domingo, 24 de marzo de 2013

Lhkuyat, de Guillermina Ortega


(Texto de la hoja de sala de la Instalación Lhkuyat, de Guillermina Ortega, inaugurada el 23 de febrero de 2012, en la Capilla del Edificio Sede del Instituto Veracruzano de la Cultura, en Veracruz, Ver.).

Lhkuyat, Instalación de Guillermina Ortega.
Por Óscar Hernández Beltrán

Si alguna, la función del arte es reintegrarnos a nuestra condición humana, al “olvidado asombro de estar vivos” que decía Octavio Paz. La obra de Guillermina Ortega cumple puntualmente este designio. Para conseguirlo, acude a la fuerza primigenia de la cultura indígena, a la energía vital de sus mujeres, a la pasmosa capacidad que éstas poseen de dialogar con la naturaleza.

Guillermina ha descubierto que la rutina anónima y aparentemente intrascendente que llevan a cabo las creadoras indígenas tradicionales al elaborar sus piezas es, en realidad, la puesta en juego de una visión compleja del cosmos, un diálogo con el universo. Se ha dado cuenta, además, de que tal coloquio es consecuencia de un conjunto de certezas heredadas, conforme a las cuales sólo es posible obtener el don de transformar adecuadamente  la materia si se mantiene una actitud de profundo respeto, de franca veneración ante los elementos;  de que únicamente  este talante posibilita la adecuada metamorfosis del universo. Ha advertido, en suma, el carácter esencialmente ritual de la creación indígena.

Tales hallazgos le han impuesto la necesidad de devolver su sentido original a la representación  simbólica de la naturaleza, con el ánimo de develar, para ella misma y para todos nosotros, el impulso primero de las cosas que nos rodean. Dicha empresa la compromete a solventar dos tareas fundamentales: la armonización de elementos aparentemente dispares y la integración de un nuevo orden que resulte, a la vez, atingente y revelador.

En la primera de estas faenas podemos encontrar el sentido fundacional de la labor artística, el viejo e inevitable  oficio de elaborar metáforas para revelar el mundo: vasijas que son vulvas, flores que son raíces; en la segunda, el adocenamiento preciso de los ingredientes vitales mediante el establecimiento de un orden específico; la implantación de un espacio en el que tales imágenes encarnan y se sacralizan: la instalación que guía al visitante al encuentro con las verdades elementales que constituyen, a un tiempo, nuestro origen y nuestro destino. La creación de una atmósfera que se convierte en nuestro devenir.

Como sabemos, las revelaciones fundamentales han sido y serán la materia básica de la producción artística. No obstante, siempre resulta perturbador advertir la eterna historia del principio. Traer a cuento, por ejemplo, estos versos del poema Soles, de Dolores Castro, escritos en 1977, que definieron desde entonces, de manera diáfana, el sentido de la obra que hoy presenta Guillermina Ortega:

Es tierra, vida, madre:
son los vientres
en donde asoma el rostro de la muerte
y pasa
como ceniza leve
que flota en el agua.
Ceniza que remueve el viento,
que corona al fuego,
que calienta
en el manto de la tierra.

lunes, 18 de marzo de 2013

La fiesta de la Candelaria y los jaraneros (Segunda parte)



La fiesta de la Candelaria y los jaraneros (Segunda parte)
por Óscar Hernández Beltrán.



Para muchos de los protagonistas del Movimiento Jaranero el Encuentro de Tlacotalpan es un acontecimiento fundamental. Lo conciben como una ventana abierta, simultáneamente, a la tradición y a  la creatividad; como un acontecimiento enriquecedor, en el que se tributa homenaje a los viejos soneros, al tiempo que se renueva la tradición. En 1991 escribió Gilberto Gutiérrez: “En 1979 se instituyó el Encuentro de Jaraneros en Tlacotalpan, Ver. La asistencia a esta fiesta se hace por devoción. Cada año concurren menos músicos viejos (muchos ya murieron) y más músicos jóvenes. Este Encuentro se ha vuelto el máximo escaparate del son. Allí se asiste a mostrar los avances individuales y de grupo, y a ejecutar esos sones ya desconocidos, arrancados  a la memoria octogenaria de algún jaranero”[1].  Esta opinión variaría pocos años más adelante cuando, convencidos de que el modelo de Encuentro se había agotado, Mono Blanco, el grupo que lidera Gilberto Gutiérrez, y otros grupos más, decidieron seguir acudiendo cada año a la Fiestas de la Candelaria, pero no a participar en el Foro del Encuentro, sino a efectuar fandangos tradicionales en un espacio alternativo. En 2006, Antonio García de León expresaba también su preocupación al respecto: “…han pasado los años, y lo que en un principio estaba orientado para reanimar la tradición fandanguera, propiciando el regocijo colectivo, se ha convertido, anquilosándose, en un espectáculo pasivo, dejando de lado lo fundamental. Incluso, como efecto terminal de todo esto, asistimos a la implantación de nuevas modas que sofocan la dinámica del fandango: como la presencia aplastante, en los “encuentros  de jaraneros” de decenas de versadores de décimas recitadas, que sin cantar, tocar ni bailar, utilizan al son como música de fondo y lo someten a una nueva artificialidad. Los mismos encuentros, que en un principio fueron inducidos en función de preservar la tradición se han tornado un espectáculo de oyentes pasivos, terminado por asfixiar lo que había que haber cuidado con más empeño, que era el fandango, una fiesta colectiva en donde tenía cabida todo el pueblo: para cantar, bailar y escuchar a los mejores músicos de la región.[2] 

