viernes, 14 de agosto de 2015

Dijera mi boca, de Álvaro Alcántara

(Leído el 14 de agosto de 2015 en la Sala de Usos Múltiples del Instituto Veracruzano de la Cultura, en Veracruz, Ver., en el marco del XX Festival Afrocaribeño. Publicado en La manta y la raya. Año 1. Número 1. Tepoztlán, Morelos. Febrero de 2016. pp. 62 y 63).



Dijera mi boca, de Álvaro Alcántara
por Óscar Hernández Beltrán

Buenas tardes: debo iniciar agradeciendo al comité organizador del XX Festival Afrocaribeño el haberme invitado a estar con ustedes. Quienes hemos tenido la oportunidad de seguir su producción escrita, sabemos que hay varios Álvaros Alcántara. Uno de ellos es el historiador y pensador riguroso, de sólida formación académica  y prosa disciplinada que, como tal, suele ofrecer a los lectores los arduos resultados de sus venturosas inmersiones en textos teóricos y archivos mexicanos y extranjeros, con los que arroja luz sobre aspectos muy precisos del pensamiento y de los aconteceres sucedidos muy antes en nuestras regiones; otro es el Álvaro cronista, observador curioso y notario acucioso de la vida y los hechos de nuestros pueblos, de los que ofrece una mirada risueña y solidaria; otro más sería el ensayista libre y desenfadado, que externa sus opiniones con la absoluta confianza de quien  se ha ganado el derecho a  echar por adelante sus convicciones, por la simple y sencilla razón de que, en su momento, ha sabido prestar atención respetuosa a los argumentos de los demás. Otro, finalmente, es el Álvaro guapachoso, fiestero, que sabe vivir y convivir con todos, que dedica toda su pasión al canto, al baile y a la charla grata, en minutos festivos que pueden convertirse en horas, o en días completos, si las circunstancias y el avituallamiento disponible lo posibilitan.
            Dijera mi boca, el libro que hoy nos reúne, contiene, curiosamente, a todos estos Álvaros, de tal suerte que su lectura semeja un recorrido por la montaña rusa, que nos eleva primero a los laberintos de la confrontación teórica entre la tradición y la modernidad, con la sutileza que caracteriza a los dialécticos, ya que sostiene que el antes y el ahora pueden coexistir sin problemas. Lo interesante de esta posición es que se toma la libertad de afirmar, sin ambages, que no es la modernidad la que incorpora a la tradición, sino que es ésta la que se apropia de aquella, para descrédito de los posmodernistas y estupefacción de los apologistas de la cibernética. Una consecuencia de este proceso no es entonces que los tradicionalistas se modernicen, sino que los modernos vuelvan la mirada hacia lo tradicional, tesis que, me parece, puede comprobarse cada vez que un estudiante de sociología pasa con su jarana al hombro o una diseñadora de interiores se esfuerza en aprender el zapateado.  
            Luego de una batería de ensayos teóricos sobre el tema de la tradición que se leen muy bien, la montaña rusa de Álvaro Álcántara nos lleva por los meandros de la historia del Sotavento, con la mano firme del historiador acucioso, que habla del color de la burra porque tiene los pelos en la mano. Con diáfana claridad, nos demuestra que la ganadería sotaventina, con sus ires y venires, con su intenso intercambio de objetos, versos y tonadas, fue el gran propiciador del Son jarocho y ha sido, además, el vehículo que hasta la fecha lo sostiene. El son es, simplemente, la forma en la que se divierten los jarochos. El ritual cotidiano que los reúne, los integra en familias y les otorga la dignidad y la alegría a la que todo mundo tiene derecho, lo mismo si vive en la gran urbe, que si habita en una comunidad dispersa y aislada.
            En este punto la montaña rusa recala en Tlacotalpan. Todos sabemos que la vida en la perla del Papaloapan transcurre sin sobresaltos. Cuesta trabajo imaginar, por ello, la intensidad con la que allí se discutió, y se discuten todavía, la vida y la muerte del movimiento jaranero. Como todos los mitos, el del movimiento jaranero no tiene un lugar de origen preciso, ni unos padres plenamente aceptados; lo que es seguro es que apeló a las convicciones de muchas mentes progresistas, despertó adhesiones entusiastas y, hasta la fecha, es motivo de intensos debates. Dijera mi boca podría considerarse, en este contexto, el testimonio de uno de sus actores más lúcidos y entusiastas, quien hace primero una crónica de los días aquellos en que la Fiesta de la Candelaria se presentaba ante los iniciados como un hechizo y refiere después una sincera preocupación ante la degradación sufrida por el Encuentro de Jaraneros. No se trata de un lamento por el Son Jarocho que actualmente se toca en Plaza Martha, sino, más bien, por el Son que allí mismo ha dejado de tocarse y que, de unos años a la fecha, se ha refugiado en los fandangos de barrio lo que, bien mirado, digo yo, podría considerarse como otro triunfo de la tradición sobre la modernidad. 
            En este tramo, Álvaro recorre diversos puntos de la geografía sotaventina para rendir homenaje, lo mismo a grandes personajes del Son jarocho, como Zenén Zeferino o Esteban Utrera, que a la gente anónima de las comunidades, que asiste a los fandangos, no porque quiere ser parte de la tradición sino, simple y sencillamente, porque quiere divertirse. Debe destacarse, de lo referido por Álvaro en estas semblanzas, la apertura de la gente jarocha ante los visitantes y curiosos, a los que albergan con generosidad y alegría, mostrando con sencillez que la tolerancia no es una prenda rara, sino que  los raros somos quienes ante ella nos sorprendemos.
            El último tramo del libro es un catálogo de los sentimientos solidarios de Álvaro Alcántara, quien siempre está dispuesto a brindar apoyo a la difusión de un disco o la publicación de un libro, con textos no exentos de algunos toques de crítica. La suma de estos escritos lo erige, sin duda, en uno de los difusores más reconocidos de los mejores productos del movimiento jaranero; en uno de sus lectores y auditores más reclamados por los actores culturales jarochos. Estoy seguro de que los músicos y los escritores de Sotavento le piden a Álvaro que escriba las notas que acompañen a sus discos o prologuen sus libros, no porque esperen un halago desmedido, sino porque confían en que sabrá ayudarlos a encontrar el lugar que su obra ocupa en el devenir de la cultura jaranera.
            Estoy convencido de la buena ventura de Dijera mi boca. Estoy seguro que circulará de mano en mano entre los ciudadanos de la República Jarocha, no porque sea un libro complaciente con el son y sus personeros, sino porque muchos de sus lectores encontrarán en él los efluvios líricos que su sensibilidad andaba acechando, los datos exactos que su investigación demanda o los relatos que empaten con sus añoranzas. Tantas veces Pedro, escribió Alfredo Bryce Echenique; tantas veces Álvaro podemos decir ahora ante Dijera mi boca, un compendio de lo jarocho que se puede empezar a leer desde cualquiera de sus partes y es posible recorrer morosamente, porque semeja una charla en el bar “Los Amigos”, una travesía en lancha y, por qué no, un paseo por la montaña rusa. Muchas gracias.

