La creciente
organización de la sociedad civil en torno a
las tareas de impulso a
la cultura en Veracruz.
por Óscar Hernández Beltrán
Debo
empezar agradeciendo al Centro de Estudios, Creación y Documentación de las
Artes el que nos haya convocado a todos a tomar parte en este Coloquio. En los
últimos años se ha multiplicado en el estado de Veracruz la participación de la
sociedad civil en los procesos de gestión cultural. Se han incrementado
también, entre otras cosas, el nivel de formalización de los grupos organizados
de la sociedad civil en torno a proyectos de impulso a la cultura, su capacidad
de gestión ante los organismos oficiales, su acceso a las nuevas tecnologías,
sus posibilidades de establecer redes internas y la capacidad de reinserción de
los agentes culturales a su comunidad, luego de haber experimentado procesos de
migración. En su conjunto, estas novedades constituyen un fenómeno social
relevante, cuyas causas y efectos deberían ser estudiados con profundidad. En
las líneas que siguen me limitaré a intentar una descripción de los cambios
sucedidos, tal y como los percibo desde mi posición de empleado de gobierno en
el sector cultura.
Antes y ahora
En un artículo
sobre el tema1, publicado
hace más de quince años, el teórico catalán Alfons Martinell dividió a los
agentes culturales en tres grandes categorías: la primera comprendía a todos
los empleados del sector cultura de los diferentes órdenes de gobierno; la
segunda, a quienes colaboran en fundaciones, asociaciones civiles, organismos
no gubernamentales, organizaciones comunitarias, organizaciones de iniciativa social
y agrupaciones varias; y la tercera, a quienes participan en asociaciones
privadas, colegios de profesionistas y en industrias y empresas que brindan
servicios privados de carácter cultural.
Para los propósitos de esta
ponencia, centraré mi atención en la segunda categoría, que incluye a los
actores sociales que toman parte en organizaciones no lucrativas, ya que es
precisamente este sector, en mi opinión, el que mayor crecimiento ha observado
en años recientes, tanto cuantitativa como cualitativamente, y el que emprende
y lleva a cabo las acciones de mayor impacto cultural.
Tomaré como punto de partida y
llegada el ya mencionado texto del doctor Martinell, en el que enlistó los que,
a su parecer, eran los rasgos distintivos de las organizaciones no lucrativas
de carácter cultural. Las cito a continuación:
·
Modelos organizativos muy heterogéneos
y de baja profesionalidad.
· Concepciones muy primarias en relación
con el papel del agente de cultura y su complementariedad en el desarrollo
social.
·
Falta de un marco legislativo
adecuado.
·
Carencia de definiciones en cuanto a
intenciones.
·
Poca estabilidad.
·
Ausencia de organismos e instrumentos
de relación.
·
Lenguajes diferentes.
·
Falta de habilidad en las partes para
negociar.
·
Proyectos poco elaborados.
Era el
año de 1999 y ese era el panorama en lo que hacía a la participación de la
sociedad civil en el orbe iberoamericano. De entonces a la fecha varios de los
rasgos antes enunciados parecen haberse modificado favorablemente. Otros continúan,
me parece, sin cambios perceptibles.
Entre los avances que advierto en
nuestra entidad en los años recientes, que podrían significar progresos sustantivos
en el objetivo de ciudadanización de la gestión cultural, se encuentran el
fortalecimiento del perfil profesional de los gestores culturales
independientes, la clarificación del rol que puede jugar la sociedad civil en
las tareas de preservación y difusión del patrimonio cultural, la adopción de
un lenguaje común, la estabilidad de los organismos civiles creados y una mayor
habilidad de los agentes culturales para negociar con los organismos públicos.
Como resultado de tales adelantos, el mapa de la participación ciudadana se ha diversificado
y ahora comprende lo mismo a núcleos
urbanos densamente poblados, que a comunidades dispersa y aisladas.