Por su parte, Leonardo Amador anota: “Personalmente estoy convencido que el encuentro de jaraneros de Tlacotalpan ha sido un generador de grupos y de escuelas, un encuentro de tendencias de interpretación e ideológicas, un aparador del son tradicional y puro, pero también de aquel que busca sonoridades frescas”[3].


Desde luego, los fandangos realizados durante la Fiesta de la Candelaria no son una aportación del Movimiento Jaranero. Fandangos en días de feria se han hecho desde hace muchos años en Tlacotalpan. Una placa de bronce colocada en el pórtico de la Casa de la Cultura  sugiere que el Son Jarocho nació en la llamada Perla del Papaloapan y esa parece ser la creencia de mucha gente. Los estudiosos del Son no parecen compartir esa idea. En un artículo sobre la historia del Son, Alfredo Delgado Calderón, luego de aclarar que los primeros registro sobre el fandango datan de 1766, asienta: “Curiosamente, debieron pasar varios años más para que tuviéramos una noticia sobre el son jarocho en Tlacotalpan, de donde algunos creen que es originario, y donde no aparece ligado únicamente a los negros, como en Acayucan, sino también a los indígenas[4]”. No obstante, los testimonios sobre los fandangos durante la Candelaria en épocas pasadas son abundantes. En testimonio dado a Ricardo Pérez Mónfort, Doña Josefina Candal, bailadora, explica que: “Eran tres fandangos: uno lo ponían en la bahía, otro lo ponían en el parque y en el mercado había como dos. Eran como cuatro fandangos los que hacían. Pero se llegó el momento en que ya no había ni uno. Hasta que ya ahora cuando se formó la Casa de la Cultura, en el ’74, empezamos[5]


Desde su establecimiento, el Encuentro ha concitado la participación de grupos y personas de diversas adscripciones y variados rumbos geográficos, tanto del país como del extranjero.  Por esta y por otras buenas razones, todo parece indicar que el balance efectuado por los personeros del Movimiento con respecto al Encuentro de Jaraneros en Tlacotalpan resulta positivo. Rafael Figueroa Hernández apunta que: “Gracias al encuentro, y a los muchos encuentros que afortunadamente han aparecido motivados por el de Tlacotalpan, nos pudimos dar cuenta de las diferencias y afinidades entre las diferentes regiones del son jarocho tanto en Veracruz como en la ciudad de México. Escuchamos como un mismo son puede sonar de maneras distintas, si es interpretado desde Tlacotalpan o Alvarado, que si viene de la región de los Tuxtlas, o de las zonas con mayor influencia indígena como Xoteapan, Acayucan o Jáltipan[6]”.


Pero no todo es miel sobre hojuelas. Constantemente se expresan críticas de los participantes con respecto al trato que se les brinda durante el Encuentro por parte de las instituciones de gobierno encargadas de otorgarles las atenciones básicas de hospedaje y alimentación. Ante la escasez de habitaciones de hotel, los organizadores recurren a las familias de Tlacotalpan quienes ven en la necesidad imperante una oportunidad de negocios. No todas las experiencias de cohabitación entre las familias y los jaraneros  parecen ser afortunadas. Una crónica publicada por el decimista José Samuel  Aguilera refiere que el propietario de la casa alquilada, cito: “…con voz melosa puso a mi disposición “su humilde morada” (parece albur, pero así nos dijo). Esa noche supe que, junto con su mujer, ronca el desgraciado y además que dormir en un neumático, como nos hizo dormir, es muy bueno para desmadrarse la columna. De cualquier manera, agradecí la gentiliza de Diegolópez, me acordé de la progenitora del IVEC y al descubrir a eso de las cinco de la mañana, que dormíamos cerca de un pesebre, rodeados de un sonoro coro de chivos, borregos, gallinas y caballos, compadecí al niño Jesús, le menté la madre a los tres reyes magos y comprendí  porqué Benitojuares escapó de Ixtlán rumbo a Oaxaca con la insana intención de convertirse en diputado y recortar todo tipo de presupuesto cultural[7]”.