martes, 23 de junio de 2015

Antología Poética, de Olvido García Valdés

(Reseña para cápsula televisiva, transmitida por Radio Televisión de Veracruz (RTV), en el programa Ítaca, del Instituto Veracruzano de la Cultura, el 23 de junio de 2015, a las 19:00 horas).


Antología poética, de Olvido García Valdés
por Óscar Hernández Beltrán
Los lectores latinoamericanos estamos acostumbrados a la desmesura, a lo inabarcable. Por ello, cuando tropezamos con una escritura frugal, contenida, nos perturbamos. Quizás este desconcierto sea el que explique la indiferencia generalizada entre nosotros hacia la obra de Olvido García Valdés, una de las más importantes exponentes de la poesía española contemporánea, autora de una obra sumamente original, que se distingue precisamente por su sobriedad, por el uso puntual de las palabras.
     Tal vez el rasgo más sorprendente de la poesía de esta escritora asturiana no sea tanto su parquedad, como su impresionante capacidad de referir la realidad tal cual es y, al mismo tiempo, y precisamente por esa exactitud al nombrar las cosas, crear mundos que nos resultan sorprendentes. Fue Chesterton quien dijo que las grandes noticias de cada día, como la puesta del sol o el crecimiento de la hierba, no son nunca noticia en los periódicos, pese a ser las cosas más maravillosas que suceden. Algo semejante ocurre con la poesía de Olvido García Valdés: sus poemas, despojados casi de metáforas, describen con puntualidad cosas tan comunes como el desmoronamiento  de la pared de la cocina, la respiración en una mañana fría o el recorrido del sol cuando cae la noche. Enormes minucias llamó Chesterton a tales hechos ordinarios. En la poesía de Olvido García Valdés estos pequeños grandes acontecimientos se convierten con frecuencia, en virtud de la subjetividad con la que están descritos, en espacios casi oníricos por los que se suele transcurrir, no sin cierta desazón, casi con zozobra, de lo real, vivido; a lo verdadero, nombrado.
      Para fortuna de los interesados en las cosas nimias, la Biblioteca Digital Cervantes, ese estupendo repositorio de nuestra felicidad lingüística,  ofrece a los internautas una breve pero sustanciosa Antología Poética de Olvido García Valdés. Quienes se acerquen a ella obtendrán, sin duda, una experiencia a la vez inquietante y apaciguadora. Como la vida. Como las palabras.

