(Leído en la
ceremonia de presentación del libro, el jueves 17 de noviembre de 2011, en la
Sala de Usos Múltiples del Instituto Veracruzano de la Cultura, en el marco del
Encuentro Académico Veracruz también
es Caribe. Publicado en Ulúa.
Revista de Historia, Sociedad y Cultura. Instituto de Investigaciones Histórico
Sociales. No. 19. Enero-Junio de 2012. pp. 115-118.).
Estudio sobre los derechos de los pueblos negros de
México, de Elia Avendaño Villafuerte (1)*
Por Óscar
Hernández Beltrán
La doctora Elia
Avendaño Villafuerte publica en las prensas de la UNAM, en esta ocasión
activadas por el Programa Universitario “México, nación multicultural”, el
volumen Estudio sobre los derechos de los pueblos negros de México. Se trata, y
juzgo conveniente decirlo desde un principio, de un libro militante, es decir
de un libro puesto al servicio de una causa muy específica, que en este caso es
el reconocimiento constitucional de los pueblos negros de México.
Desde luego, no debe
sorprendernos que un libro publicado por la Universidad Nacional Autónoma de
México esté claramente inscrito en el contexto de una batalla de carácter
social, pues de todos es sabido el carácter humanista de esa casa de estudios.
Ya desde la introducción a la obra, la autora nos advierte que “La lectura de
este documento pretende generar discusiones sobre el respeto a sus derechos”,
[de los negros] y añade “por ello es importante difundir su riqueza cultural
con la finalidad de fomentar la revaloración de sus aportaciones a la humanidad
por parte de la sociedad en general”.
Si la pretensión de la doctora
Avendaño es generar discusiones futuras sobre el tema que se aborda en el
volumen que ahora nos reúne, me parece que lo logrará con creces. Con ello no
quiero insinuar siquiera que estemos frente a un texto escrito con ligereza o ánimo
desafiante. Creo, eso si, que el libro aborda un tema que todavía resulta
incómodo para muchos y que lo hace tomando decisiones firmes, que le permiten
elaborar propuestas caracterizadas por su claridad y contundencia.
En las líneas que siguen
intentaré abordar algunas de las propuestas presentadas por la doctora Avendaño
y señalar los que podrían ser sus aspectos más controversiales si el libro
tuviera algún día la rara fortuna de circular entre quienes deberían de leerlo,
que son quienes están en el poder y toman las decisiones que nos afectan a
todos. Me refiero, claro, a los legisladores, los jueces y los ejecutores de
las políticas públicas en materia de desarrollo social.
La primera propuesta que mencionaré
es la de brindar a los pueblos negros de México un trato no igualitario sino
equitativo. Sostiene la autora: “En México, la situación específica de los
pueblos negros tiene su propia complejidad, no se trata solamente de lograr un
trato igualitario que respete su diversidad, sino también de revertir las
acciones de discriminación y racismo que los afectan de manera cotidiana para
que tengan la oportunidad de mejorar sus condiciones de vida”
Consecuente con sus ideas, la
doctora Avendaño propone el diseño de materia legislativa y políticas públicas
que partan del reconocimiento de que durante siglos los negros de México han
sido receptores de prácticas prejuiciadas y separatistas en su propio
territorio y se orienten a recompensar los nefastos resultados que tales
prácticas han provocado entre nosotros. Para quienes tenemos la piel de tostada
para arriba la justificación resulta fácilmente comprensible y la propuesta
ampliamente convincente. Difícilmente lo será, me parece, para quienes
prefieren pensar que el trato igualitario ya es bastante dádiva y que ser pobre
y marginado es mérito suficiente para ser beneficiario de los programas
sociales del gobierno. Para quienes así piensan, el reclamo de los negros mexicanos
por el diseño de políticas de equidad que nos coloquen a todos en la misma
línea de salida, junto a los indígenas, las mujeres, los discapacitados y otras
víctimas históricas, no pasará de ser una más de las mucha argucias de las que
nos valemos los negros para vivir sin trabajar.