Los nuevos mapas
Todavía
a principios de los años ochenta, los grupos de ciudadanos abocados al impulso cultural
operaban principalmente en las ciudades más grandes, como Xalapa, Veracruz, Orizaba, Córdoba y
Coatzacoalcos. Adoptaban las figuras de ateneos, academias o sociedades.
Algunos de ellos han subsistido por más de setenta años, a lo largo de los
cuales han desarrollado tareas de gran importancia para la cultura local, como el Ateneo Musical Orizabeño o la
Sociedad Veracruzana de Conciertos, del Puerto de Veracruz. Se trataba de
organismos con una visión clasicista, no exentos, además, de un lastre clasista,
que aglutinaban a los sectores ilustrados de los estamentos medios locales.
El panorama comenzó a variar, me
parece, a principios de la década de los setentas, con el surgimiento, entre
otras cosas, de los movimientos reivindicatorios de la cultura popular, que fue
un resultado del ensanchamiento del concepto de cultura. Esta reivindicación,
voluntariamente alejada de los paternalismos y los nacionalismos a ultranza,
convirtió, con el tiempo, a los antiguos
“informantes” de los estudiosos del folclor en portadores de la cultura
tradicional, lo que dignificó sus saberes ancestrales y los transformó, en los
casos paradigmáticos, en tesoros humanos vivos.
Un caso que podría ejemplificar este
proceso en Veracruz es, desde luego, el del movimiento jaranero. Cuando, a
principios de la década de los ochenta, los integrantes del grupo de son
jarocho Mono Blanco, alentados por el académico y músico tradicional Antonio
García de León, viajaron del Distrito Federal al sur de Veracruz para recuperar
las músicas y la versada de los jaraneros tradicionales lo hicieron, no con
fines de conservación para el estudio, sino con el propósito de apropiarse de
ellas para defenderlas y difundirlas.
Este cambio de perspectiva, que convirtió a los investigadores en militantes de
causas culturales, generó un movimiento social y artístico cuyas consecuencias
aún no concluyen y en cuyo nombre se realizan innumerables encuentros,
festivales, seminarios y foros, que han servido como escuela de gestión
cultural sin fines de lucro para una
gran cantidad de personas, la mayoría de ellas nativas de los municipios en los
que llevan a cabo su labor.
En el mismo sentido, movimientos
reivindicatorios del son huasteco, las artesanías, las músicas de las sierras
indígenas, las manifestaciones culturales de los pueblos migrantes, el son
montuno, el danzón, las tribus urbanas, etc., motivaron el surgimiento de
proyectos ciudadanos orientados a investigar, recrear y difundir tales
prácticas lo que, en consecuencia, propició la aparición de nuevos agentes
culturales, con nuevas prácticas y nuevas estrategias.
Lo
de las prácticas y las estrategias novedosas iba ligado, desde luego, a los
nuevos perfiles que, a su vez, eran resultado del acceso a la educación
superior, los procesos de mundialización, las migraciones y las nuevas
tecnologías, entre otras cosas. Tales acontecimientos posibilitaron que prácticas
culturales que antes estaban aisladas se interrelacionaran, lo que impulsó el
establecimiento de redes de agentes culturales en prácticamente todas las
regiones de la entidad. A continuación, me permitiré mencionar, a manera de
ejemplo, algunos de los casos más destacados:
·
La red de promotores culturales de la
Sierra de Otontopec,
que aglutina, en principio, a gestores culturales independientes de los
municipios huastecos de Tantima, Citlaltépetl, Chontla, Ozuluama, Tampico Alto,
Pueblo Viejo y Tancoco, pero suele extender sus acciones otros como Ixhuatlán
de Madero, Chicontepec o Tempoal. Este grupo organiza actividades de alto
impacto cultural como el Encuentro de Son Huasteco de Citlaltépetl, en los que
toman parte autoridades municipales, comerciantes, ganaderos y, sobre todo, la
población local, que alberga en sus casas a todos los asistentes a la fiesta y
organiza el comedor comunitario en el que se ofrecen alimentos a la
concurrencia. El grupo mantiene una intensa actividad en redes sociales y, a lo
largo del año, organiza acciones de educación artística, foros de reflexión y
celebraciones en días destacados del calendario ritual.