sábado, 30 de mayo de 2015

La creciente organización de la sociedad civil en torno a las tareas de impulso a la cultura en Veracruz.

(Ponencia leída en la USBI de la Universidad Veracruzana, en Xalapa, Ver., el 21 de mayo de 2015, en el marco del 2° Coloquio "La gestión de lo cultural: intersecciones entre sociedad y estado").

La creciente organización de la sociedad civil en torno a
las tareas de impulso a la cultura en Veracruz.
por Óscar Hernández Beltrán

Debo empezar agradeciendo al Centro de Estudios, Creación y Documentación de las Artes el que nos haya convocado a todos a tomar parte en este Coloquio. En los últimos años se ha multiplicado en el estado de Veracruz la participación de la sociedad civil en los procesos de gestión cultural. Se han incrementado también, entre otras cosas, el nivel de formalización de los grupos organizados de la sociedad civil en torno a proyectos de impulso a la cultura, su capacidad de gestión ante los organismos oficiales, su acceso a las nuevas tecnologías, sus posibilidades de establecer redes internas y la capacidad de reinserción de los agentes culturales a su comunidad, luego de haber experimentado procesos de migración. En su conjunto, estas novedades constituyen un fenómeno social relevante, cuyas causas y efectos deberían ser estudiados con profundidad. En las líneas que siguen me limitaré a intentar una descripción de los cambios sucedidos, tal y como los percibo desde mi posición de empleado de gobierno en el sector cultura.

Antes y ahora
En un artículo sobre el tema1,  publicado hace más de quince años, el teórico catalán Alfons Martinell dividió a los agentes culturales en tres grandes categorías: la primera comprendía a todos los empleados del sector cultura de los diferentes órdenes de gobierno; la segunda, a quienes colaboran en fundaciones, asociaciones civiles, organismos no gubernamentales, organizaciones comunitarias, organizaciones de iniciativa social y agrupaciones varias; y la tercera, a quienes participan en asociaciones privadas, colegios de profesionistas y en industrias y empresas que brindan servicios privados de carácter cultural.
            Para los propósitos de esta ponencia, centraré mi atención en la segunda categoría, que incluye a los actores sociales que toman parte en organizaciones no lucrativas, ya que es precisamente este sector, en mi opinión, el que mayor crecimiento ha observado en años recientes, tanto cuantitativa como cualitativamente, y el que emprende y lleva a cabo las acciones de mayor impacto cultural.
            Tomaré como punto de partida y llegada el ya mencionado texto del doctor Martinell, en el que enlistó los que, a su parecer, eran los rasgos distintivos de las organizaciones no lucrativas de carácter cultural. Las cito a continuación:
·         Modelos organizativos muy heterogéneos y de baja profesionalidad.
·  Concepciones muy primarias en relación con el papel del agente de cultura y su complementariedad en el desarrollo social.
·         Falta de un marco legislativo adecuado.
·         Carencia de definiciones en cuanto a intenciones.
·         Poca estabilidad.
·         Ausencia de organismos e instrumentos de relación.
·         Lenguajes diferentes.
·         Falta de habilidad en las partes para negociar.
·         Proyectos poco elaborados.
              Era el año de 1999 y ese era el panorama en lo que hacía a la participación de la sociedad civil en el orbe iberoamericano. De entonces a la fecha varios de los rasgos antes enunciados parecen haberse modificado favorablemente. Otros continúan, me parece, sin cambios perceptibles.
            Entre los avances que advierto en nuestra entidad en los años recientes, que podrían significar progresos sustantivos en el objetivo de ciudadanización de la gestión cultural, se encuentran el fortalecimiento del perfil profesional de los gestores culturales independientes, la clarificación del rol que puede jugar la sociedad civil en las tareas de preservación y difusión del patrimonio cultural, la adopción de un lenguaje común, la estabilidad de los organismos civiles creados y una mayor habilidad de los agentes culturales para negociar con los organismos públicos. Como resultado de tales adelantos, el mapa de la participación ciudadana se ha diversificado y ahora comprende lo mismo a  núcleos urbanos densamente poblados, que a comunidades dispersa y aisladas.

