pretender que todas las manifestaciones culturales que concurren en las
Altas Montañas poseen el mismo nivel de prestigio social y fortaleza. Cualquier
propósito de impulsar la identidad cultural de la Región debe partir del
supuesto, fácilmente verificable, de que mientras algunas expresiones cuentan
con un reconocimiento social amplio, otras se encuentran en riesgo e, incluso,
en peligro de extinción. Tal situación es especialmente cierta, por ejemplo, en
la Región de la Sierra de Zongolica, en donde algunas técnicas relacionadas con
el patrimonio biocultural, tales como la producción de textiles o ciertas
manifestaciones de la cultura alimentaria podrían desaparecer en el corto
tiempo, debido al abandono de las prácticas sustentables que garantizan su
reproducción.
Es en
este punto que la participación de los actores culturales locales reviste una
gran importancia. Debe tenerse siempre presente que la identidad cultural es
una construcción colectiva cuyo ejercicio constituye un derecho humano, lo que
significa que ninguna práctica cultural es menos importante que otra. Ello
supone que las tareas de producción, preservación y difusión de la cultura
deben llevarse a cabo siempre en un marco de tolerancia y respeto a la
dignidad, tanto de las personas como de las instituciones, lo que no excluye,
desde luego, la posibilidad de que cada centro cultural posea una vocación
especial. Todos sabemos, por ejemplo, que el Instituto Regional de Bellas Artes
de Orizaba (IRBAO) tiene el interés fundamental de acercar al público a las manifestaciones
del canon occidental de las artes y que para conseguirlo imparte cursos y
organiza actividades de difusión, entre otras muchas cosas, mientras que la
Casa de la Cultura de Ciudad Mendoza impulsa encuentros de grupos de danzantes,
mesas en las que personas de la tercera edad rememoran el pasado de la ciudad o
actividades en torno a los ahuehuetes.
Todo sirve. Todo contribuye a preservar y enriquecer la identidad local.
Conviene
ahora, creo, escudriñar, en la medida de lo posible, una serie de
estrategias que permitan consolidar las acciones de los actores en pro de un
fortalecimiento de la identidad cultural regional, que posibilite su preservación.
La primera sería efectuar un recuento de las instituciones culturales que
existen en la Región, tanto de las oficiales como de las independientes. Para
tal propósito, se puede echar mano de los registros ya establecidos, como el
Sistema de Información Cultural (SIC) de la Secretaría de Cultura Federal o el Mapa
de Espacios Culturales de Veracruz, de Eunice Muruet; la segunda, el
establecimiento de un circuito cultural regional. Parece claro que si, por
ejemplo, un grupo de teatro infantil monta un espectáculo, o un guitarrista
clásico prepara un recital, sus posibilidades de reproducción y permanencia serán
mayores si se presenta en todos lo municipios de la región, auspiciado por los
Ayuntamientos o por los grupos organizados de la sociedad civil; otra
estrategia recomendable tiene que ver con el establecimiento de Consejos
Municipales de Cultura donde no los hubiera. Tales organismos deberían ser
convocados por los Ayuntamientos Municipales y contar con la participación
activa de los grupos de la sociedad civil organizados en torno proyectos
culturales. Su función debería estar orientada a elaborar diagnósticos de la
situación que guardan las manifestaciones culturales regionales y proponer
acciones orientadas a la preservación y el fortalecimiento de las que pudieran
estar en riesgo.
Resulta
evidente, por otra parte, que para impulsar estas estrategias es necesario
identificar las oportunidades de apoyo y financiamiento que ofrecen organismos
tanto públicos como privados; tanto nacionales como extranjeros. Como sabemos,
la federación y el estado ofrecen desde el sector público lo mismo estímulos a
la creación que apoyo proyectos de cultura comunitaria. Algo semejante sucede
en el ámbito privado y desde diversos organismos internacionales, tales como
Ibercultura, de España. Contar con conocimientos para la recaudación de fondos
para la cultura es hoy un imperativo impostergable.
Estoy
sinceramente convencido de que el fortalecimiento de la identidad cultural de
una región pasa, hoy por hoy, por una serie ineludible de acciones y compromisos.
Lo estoy también, de que los actores culturales de la Región de las Altas
Montañas cuentan con estatura moral, el estado de ánimo y los conocimientos que
les permitirán llevarlos a cabo.
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