·
La red de promotores culturales de las
Altas Montañas, que aglutina a gestores culturales
independientes y directivos de centros culturales de 23 municipios de la región
Orizaba-Córdoba es, sobre todo, un grupo de reflexión, que se reúne
periódicamente para analizar las problemáticas recurrentes del quehacer cultural,
organiza actividades de capacitación y acude de manera corporativa a los foros
y consultas convocados por instancias públicas. A manera de ejemplo, baste
mencionar que presentaron 19 ponencias, la mayoría con propuestas de desarrollo
de proyectos culturales, en el Foro convocado por el IVEC con motivo de la
celebración de su 25 aniversario. Desde luego, cada una de las personas o
entidades que la integra desarrolla proyectos culturales en sus respectivos
municipios, frecuentemente con el respaldo de uno o más de los miembros de la
Red.
·
El Centro de Documentación del Son
Jarocho, ubicado en
Jáltipan, aglutina a una gran cantidad de músicos, estudiosos y aficionados,
que se reúnen cuando menos una vez al año en un seminario sobre el tema del
son, pero que se mantiene activo durante todo el año a través de las redes
sociales y organiza de manera continua procesos de capacitación, encuentros de
soneros, exposiciones de arte popular y publicaciones, entre otras actividades.
·
El grupo de bordadoras de Ixcacuatitla, localidad ubicada en el municipio de
Benito Juárez, es un gremio integrado por aproximadamente 20 artesanas, la
mayoría de ellas monolingües, hablantes del Náhuatl del norte de Veracruz, que ofrece
en su centro comunitario cursos de perfeccionamiento técnico, participa en los
concursos convocados por diversos organismos públicos y privados y ofrece sus
productos en exposiciones, ferias y mercados, así como en la internet, ya que
mantienen una página en línea en la que el público puede apreciar las piezas de
su catálogo y adquirirlas a distancia.
Indicadores
En su
ya multicitado artículo, el Doctor Martinell propuso una batería de indicadores
para evaluar en concurso social de los organismos no lucrativos del campo
cultural. Su aplicación práctica arroja resultados muy interesantes en el caso
que nos ocupa. Veamos:
1- Distribución
en el territorio:
como mencioné antes, el espectro territorial que abarca el fenómeno de la
gestión cultural no lucrativa comprende prácticamente todo el estado de
Veracruz. Obviamente, en algunos territorios la densidad de organizaciones es
más alta que en otros
2- Niveles
de actividad y participación:
desde luego, son variables. Algunos, como los mencionados antes, trabajan
durante todo el año y abarcan diversos campos culturales y territorios. Otros
se limitan a organizar una actividad relevante al año.
3- Capacidad
crítica e intelectual:
generalmente es alta. El perfil académico de sus representantes suele ser
elevado. Cuando no es el caso, se trata por lo general de personas con gran
prestigio y autoridad moral en la
comunidad, que han desempeñado cargos relevantes como mayordomías o
delegaciones.
4- Capacidad
de interlocución.- En
este sentido se advierten avances importantes. La percepción del rol que
cumplen las instituciones oficiales por parte de los gestores culturales
independientes se ha clarificado, lo que facilita el entendimiento entre las
partes; además, algunos esquemas de otorgamiento de recursos públicos como el
establecimiento de fondos concursables y comisiones ciudadanas, ha favorecido
el flujo comunicativo.
5- Normatividad: aunque no soy un especialista, creo
que el problema de la normatividad insuficiente para brindar seguridad y amparo
a las actividades de los agentes culturales
persiste. En Veracruz se ha legislado abundantemente en materia cultural
en el último lustro. Son de apreciarse la Ley de Fomento a la Cultura o la Ley
de los Derechos Culturales de los Pueblos Indígenas, por ejemplo; no obstante,
las figuras jurídicas existentes para acreditar a los ciudadanos interesados en
las tareas culturales resultan todavía y a todas luces, engorrosas y poco
prácticas.