Los nuevos mapas
Todavía a principios de los años ochenta, los grupos de ciudadanos abocados al impulso cultural operaban principalmente en las ciudades más grandes, como  Xalapa, Veracruz, Orizaba, Córdoba y Coatzacoalcos. Adoptaban las figuras de ateneos, academias o sociedades. Algunos de ellos han subsistido por más de setenta años, a lo largo de los cuales han desarrollado tareas de gran importancia para la cultura  local, como el Ateneo Musical Orizabeño o la Sociedad Veracruzana de Conciertos, del Puerto de Veracruz. Se trataba de organismos con una visión clasicista, no exentos, además, de un lastre clasista, que aglutinaban a los sectores ilustrados de los estamentos medios locales.
            El panorama comenzó a variar, me parece, a principios de la década de los setentas, con el surgimiento, entre otras cosas, de los movimientos reivindicatorios de la cultura popular, que fue un resultado del ensanchamiento del concepto de cultura. Esta reivindicación, voluntariamente alejada de los paternalismos y los nacionalismos a ultranza, convirtió, con el tiempo,  a los antiguos “informantes” de los estudiosos del folclor en portadores de la cultura tradicional, lo que dignificó sus saberes ancestrales y los transformó, en los casos paradigmáticos, en tesoros humanos vivos.
            Un caso que podría ejemplificar este proceso en Veracruz es, desde luego, el del movimiento jaranero. Cuando, a principios de la década de los ochenta, los integrantes del grupo de son jarocho Mono Blanco, alentados por el académico y músico tradicional Antonio García de León, viajaron del Distrito Federal al sur de Veracruz para recuperar las músicas y la versada de los jaraneros tradicionales lo hicieron, no con fines de conservación para el estudio, sino con el propósito de apropiarse de ellas para defenderlas  y difundirlas. Este cambio de perspectiva, que convirtió a los investigadores en militantes de causas culturales, generó un movimiento social y artístico cuyas consecuencias aún no concluyen y en cuyo nombre se realizan innumerables encuentros, festivales, seminarios y foros, que han servido como escuela de gestión cultural sin fines de  lucro para una gran cantidad de personas, la mayoría de ellas nativas de los municipios en los que llevan a cabo su labor.
            En el mismo sentido, movimientos reivindicatorios del son huasteco, las artesanías, las músicas de las sierras indígenas, las manifestaciones culturales de los pueblos migrantes, el son montuno, el danzón, las tribus urbanas, etc., motivaron el surgimiento de proyectos ciudadanos orientados a investigar, recrear y difundir tales prácticas lo que, en consecuencia, propició la aparición de nuevos agentes culturales, con nuevas prácticas y nuevas estrategias.
Lo de las prácticas y las estrategias novedosas iba ligado, desde luego, a los nuevos perfiles que, a su vez, eran resultado del acceso a la educación superior, los procesos de mundialización, las migraciones y las nuevas tecnologías, entre otras cosas. Tales acontecimientos posibilitaron que prácticas culturales que antes estaban aisladas se interrelacionaran, lo que impulsó el establecimiento de redes de agentes culturales en prácticamente todas las regiones de la entidad. A continuación, me permitiré mencionar, a manera de ejemplo, algunos de los casos más destacados:
·         La red de promotores culturales de la Sierra de Otontopec, que aglutina, en principio, a gestores culturales independientes de los municipios huastecos de Tantima, Citlaltépetl, Chontla, Ozuluama, Tampico Alto, Pueblo Viejo y Tancoco, pero suele extender sus acciones otros como Ixhuatlán de Madero, Chicontepec o Tempoal. Este grupo organiza actividades de alto impacto cultural como el Encuentro de Son Huasteco de Citlaltépetl, en los que toman parte autoridades municipales, comerciantes, ganaderos y, sobre todo, la población local, que alberga en sus casas a todos los asistentes a la fiesta y organiza el comedor comunitario en el que se ofrecen alimentos a la concurrencia. El grupo mantiene una intensa actividad en redes sociales y, a lo largo del año, organiza acciones de educación artística, foros de reflexión y celebraciones en días destacados del calendario ritual.
·         La red de promotores culturales de las Altas Montañas, que aglutina a gestores culturales independientes y directivos de centros culturales de 23 municipios de la región Orizaba-Córdoba es, sobre todo, un grupo de reflexión, que se reúne periódicamente para analizar las problemáticas recurrentes del quehacer cultural, organiza actividades de capacitación y acude de manera corporativa a los foros y consultas convocados por instancias públicas. A manera de ejemplo, baste mencionar que presentaron 19 ponencias, la mayoría con propuestas de desarrollo de proyectos culturales, en el Foro convocado por el IVEC con motivo de la celebración de su 25 aniversario. Desde luego, cada una de las personas o entidades que la integra desarrolla proyectos culturales en sus respectivos municipios, frecuentemente con el respaldo de uno o más de los miembros de la Red.
·         El Centro de Documentación del Son Jarocho, ubicado en Jáltipan, aglutina a una gran cantidad de músicos, estudiosos y aficionados, que se reúnen cuando menos una vez al año en un seminario sobre el tema del son, pero que se mantiene activo durante todo el año a través de las redes sociales y organiza de manera continua procesos de capacitación, encuentros de soneros, exposiciones de arte popular y publicaciones, entre otras actividades.
·         El grupo de bordadoras de Ixcacuatitla, localidad ubicada en el municipio de Benito Juárez, es un gremio integrado por aproximadamente 20 artesanas, la mayoría de ellas monolingües, hablantes del Náhuatl del norte de Veracruz, que ofrece en su centro comunitario cursos de perfeccionamiento técnico, participa en los concursos convocados por diversos organismos públicos y privados y ofrece sus productos en exposiciones, ferias y mercados, así como en la internet, ya que mantienen una página en línea en la que el público puede apreciar las piezas de su catálogo y adquirirlas a distancia.