A pesar de las incomodidades padecidas durante la fiesta, los soneros asisten puntualmente a la cita anual en Tlacotalpan. Dos impulsos básicos parecen guiarlos: el apego a la tradición, a la que se rinde tributo por medio del reconocimiento a los viejos maestros del Son y la constatación de que el movimiento jaranero no sólo persiste, sino que se fortalece y diversifica cada año. Los jaraneros acuden a encontrar o reencontrar a los maestros de la tradición, quienes suelen recibir con asombrosa modestia las reiteradas muestras de respeto que les brindan sus discípulos; acuden también a conocer las primicias de las propuestas desarrolladas por los diversos grupos asistentes.


De tales impulsos han surgido cuando menos dos demandas de la comunidad jaranera: una, que el reconocimiento a los viejos maestros no se limite a la entrega de una medalla, sino que se establezcan las condiciones que les permitan vivir su vejez en paz y con dignidad; otra, que el talento y la creatividad de los grupos de Son jarocho reciba la atención pública y los espacios de desarrollo que su talento amerita.


En ocasiones, la percepción de que  el apoyo brindado al Son Jarocho resulta insuficiente se traduce en propuestas directas  de organización. En 2006, Germán Dehesa efectuó una de las más rotundas:”...el encuentro de jaraneros. Es una delicia y un bien para la comunidad. Por esto mismo, es lastimoso que año con año este encuentro no tenga el mínimo presupuesto que requiere. Sé que el gobierno pondrá una parte (que podría ser un poco más generosa) que no alcanza. Aquí hay una magnífica oportunidad para que la ciudadanía y el gobierno colaboren. Yo me aviento el tiro de ponerme con mi cuerno y de crear un patronato que trabaje en coordinación con el gobierno y alivie y garantice la perduración de este luminoso y vivo son mexicano. ¿Quién dijo yo?, porque yo ya dije[8]”.


Según opinan muchos, la razón le corresponde a los Jaraneros. En los últimos años se ha incrementado el gasto público destinado a la difusión de espectáculos en la Fiesta de la Candelaria. Lamentablemente, dichos recursos no se orientan a difundir el son vivo y luminoso al que se refiere Dehesa, sino a presentar a intérpretes comerciales de pésima calidad.


El día primero de febrero se lleva a cabo el denominado “Embalse de toros”. Si la Cabalgata produce en los jaraneros un gesto de leve desdén, la acometida a los toros efectuada por la muchedumbre recibe la condena unánime de los asistentes al Encuentro. El rechazo manifestado resulta comprensible. Luego de ser sumergidos en las aguas de Río Tlacotalpan, un grupo toros de engorda es arriado hacía la ribera. Exhaustos, atemorizados, los animales tratan de escapar entre el gentío. Entonces son agredidos por la  muchedumbre, que les tuerce la cola y los agrede de muchas otras formas. Esta tortura cobarde ha sido impugnada por amplios sectores de la sociedad, no sólo de Veracruz, sino de toda la república. Sorprendentemente, se sigue efectuando. Álvaro Alcántara describe así su experiencia del embalse: “El pueblo respiraba alegremente y la pamplonada mantenía el interés de todos. Mientras que los niños anunciaban en sus camisas leyendas como ¡No maltrate al toro!, sus mayores —algo alegres-,  se mostraban decididos a torturar a un pobre buey cansado que no entendía nada de nada y solo esperaba el menor descuido para tirarse a descansar. Yo tampoco entiendo lo que pasa, pero eso no importa mucho: la tradición es la tradición, sin embargo, a veces, resulta excesivamente pesada como si hubiera una obligación por  seguir haciendo las cosas por inercia, de  seguir impulsando, algo que hace tiempo dejo de funcionar”[9].


El día dos de febrero, a las cinco de la mañana, los jaraneros disuelven los varios fandangos en los que ha derivado el Encuentro de Jaraneros de Plaza Doña Martha y se encaminan al templo  para llevarle las mañanitas la Virgen de la Candelaria. Tal vez sea este el momento en el que la Fiesta de la Candelaria y el Encuentro se hermanan de manera más clara. El sincero fervor manifestado por muchos de los jaraneros y el evidente respeto guardado por sus acompañantes, forman parte, me parece, del apego general a la tradición que el Movimiento Jaranero enarbola como una de sus características fundamentales, que incluye, además de la fe compartida con los ancianos, el respeto a la estructura del fandango como espacio de expansión ritual altamente codificado y la veneración hacia los jaraneros viejos, sus instrumentos, sus versos y sus sones. A pesar de que la visita al templo contiene mucho de fe verdadera, no deja de ser, sin embargo, una actividad moderna. Al respecto escribe Antonio García de León: “Actualmente, a diferencia del siglo XIX, la mayor parte de los asistentes y los que participan en un fandango se saben insertos en el folclor y lo practican conscientemente, y esa es la diferencia básica, lo que nos separa irremediablemente de la “antigüedad[10]