6-
Construcción
y significado de necesidades y problemas: en este aspecto, los organismos
no lucrativos de impulso a la cultura cumplen una función fundamental, ya que
suelen ser ellos quienes, antes que nadie, detectan cuáles son las medidas más
convenientes para fortalecer la vida cultural de sus comunidades. En este
sentido son, desde luego, mucho más eficientes que los organismos públicos que,
cuando hacen bien las cosas, toman en cuenta los anhelos y expectativas de los gestores independientes a la hora de
diseñar sus programas y proyectos.
7-
Nivel de Independencia:
la mayoría suelen ser bastante independientes. En ocasiones pactan alianzas
con la clase política y ocupan temporalmente puestos públicos, principalmente
en el nivel municipal, pero suelen deslindarse rápidamente cuando las políticas
públicas de los municipios en los que laboran se separan de sus propias
expectativas. Discursivamente, suelen hacer de su nivel de independencia una
virtud.
En resumen
“Los
seres humanos se relacionan entre sí por medio de la sociedad y expresan esa
relación por medio de la cultura”2
sostiene el Informe Mundial de Cultura
2010. Sin duda alguna, la expansión de los organismos no lucrativos de
impulso a la cultura, así como su capacidad de interrelacionarse abonan a favor
del diálogo intercultural y significan un ejercicio del usufructo ciudadano del
derecho a la cultura, pues siempre conviene recordar que la participación directa,
especialmente el concurso como agente cultural, es un ingrediente fundamental
en la definición clásica de los derechos culturales3. Evidentemente,
la construcción de ciudadanía desde la participación en el campo de la cultura
es todavía un camino difícil de transitar. Estar dispuesto a recorrerlo
significa estar preparado a salvar obstáculos porque, ya se sabe, los
ciudadanos son más veloces que los gobiernos y porque quien toma la decisión de
acceder plenamente al goce y la recreación de la diversidad creativa que nos
caracteriza debe estar consciente de que tendrá que luchar a brazo partido
contra los discursos dominantes, que los son, entre otras cosas, por su enorme
capacidad seducción.
Es
probable que la creciente participación de la sociedad civil en Veracruz sea
uno más de los muchos signos de la transición hacia la democracia que, no sin
tropiezos, vivimos actualmente. No son los asuntos políticos mi especialidad y
habrá que esperar a que los expertos aborden el fenómeno que aquí he tratado de
referir. Por lo pronto, resulta cierto, y siempre siguiendo a Alfons Martinell,
que los agentes culturales agrupados en torno a proyectos de impulso a la
cultura en Veracruz cumplen cabalmente las funciones que el estudioso catalán
les adjudica: analizan e interpretan la realidad, posibilitan y canalizan la
participación social, aglutinan y crean estados de opinión, ayudan a
estructurar y construir las demandas de carácter social y educativo, funcionan
como plataforma para fomentar la autoorganización, ejercen una función
prospectiva y generan nuevos mercados.
Hace ya muchos años acudí a una
reunión de trabajo de un comité ciudadano empeñado en construir un centro
cultural que, por sus dimensiones y características, resultaba demasiado
costoso. Se los hice sentir. El líder del grupo me preguntó entonces: ¿no cree
usted que nos lo merecemos? Le contesté que, desde luego, se merecían eso y
más, pero que no alcanzaba a imaginar de dónde podrían salir los recursos
técnicos, humanos y financieros que su realización demandaba. ¡Ah, me replicó,
es que usted trabaja en el gobierno! El centro cultural nunca se hizo. Sigo
pensando, no obstante, que aquel señor tenía razón.
1.-
Alfons Martinell. “Los agentes culturales ante los nuevos retos de la gestión
cultural”. Revista Iberoamericana de
Educación. No. 20. mayo-agosto de 1999. pp. 204-215.
2.-
UNESCO. “Invertir en la diversidad
cultural y el diálogo intercultural” Informe Mundial de la UNESCO. 2010. Ediciones UNESCO. París. p. 39.
3.-
Culturalrights. Derechos culturales.
Cultura y desarrollo. Página Web.
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