Indicadores
En su ya multicitado artículo, el Doctor Martinell propuso una batería de indicadores para evaluar en concurso social de los organismos no lucrativos del campo cultural. Su aplicación práctica arroja resultados muy interesantes en el caso que nos ocupa. Veamos:
1-    Distribución en el territorio: como mencioné antes, el espectro territorial que abarca el fenómeno de la gestión cultural no lucrativa comprende prácticamente todo el estado de Veracruz. Obviamente, en algunos territorios la densidad de organizaciones es más alta que en otros
2-    Niveles de actividad y participación: desde luego, son variables. Algunos, como los mencionados antes, trabajan durante todo el año y abarcan diversos campos culturales y territorios. Otros se limitan a organizar una actividad relevante al año.
3-    Capacidad crítica e intelectual: generalmente es alta. El perfil académico de sus representantes suele ser elevado. Cuando no es el caso, se trata por lo general de personas con gran prestigio y autoridad moral  en la comunidad, que han desempeñado cargos relevantes como mayordomías o delegaciones.
4-    Capacidad de interlocución.- En este sentido se advierten avances importantes. La percepción del rol que cumplen las instituciones oficiales por parte de los gestores culturales independientes se ha clarificado, lo que facilita el entendimiento entre las partes; además, algunos esquemas de otorgamiento de recursos públicos como el establecimiento de fondos concursables y comisiones ciudadanas, ha favorecido el flujo comunicativo.
5-    Normatividad: aunque no soy un especialista, creo que el problema de la normatividad insuficiente para brindar seguridad y amparo a las actividades de los agentes culturales  persiste. En Veracruz se ha legislado abundantemente en materia cultural en el último lustro. Son de apreciarse la Ley de Fomento a la Cultura o la Ley de los Derechos Culturales de los Pueblos Indígenas, por ejemplo; no obstante, las figuras jurídicas existentes para acreditar a los ciudadanos interesados en las tareas culturales resultan todavía y a todas luces, engorrosas y poco prácticas.
6-     Construcción y significado de necesidades y problemas: en este aspecto, los organismos no lucrativos de impulso a la cultura cumplen una función fundamental, ya que suelen ser ellos quienes, antes que nadie, detectan cuáles son las medidas más convenientes para fortalecer la vida cultural de sus comunidades. En este sentido son, desde luego, mucho más eficientes que los organismos públicos que, cuando hacen bien las cosas, toman en cuenta los anhelos y expectativas  de los gestores independientes a la hora de diseñar sus programas y proyectos.
7-    Nivel de Independencia: la mayoría suelen ser bastante independientes. En ocasiones pactan alianzas con la clase política y ocupan temporalmente puestos públicos, principalmente en el nivel municipal, pero suelen deslindarse rápidamente cuando las políticas públicas de los municipios en los que laboran se separan de sus propias expectativas. Discursivamente, suelen hacer de su nivel de independencia una virtud.