El día dos por la tarde, se efectúa el Paseo de la Virgen por el Río. Muchos jaraneros siguen a la procesión que lleva a la Candelaria del templo al muelle. La ruidosa multitud apenas permite escuchar la música de jaranas. Además de los músicos jarochos acompañan a la Virgen grupos de mariachi, bandas de marcha, etcétera. Álvaro Alcántara lamenta en un escrito del año 2000 que, puestos a elegir, los organizadores del Paseo hayan dado preferencia a los mariachis, antes que a los jaraneros, al decidir qué grupo musical tendría el honor de tocar junto a la Virgen durante el paseo. Y reflexiona: “Los viejos soneros siguen vivos para fortuna nuestra. No estaría de más darles el lugar que se merecen. Quizás así dejemos de escuchar que en la "cuna del son jarocho", una voz parta el bullicio repitiendo incesante ¡primero los mariachis! ¡Primero los mariachis! ¿Y los viejos, nuestros viejos soneros, cuándo?[11]


Permítanme concluir en este punto. A pesar de sus divergencias, o quizás precisamente por ellas, la Fiesta de la Candelaria continúa ganando adeptos cada año. Todavía, allá por las navidades nos escuchamos decir: “Nos vemos en Tlacotalpan, para la Candelaria”. Muchas gracias.




[1] Gilberto Gutiérrez Silva. “Una década de son jarocho”. Horizonte. No. 1. Marzo de 1991. p.
[2]
[3] Leonardo Amador, en el  Foro Yahoo del Son Jarocho.
[4] Alfredo Delgado Calderón. “Semblanza histórica del son jarocho”. Son del Sur. No. 8. Febrero de 2000. p.32.
[5] Ricardo Pérez Mónfort. Testimonios del son jarocho y del fandango… op.cit.

[6] Rafael Figueroa Hernández. op.cit.
[7] José Samuel Aguilera Vázquez, “La Entrada” Foro Yahoo del Son Jarocho. Febrero de 2007.

[8] Germán Dehesa. “La Gaceta del Ángel. Vine a Tlacotalpan”. Reforma. 18 de enero de 2006.
[9] Álvaro Alcántara. “Viajando entre los recuerdos”. Son del Sur. No. 8. Febrero de 2000. p.48.

[10] Antonio García de León. Fandango. El ritual del mundo jarocho a través de los siglos. Programa del Desarrollo Cultural de Sotavento. 2006. p.55

[11]  Álvaro Alcántara. “Viajando entre los recuerdos”. Son del Sur. No. 8. Febrero de 2000. p.50.

La fiesta de la Candelaria y los jaraneros (Primera parte)


(Leído en el Aula Magna José Vasconcelos del Centro Nacional de las Artes, el viernes 25 de enero de 2013, en el marco del Encuentro de Son jarocho. Homenaje a la Virgen de la Candelaria, organizado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes).

La fiesta de la Candelaria y los jaraneros (Primera parte)
por Óscar Hernández Beltrán.

Agradezco profundamente al Centro Nacional de las Artes y a Eduardo Lizalde su amable invitación a participar en este Foro. En un artículo publicado  en la revista Proceso, Gabriel García Márquez narraba el azoro de un editor europeo ante la audacia de las autoridades de una importante ciudad colombiana, quienes habían emprendido  la construcción de un monumental centro de convenciones sin contar con la más mínima infraestructura en materia de telecomunicaciones, hospedaje y otros servicios que les permitieran operarlo adecuadamente. Finalizaba su artículo el célebre escritor colombiano recordando que antes de abordar el avión que lo regresaría a su tierra el editor le habría dicho, ante tanta desmesura, (cito de memoria): “Usted no es un novelista, sino un simple notario de la realidad”.

Aquel artículo vino a mi mente apenas me puse a pensar en la Fiesta de la Candelaria para escribir este texto. Cada año Tlacotalpan recibe, en promedio, más de cincuenta mil visitantes diarios durante la fiesta. Muchos de ellos, que acuden de pueblos o ciudades vecinos, sólo permanecen durante algunas horas. Muchos otros, que aspiran a permanecer durante toda la fiesta, batallan inútilmente por ocupar alguna de las poco más de doscientas camas de hotel con que cuenta la Ciudad, por comer en cualquiera de los restaurantes abarrotados, por utilizar el único cajero automático disponible o por comprar una botella de agua potable. Lo asombroso es que dicha situación se presenta desde hace varios años y a nadie parece importarle. Cada año, allá por las navidades, nos descubrimos diciendo “nos vemos en la Fiesta de la Candelaria, en el Encuentro de Jaraneros”.

Bien mirado el asunto, la apoteosis de esta fiesta no es una cuestión tan vieja. Durante mucho años la reina de la ferias del rumbo fue la que se lleva a cabo en el Santuario de Otatitlán, donde se venera al Cristo Negro[1]. A ella acudían fervorosamente grandes peregrinaciones de indígenas popolucas, además de mestizos de las zonas de los tuxtlas y  las altas montañas. La Fiesta de Tlacotalpan tenía un impacto micro regional a principios de la década de los sesenta, bastante alejado del auge que había tenido a principios del Siglo XX, cuando el comercio fluvial generaba una gran afluencia de personas.