Un asunto más, que sin duda
provocará inquietudes, es el alegato contenido en el libro a favor del
reconocimiento de los núcleos poblacionales negros como entidades jurídicas con
personalidad propia. Ocurre que nuestras leyes se han mostrado bastante
reticentes a la hora de reconocer la existencia de pueblos y comunidades
específicas. Tal ocurrió con los pueblos indígenas, tal sucederá, me parece, con los pueblos negros, que casi siempre
habitan en zonas mayoritariamente mestizas, lo que facilita la tarea de los ninguneadores.
Otro aspecto polémico del libro es el que se refiere a la adopción de la
palabra “negros” para definir a los pueblos constituidos por afrodescendientes
mexicanos que, como sabemos suelen ser nombrados de manera eufemística con
palabras como “Afroamericanos”, “afromestizos” o “afromexicanos”. En opinión de
la autora “la reflexión identitaria forma parte del crecimiento personal del
afrodescendiente para admitir su diferencia y a partir de ella generar acciones
de solidaridad y compromiso con sus iguales dentro de una sociedad que no
reconoce a las culturas negras”.
Se trata entonces de reivindicar la palabra “negro”, que en México suele tener
un sentido peyorativo, como una marca de orgullo, como una palabra que, por
oposición, no pretende ahondar las diferencias, sino establecer nuevas
oportunidades de diálogo y reconocimiento mutuo.
Quizá en esta paradoja sirva para develar el carácter finalmente
conciliador de este libro. Véanse sino, sus coincidencias con el informe
Mundial de Cultura 2010 de la UNESCO, denominado precisamente Invertir en la diversidad cultural y el
diálogo intercultural, en el que se sostiene, en el capítulo relativo a los
derechos humanos que “El reconocimiento del valor de cada cultura por sus
diferencias creativas y su originalidad, infunde en todas las personas un
sentimiento de orgullo fundamental para su capacidad de intervención. Esa
dignidad recuperada es fundamental para la cohesión social, que exige que las
diferencias unan más de lo que dividen. De este modo se establecen relaciones
solidarias entre las personas, que trascienden la competencia egoísta por los
recursos. La diversidad cultural constituye así un medio para renovar las
formas de gobernanza democrática, en la medida en que logra que los grupos (los
jóvenes, los marginados, los desposeídos, las minorías, las poblaciones
indígenas y los inmigrantes) recuperen la confianza en los sistemas de
gobernanza democrática y sientan que su contribución es reconocida y estimada,
y que eso lo cambia todo. La diversidad cultural, que promueve los derechos
humanos, la cohesión social y la gobernanza democrática, hace confluir tres
factores que son determinantes para el establecimiento de la paz y la
convivencia pacífica dentro de las naciones y entre ellas. En este sentido, la
promoción y la salvaguardia de la diversidad cultural refuerza la tríada
formada por los derechos humanos, la cohesión social y la gobernanza
democrática”.
La cita es larga, pero vale la pena, porque permite advertir que si algo
sostiene a este libro es precisamente su plena identificación con la convivencia pacífica, pero con justicia y
dignidad para todos. De tal suerte, sirve a una causa, pero lo hace de la mejor
manera posible, que es procurando el fortalecimiento del diálogo intercultural,
que tanta falta nos haceConsecuente con sus propósitos, el texto concluye con una propuesta que
resulta, como postulaba John Lennon, endemoniadamente sencilla: agregar, cuando
menos, las palabras “pueblos negros” en el primer párrafo del artículo segundo
de la Constitución, que es aquél en el que se reconoce el carácter
pluricultural de México. Dos palabras que nos permitirían empezar a existir
jurídicamente, posibilitarían el desarrollo de políticas públicas correctas y
enriquecerían notablemente la diversidad cultural y creativa en la conciencia
de los mexicanos. Bienvenida sea, por tantas buenas razones, la publicación de
este libro estupendo.