En resumen
“Los seres humanos se relacionan entre sí por medio de la sociedad y expresan esa relación por medio de la cultura”2 sostiene el Informe Mundial de Cultura 2010. Sin duda alguna, la expansión de los organismos no lucrativos de impulso a la cultura, así como su capacidad de interrelacionarse abonan a favor del diálogo intercultural y significan un ejercicio del usufructo ciudadano del derecho a la cultura, pues siempre conviene recordar que la participación directa, especialmente el concurso como agente cultural, es un ingrediente fundamental en la definición clásica de los derechos culturales3. Evidentemente, la construcción de ciudadanía desde la participación en el campo de la cultura es todavía un camino difícil de transitar. Estar dispuesto a recorrerlo significa estar preparado a salvar obstáculos porque, ya se sabe, los ciudadanos son más veloces que los gobiernos y porque quien toma la decisión de acceder plenamente al goce y la recreación de la diversidad creativa que nos caracteriza debe estar consciente de que tendrá que luchar a brazo partido contra los discursos dominantes, que los son, entre otras cosas, por su enorme capacidad seducción.
Es probable que la creciente participación de la sociedad civil en Veracruz sea uno más de los muchos signos de la transición hacia la democracia que, no sin tropiezos, vivimos actualmente. No son los asuntos políticos mi especialidad y habrá que esperar a que los expertos aborden el fenómeno que aquí he tratado de referir. Por lo pronto, resulta cierto, y siempre siguiendo a Alfons Martinell, que los agentes culturales agrupados en torno a proyectos de impulso a la cultura en Veracruz cumplen cabalmente las funciones que el estudioso catalán les adjudica: analizan e interpretan la realidad, posibilitan y canalizan la participación social, aglutinan y crean estados de opinión, ayudan a estructurar y construir las demandas de carácter social y educativo, funcionan como plataforma para fomentar la autoorganización, ejercen una función prospectiva y generan nuevos mercados.
            Hace ya muchos años acudí a una reunión de trabajo de un comité ciudadano empeñado en construir un centro cultural que, por sus dimensiones y características, resultaba demasiado costoso. Se los hice sentir. El líder del grupo me preguntó entonces: ¿no cree usted que nos lo merecemos? Le contesté que, desde luego, se merecían eso y más, pero que no alcanzaba a imaginar de dónde podrían salir los recursos técnicos, humanos y financieros que su realización demandaba. ¡Ah, me replicó, es que usted trabaja en el gobierno! El centro cultural nunca se hizo. Sigo pensando, no obstante, que aquel señor tenía razón.

1.- Alfons Martinell. “Los agentes culturales ante los nuevos retos de la gestión cultural”. Revista Iberoamericana de Educación. No. 20. mayo-agosto de 1999. pp. 204-215.

2.- UNESCO. “Invertir en la diversidad cultural y el diálogo intercultural” Informe Mundial de la UNESCO.  2010. Ediciones UNESCO. París. p. 39.

3.- Culturalrights. Derechos culturales. Cultura y desarrollo. Página Web.

Gestión cultural en Veracruz. Instancias, actores, metas y matices.

(Texto leído durante la presentación del libro del mismo título, efectuada en la USBI de la Universidad Veracruzana, en Xalapa, Ver., en el marco del 2° Coloquio  de Investigación "La gestión de lo Cultural: intersecciones entre sociedad y estado", el día 22 de mayo de 2015).

Gestión cultural en Veracruz. Instancias, actores, metas y matices.
Por Óscar Hernández Beltrán.