Varios son los factores que explican el renacimiento de la Fiesta de la Candelaria a partir de la década de los setenta. Ricardo Pérez Mónfort cita tres:”… la apertura de vías de comunicación, la puesta en marcha de proyectos agroindustriales que van marcando el desarrollo económico y el paulatino abandono del aislamiento regional”[2]. Un ejemplo claro de lo anterior sería la construcción del puente sobre el río Papaloapan a la altura de Tlacotalpan, realizada en el año de 1972.

Apenas dos años más tarde, en 1974, se inauguraría la Casa de la Cultura “Agustín Lara”. Este centro cultural resultó ser el espacio detonador de otro de los factores que explican el resurgimiento de la fiesta de La Candelaria: El Encuentro de Jaraneros (más tarde, “de jaraneros y decimistas”)  que cada año concita la presencia entusiasta de cientos de músicos, poetas, bailadores y seguidores del son jarocho, para quienes Tlacotalpan es la meca, la cita anual ineludible con una tradición que, como todas, es dinámica y cambiante; desconcertante para todos, pero especialmente para quienes se empeñan en mantenerla fija e inamovible.

Lo curioso del Encuentro de Jaraneros es que, a final de cuentas, es impermeable a la Fiesta de la Candelaria y que, de no ser por el vago fervor por la Virgen que manifiesta parte de los asistentes al Encuentro, el contacto entre ambas actividades sería prácticamente inexistente. Lo anterior no significa que el Encuentro podría efectuarse en cualquier otra época del año. Para cualquiera queda claro que la concentración anual de Jaraneros requiere del bullicio y las apreturas de la Fiesta para ser lo que es, y que ésta perdería muchos de sus elementos más vistosos si súbitamente se viera desprovista de la presencia contumaz de los jaraneros, sus seguidores y sus exégetas.

En las líneas que siguen me propongo hacer una descripción de los elementos que constituyen a la Fiesta de la Candelaria, así como de la forma en la que viven dichos elementos los protagonistas del Encuentro de Jaraneros. Creo que esta descripción permitirá advertir que ante las Fiesta de Candelaria y el Encuentro de Jaraneros estamos ante el clásico ejemplo de un matrimonio mal avenido, pero inseparable o, como dirían los teóricos, ante un ejemplo curioso  de aculturación material a ritmo de Son jarocho.

Después de los actos litúrgicos de rigor, el primer acto característico de la Fiesta es la cabalgata. Es muy vistosa, pues consiste en un paseo a caballo efectuado por parejas ataviadas con traje jarocho de gala. Un blog de promoción turística la describe así: “Más de 600 personas desfilan por la calle principal con sus mejores vestiduras: sombrero de cuatro pedradas, guayabera blanca, pañuelo rojo y botas de tacón tipo sevillano para los hombres; blancos vestidos de organdí y encaje, de tres olanes, delantal negro de terciopelo bordado, pañuelo a la espalda, abanico, peineta y flores en el cabello, [para las mujeres]”[3].

En este punto ocurre la primera desavenencia entre las partes: resulta que para la mayoría de los asiduos al Encuentro, la indumentaria de quienes ellos denominan “jarochos de blanco” es una rémora de la folclorización del Son; un tributo a la estilización de la vestimenta de los jarochos efectuada desde el poder y la industria del entretenimiento, especialmente durante el alemanismo, con fines aviesos de capitalización, tanto política como monetaria. Se trata, remarcan, del traje utilizado por los ballets folclóricos. Al respecto, Rafael Figueroa Hernández recuerda en su breve Historia del Son Jarocho que “El Ballet de Amalia Hernández contribuyó muchísimo a la difusión internacional del son jarocho, pero a cambió de un proceso de estereotipación que para muchos significaría el estrangulamiento de la tradición jarocha”[4].

El hecho evidente es que los participantes en el Encuentro de Jaraneros evitan utilizar el traje de gala. Juan Meléndez lo expresa con claridad: “A diferencia del ballet folklórico –dice- que abandona la vestimenta tradicional de manta para vestirse de hacendados o terratenientes, el movimiento busca formas más sencillas y apegadas a la tradición ¡Por eso la mezclilla y las faldas de colores![5]”. Sobre la vestimenta adoptada por las mujeres fandangueras como parte del movimiento jaranero,  Jessica Gottfried advierte lo que denomina “una tendencia o moda de cierto impacto en el medio fandanguero”. Dice al respecto: “Las prendas para este vestuario esencialmente se componen de una enagua llamada punta, porque la punta u orilla es tejida con gancho; una blusa tejida con gancho y una falda de cualquier tipo encima de la enagua o punta. La blusa puede ser entera o con los hombros a gancho y el resto de la tela, con mangas o sin mangas, o con diseños que se van desarrollando conforme las tejedoras tienen éxito con sus propuestas de diseño. Las faldas son de una enorme variedad de tipos y suelen usarse encima de la punta o enagua.[6]”.  Todo esto significa que quienes acuden a la Fiesta tienen la oportunidad de contemplar cuando menos dos tipos de indumentaria jarocha: la  estilizada, que se utiliza principalmente  durante la cabalgata y la portada por los participantes en el Encuentro, surgida durante las últimas décadas.