Agradezco a la Doctora Ahtziri Molina el que me haya invitado a participar en esta ceremonia de presentación. Lo agradezco y lo celebro, porque la lectura de la publicación que hoy nos reúne significa una oportunidad para reflexionar acerca de temas tan relevantes como el enfoque de las políticas públicas en materia de cultura y desarrollo en Veracruz, la participación de los grupos organizados de la sociedad civil en la vida cultural de nuestro estado y los mecanismos de aproximación y análisis que desarrolla un grupo de trabajo en la cada vez más intensa labor académica de la Universidad Veracruzana.
                Dos son, en mi opinión, los aspectos más relevantes de este libro: por un lado, el diagnóstico del estado que guarda la gestión cultural en nuestra entidad, establecido, desde luego, de manera provisional, en espera de que otros trabajos de investigación y reflexión como los que aquí se reúnen permitan confirmar o ampliar las conclusiones que se presentan en esta compilación y, por otro, una crítica pertinente y necesaria a las políticas públicas en materia de cultura, ejecutadas por las entidades responsables de su impulso y fortalecimiento.
                El método utilizado para la elaboración del diagnóstico antes mencionado parte de una caracterización del proceso de transición que convirtió a los antiguos promotores culturales en flamantes gestores culturales. Para explicar dicho proceso se identifica a la promoción de la cultura como una actividad centrada en la lucha por la defensa de la identidad, ya que, en efecto, las ideas de la época concebían a la cultura como el conjunto de manifestaciones que caracterizaban a una sociedad y explicaban centralmente su sobrevivencia. La defensa, el fortalecimiento y la difusión  de la cultura propia, así como la apropiación consciente y sistemática de  las mejores prácticas de las otras culturas eran, en consecuencia, los objetivos  centrales de un promotor cultural.
                El arribo de la idea de la gestión cultural complejizó esa tarea y demandó tres capacidades básicas de los nuevos agentes culturales empeñados en intervenir en los circuitos de producción, circulación y consumo de las manifestaciones culturales: competencias técnicas, habilidades  administrativas y capacidad de intervención en el imaginario social, con miras a posibilitar el establecimiento de nuevas plataformas de  acción a los agentes culturales.
                Para entender el mecanismo de transición que posibilitó en Veracruz el asentamiento de la idea de la gestión cultural, el grupo impulsor del libro que hoy presentamos revisó los contenidos de las acciones de capacitación sobre el tema, llevadas a cabo por las instituciones federales y estatales de cultura. Descubrieron que, mal que bien, con dichas acciones se habían atendido los aspectos relacionados con las competencias técnicas (organización de actividades de difusión cultural, etc.) y las habilidades administrativas (elaboración y manejo de presupuestos, recaudación de fondos, etc.) pero que no se habían abordado o, al menos no suficientemente, los procesos que posibilitan la intervención de los gestores culturales en el imaginario social, con miras a enriquecer y diversificar los anhelos y las expectativas culturales de las comunidades. Lo anterior, supone, desde luego, una carencia grave, pues significa que los aspectos creativos de la gestión de la cultura no son debidamente desarrollados entre nosotros.
                Otro aspecto preocupante del panorama general de la gestión cultural en Veracruz tiene que ver, conforme a lo que se estudia en la obra que presentamos, con la falta de continuidad en las acciones institucionales de impulso a la  cultura. Como puede sospecharse, esta situación es resultado de la intensa rotación de cuadros directivos que, generalmente, suponen la cancelación de proyectos en desarrollo, el establecimiento de nuevos proyectos y, en síntesis, la falta de continuidad en perspectivas y acciones lo que, generalmente, significa desperdicio de recursos y falta de asertividad entre la comunidad de creadores, gestores y custodios del  patrimonio cultural veracruzano y las instituciones encargadas de brindarles atención y respaldo. 
                Por lo que hace a la participación de los gestores culturales independientes, si bien se reconoce que algunos de los grupos de la sociedad civil organizados en torno a las tareas de gestión de la cultura alcanzan con éxito las metas que se imponen, y que incluso han logrado desarrollar acciones de impacto cultural que suelen trascender las fronteras estatales y nacionales, también es cierto que se advierte en varios de ellos poca claridad en cuanto a sus objetivos, estrategias precarias de reproducción y una cierta tendencia a depender de los apoyos que brindan los programas institucionales, lo que debilita su impacto cultural y compromete su independencia.
                Permítaseme declarar aquí mi adhesión central a los puntos nodales del diagnóstico esbozado en Gestión Cultural en Veracruz. No obstante, y abusando de mi condición de lector invitado y de la paciencia de todos ustedes, quisiera señalar algunos aspectos y algunas circunstancias que podrían matizar, aunque fuera levemente uno de los presupuestos antes señalados, en el entendido, claro está, de que mi lectura del texto no está demasiado alejado de los contenidos de la obra.
                En primer lugar, quisiera decir que, en efecto, la intervención en el campo de lo simbólico colectivo no es una práctica constante ni sistemática en las instancias públicas de impulso a la cultura. No obstante creo que, como lo reconoce el libro, algunas propuestas de política cultural han resultado sorpresivamente constantes a lo largo del tiempo y que los efectos culturales que los programas y los proyectos que tales propuestas generan entre la sociedad veracruzana pueden constatarse cabalmente.
                El libro que hoy nos congrega menciona como un ejemplo de tal perduración a la Feria del Libro Infantil y Juvenil que cada año se lleva a cabo en Xalapa. Quisiera mencionar otro, si me lo permiten: la convicción de que Veracruz forma pare del Caribe. La frase ahora canónica “Veracruz también es Caribe” fue lanzada como propuesta por el Instituto Veracruzano de la Cultura desde su fundación, hace 28 años. Entonces provocó desdén y enojo entre ciertos sectores ilustrados de la Ciudad de Veracruz. Hoy, merced a la realización de una gran cantidad de foros, publicaciones y presentaciones artísticas, la idea de que los veracruzanos formamos parte de lo que Antonio García de León denomina el circuncaribe, es algo plenamente aceptado y asumido por amplio sectores de la sociedad porteña.
                Creo que los ejemplos podrían multiplicarse y  comprenderían prácticas tan diversas como  el establecimiento de centros culturales en los municipios, la refuncionalización de diversos objetos artesanales o la incorporación de foros de reflexión en fiestas patronales, prácticas todas ahora comúnmente aceptadas, pero que en su momento significaron propuestas novedosas, impulsadas desde las instituciones de la cultura siempre, por fortuna, con el apoyo entusiasta de sectores de la sociedad civil independiente.
                No me resta sino saludar al grupo de trabajo que hoy da a conocer esta publicación, felicitarlo por su iniciativa de colocar en la red los resultados de sus procesos de investigación, lo que seguramente les permitirá una penetración mucho mayor que la que posibilitan otras plataformas, y expresar mi reconocimiento a los autores de los ensayos que integran este volumen, porque cada uno de ellos logró resolver con objetividad, claridad y sencillez la difícil tarea de elucidar aspectos de la gestión cultural actual de Veracruz y conformar con ello un panorama que, sin duda alguna, constituye un sólido punto de partida para ulteriores reflexiones en torno a este importante tema. Espero sinceramente que otras entidades académicas y otros sectores de esta misma Universidad vuelvan sus ojos hacia esta importante actividad social, ya que en su valoración objetiva se cifran muchas de las posibilidades de alcanzar la convivencia democrática y pacífica a la que aspiramos todos los mexicanos. Enhorabuena.

jueves, 2 de abril de 2015

Junkie de nada, de Zazil Alaíde Collins.

(Reseña para cápsula televisiva, transmitida  por Radio y  Televisión de Veracruz (RTV), en el programa Itaca, del Instituto Veracruzano de la Cultura,el 30 de abril de 2015, a las 19:00 horas).

Junkie de nada, de Zazil Alaíde Collins.
Por Óscar Hernández Beltrán

A finales de los años noventa el grabador Alec Dempster  y el versador  Zenén Zeferino publicaron El Fandanguito, una especie de lotería jarocha, elaborada a partir de los sones tradicionales del Sur de Veracruz. Una década más tarde, en 2009, la capitalina Zazil Alaíde Collins dio a conocer Junkie de nada, su primer libro de poemas. El volumen consta de diez segmentos que corresponden, cada uno,  a alguna de las cartas de aquella lotería. La crítica especializada mostró de inmediato un gran interés por la nueva poeta y por su obra. Los especialistas  coincidieron en señalar la originalidad y el vigor expresivo de los poemas que lo integran, así como el hecho de que el libro contenga una estructura  hipertextual que remite constantemente a letras de piezas de rock, páginas de internet o instalaciones y que,  al mismo tiempo, esté marcado por un profundo escepticismo que, pese a su carácter frecuentemente irónico, ofrece al lector una sensación de general de fatiga y decadencia, que resultan sorprendentes en una joven que contaba apenas 25 años al publicar el libro.
                Lo cierto es que, pese a ciertos tropiezos rítmicos y a una acusada dispersión temática, Junkie de nada es un poemario pleno de hallazgos, versos afortunados y secuencias logradas en el que se abordan asuntos tan relevantes como  la perspectiva de género, el placer sexual, la soledad, la sobriedad, y su contrario, la embriaguez, con un lenguaje  sencillo y claro y un carácter con frecuencia onírico y, en todo caso, profundamente imaginativo. ¿No es eso acaso  lo que solemos esperar de los libro de poesía?.

                La buena noticia es que Junkie de nada, que tuvo un tiraje inicial de apenas 500 ejemplares en su edición impresa, se puede localizar con facilidad en internet en donde, además, es posible establecer vínculos con los otros productos culturales a los que el libro remite con frecuencia. Junkie de nada, de Zazil Alaíde Collins, un libro de inspiración jarocha que vale la pena leer.