No obstante, la Cabalgata es uno de los principales atractivos de la Fiesta. Germán Dehesa, quien se manifestó siempre partidario y promotor del Encuentro de Jaraneros, describió la cabalgata en los siguientes términos: “Cuando en Tlacotalpan comienza la fiesta de La Candelaria, la ceremonia inaugural es precisamente La Cabalgata. Los niños, las muchachas, los hombres de la región sueñan todo el año con ese desfile ecuestre que, de algún modo, los hace visibles y reales. Desde las impávidas y casi analgésicas ciudades, cuesta trabajo imaginar lo que aquí significa tener un caballo y cabalgarlo de modo que el mundo, al ser visto desde otra altura, adquiera una dimensión nueva y poseíble”[7].

Debe mencionarse en este punto que mientras la cabalgata transcurre, la mayoría de los asistentes al Encuentro de Jaraneros se reúne en la Casa de la Cultura para conocer las novedades editoriales en torno al Son Jarocho. Se trata de una actividad bastante estimulante, en la que músicos, estudiosos y difusores presentan, a lo largo de los tres días de fiesta, libros, revistas, discos, videos, páginas web, etcétera,  recientemente publicados. Varios de los discos que ahora se consideran como los nuevos clásicos del Son Jarocho se han presentado por primera vez en ese espacio, al igual que muchos estudios relevantes sobre el tema. Quienes desean participar en el Foro de Presentaciones Editoriales, que así se denomina oficialmente ese espacio, se inscriben previamente en una página Web administrada por los propios jaraneros.            

También el primer día de fiesta, que es el 31 de enero, inicia el Encuentro de Jaraneros en Plaza Doña Martha. A partir de las cinco de la tarde desfilan, de manera alterna, grupos de jaraneros y decimistas previamente inscritos, quienes participan con acuerdo a un orden decidido por el Comité Organizador. A decir verdad, la magnitud y representatividad de dicho Comité suele variar año con año. En varias ediciones el Comité se ha reducido a la pura persona de Diego López, el infatigable y ubicuo anfitrión del Encuentro. En otras, ha contado con la participación de figuras reconocidas del movimiento jaranero. En todo caso, un acuerdo tácito establece que a los grupos afamados les corresponde actuar en la hora estelar, allá por las ocho de la noche, cuando la transmisión radiofónica del Encuentro se efectúa en vivo.

“Por el Fandango tlacotalpeño  -escribió Ricardo Pérez Mónfort en 1992- desfilan toda clase de personajes. Viejos septuagenarios con jaranas oscuras y manchadas, gordas mujeres listas para el zapateado, jóvenes que al cambio de voz ya están cantando un jarabe, borrachos que menean sus cuerpos sobre la tarima pretendiendo a muchachas vestidas de jarochas, decimeros, arpistas, violinistas, escritores, ganaderos, campesinos, policías, amas de casa, artesanos, garnacheras, estudiosos, vagos… y tantos otros.[8]” Para darnos una idea de la diversidad de propuestas que se presentan en el Encuentro acudamos, nuevamente, al testimonio de Germán Dehesa: “Anoche -refiere-  estuve en la Plaza de Doña Martha con los jaraneros. Un decimero recitaba: "Mujer, yo te tengo amor/ hazme caso, no seas gacha/ yo quisiera ser frijol/ y embarrarme en tu garnacha" y recibía jubilosa ovación del público que reconocía en esos versos la clara influencia de Goethe. Hacia la media noche se presentó "Son de Madera" el más importante e innovador grupo de jaraneros que ha aparecido por aquí en las últimas décadas. Al frente (y a los lados) de este grupo está un hombre joven llamado Ramón Gutiérrez que es el más prodigioso tañedor de jarana que yo haya conocido[9]”. Desde luego, no todos los jaraneros que suben al Foro del Encuentro son tan virtuosos como Ramón Gutiérrez, ni todos los decimistas tan ocurrentes como el citado por Germán Dehesa. También participan en el Encuentro grandes poetas populares, cuyos versos se fijan en la memoria de todos los asistentes. Como olvidar, por ejemplo, la recia figura de Don Guillermo Cházaro Lagos parado a la mitad de foro recitando vigorosamente aquello de: Si en verso le he de cantar/soy un pájaro cantor:/l jarocho trovador/ que sabe sufrir y amar./Nunca he sabido llorar,/y a cada son más se crece/y trovando me amanece/a la flor que baña el río/enlazándola: amor mío,/que tardecito anochece.

Pérez Mónfort anota que el primer encuentro fue más bien un Concurso de Jaraneros que se llevó a cabo en el año de 1978 y que “desde entonces ha acompañado a los festejos de la Candelaria con mayor o menor brío[10]”. Recuerda que “Existen varias versiones sobre el origen de estos encuentros. Salvador «El Negro «Ojeda –afirma- se atribuye la idea original de hacerlos en Tlacotalpan, lo mismo que el cronista de esa ciudad Humberto Aguirre Tinoco y el productor inicial de las transmisiones radiofónicas de tales encuentros, Teodoro Villegas. Tengo para mí –dice Pérez Mónfort- que lo importante no es a quién se le ocurrió hacerlo por primera vez, sino que se mantuvo la organización de  dichos encuentros a lo largo de más de quince años consecutivos. Y ello se debió a ninguno de los tres arriba citados sino al tesón y la constancia de Graciela Ramírez y Felipe Oropeza, ambos miembros del equipo de producción de Radio Educación[11]”.




[1] Los interesados en el tema pueden consultar: Santuario y región. Imágenes del Cristo Negro de Otatitlán. José Velasco Toro (Coord.). Universidad Veracruzana. 1995. 630 pp.
[2] Ricardo Pérez Mónfort. Testimonios del son jarocho y del fandango: Apuntes y reflexiones sobre el resurgimiento de una tradición regional hacia finales del siglo XX. CIESAS/UNAM.

[3] http://www.visitingmexico.com.mx/blog/feria-de-la-candelaria-tlacotalpan.htm.
[4] Rafael Figueroa Hernández. Historia del Son jarocho. ttp://www.tlaco.com.mx/cultura/pdf/SonJarocho.pdf
[5] Juan Meléndez de la Cruz. Una tradición viva. artículo en línea.
[6] Jessica Gottfried. “Tejedoras de moda en los fandangos actuales. Tejidos de redes entre pueblos y ciudades” en Las artesanías mexicanas, en Memoria del III Coloquio Nacional de Arte Popular. Consejo Veracruzano de Arte Popular. 2009. p.

[7] Germán Dehesa “La Cabalgata” en Gaceta del Ángel. Reforma. 2 de febrero de 2001.
[8] Ricardo Pérez Mónfort. Tlacotalpan, la Virgen de la Candelaria y los sones. FCE. 1992. p.57.
[9] Germán Dehesa “Un son que canta en el río III” en Gaceta del Ángel. Reforma. 3 de febrero de 2005.
[10] Ricardo Pérez Mónfort. Testimonios del son jarocho y del fandango… op.cit.
[11] ibíd.

La convención en Veracruz: balance y perspectivas


(Leído en la mesa: “instrumentos Internacionales Unesco Convención 2005 sobre la Protección y Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales. El impacto local.”, convocada por Creatividad y Cultura Glocal A.C., efectuada el 20 de abril de 2012, en El Ágora de Xalapa, Ver., en el marco de la Feria Internacional del Libro Universitario, organizada por la Universidad Veracruzana.)

La convención en Veracruz: balance y perspectivas
Por Óscar Hernández Beltrán.

En las líneas que siguen intentaré bosquejar un panorama de las acciones emprendidas por las instancias gubernamentales de Veracruz con relación a la Convención sobre la Protección y la Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales. Debo advertir que mis puntos de vista no responden de ninguna manera a posiciones institucionales y carecen por ello de cualquier carácter oficial. Para integrar este bosquejo he recurrido a la estructura básica del primer informe cuatrienal, que está por presentarse en estos días. Conforme a dicha estructura, me referiré primero a las medidas y políticas culturales adoptadas; luego, a la integración de la cultura en las políticas de desarrollo sostenible; posteriormente, a la protección de las expresiones amenazadas y, finalmente, a las acciones orientadas a sensibilizar a la sociedad civil y propiciar su participación. En todos los casos, me referiré en términos muy generales a las actividades que considero más sobresalientes o significativas, a las que agregaré un breve comentario.

Con respecto al primer punto, es decir, a las medidas y políticas culturales, abordaré tres temas que juzgo relevantes: la legislación en materia cultural, el registro de las prácticas culturales y de los portadores de la cultura tradicional y los reconocimientos otorgados a dichos portadores. Creo que es en el campo de los ordenamientos jurídicos en el que con mayor claridad pueden advertirse los efectos de la convención, ya que durante el periodo 2008-2011 se promulgaron la Ley de Desarrollo Cultural del Estado y la Ley de Derechos y Culturas Indígenas; se reformaron seis artículos y se agregó uno más a la Ley que crea al Instituto Veracruzano de la Cultura y se emitieron decretos que declaran Patrimonio Cultural Intangible del Estado a la gastronomía veracruzana y a la ceremonia del ritual de los voladores. En todos estos ordenamientos jurídicos se establece con claridad que el estado promoverá y protegerá la diversidad cultural como objetivo fundamental para el desarrollo integral de la entidad. Como era de esperarse, la promulgación de estos ordenamientos estuvo acompañada de polémicas. Los especialistas han formulado a la Ley de Desarrollo Cultural dos objeciones de fondo: una, que insiste demasiado en el tema de la autenticidad de las expresiones culturales lo que, indican, le otorga un aire etnocentrista y, otra, que no contempla la posibilidad de que las personas se nieguen a recrear su cultura. Los activistas culturales reclaman, por su cuenta, y con razón, que la reglamentación de la que depende la operación de la Ley aún no ha sido conformada. A pesar de compartir plenamente estas objeciones, creo que la promulgación de estas leyes significa una puesta a tiempo de nuestro reloj jurídico en materia de cultura y que proveen una buena base de desarrollo cultural con orientaciones adecuadas.

Por lo que hace al segundo tema, es decir, el registro de las prácticas culturales que constituyen nuestra diversidad creativa, debo decir que durante el lapso en referencia se dieron a conocer varios recuentos sistemáticos y ordenados de las prácticas culturales que nos caracterizan. Entre ellos quisiera destacar los dos tomos del Atlas Artesanal del Estado de Veracruz, publicados por el Consejo Veracruzano de Arte Popular; Los dos tomos denominados Veracruz, fiesta viva, que compilan las fiestas tradicionales más relevantes; la obra Gastronomía Veracruzana, que se difunde en la página web de la Secretaría de Turismo; la base de datos sobre Medicina Tradicional Veracruzana, compilada por las Unidades Regionales de Culturas Populares; los registros de Iconografía del arte popular veracruzano, entre los que destacan el libro Diseño e Iconografía de Veracruz. Geometrías de la imaginación, publicado por CONACULTA y los cuadernillos que reproducen el diseño de textiles tradicionales de diversos pueblos indígenas, publicados también  por el COVAP. A esta lista deben añadirse, creo, los registros gramaticales y lexicales publicados por la Academia Veracruzana de Lenguas Indígenas. Acaso las características más interesantes de estas publicaciones sean su accesibilidad  y su evidente carácter de instrumentos de divulgación. Pese que su realización no surgió como consecuencia de un proyecto rector, como era deseable, debe destacarse el hecho de que fueron elaborados por dependencias gubernamentales y no por entidades académicas, como suele suceder.

Para concluir el punto de medidas y políticas culturales quiero referirme a los reconocimientos instaurados para señalar la trayectoria de portadores de la cultura tradicional. Destacan entre ellos las medallas otorgadas a músicos y versadores del Son Jarocho en el marco del Encuentro de Jaraneros celebrado cada año en Tlacotalpan y los reconocimientos entregados a los virtuosos del Son huasteco con motivo de la celebración del Festival Nacional de las Huastecas. Lo relevante de estos premios es su carácter oficial; debe lamentarse, no obstante, que no vayan acompañados de una recompensa material que alivie aunque sea un poco la precaria situación económica en la que viven la mayoría de sus receptores.

Con relación a la integración de la cultura en las políticas de desarrollo sostenible es necesario señalar que las acciones hasta ahora realizadas no permiten advertir un conjunto de políticas claramente estructuradas. Pueden mencionarse, sin embargo, el impulso dado a la producción artesanal mediante procesos de capacitación, estímulos a la producción y apoyo a la comercialización, así como el respaldo brindado a diversas iniciativas vinculadas al fortalecimiento de cultivos tradicionales y a la explotación de especies no maderables. Estos proyectos suelen ser administrados por las entidades de impulso al desarrollo o mediante los fondos concursables de los proyectos culturales convenidos con la federación como el Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias, mejor conocido como PACMYC. Debe señalarse, sin embargo, que el número de los proyectos hasta ahora emprendidos no resulta significativo cuando se compara con la enorme cantidad de oportunidades que brinda la compleja actividad creativa de nuestra entidad, por lo que se hace necesario que las entidades estatales existentes impulsen la instauración de programas de apoyo a las pequeñas y medianas empresas de carácter cultural.  En el campo del turismo, se han impulsado programas que incluyen en su diseño el componente cultural. Destacan los proyectos de desarrollo ecoturístico, ya que varios de ellos involucran la participación de las comunidades, que se preocupan por dar a conocer su diversidad biológica al mismo tiempo que impulsan la difusión de las prácticas que posibilitan su perduración. Se ha impulsado, además, el programa Joyas de Veracruz con el que se pretende “mejorar las condiciones de vida y crecimiento de localidades con disposición de revalorar sus atributos culturales, buscar el desarrollo de sus comunidades, la recuperación de paisajes, el rescate de su historia y cultura, y el mejoramiento de su infraestructura urbana y de servicios, para potenciar así sus capacidades para la recepción del turismo”. La Antigua, Misantla, Naolinco, Xico y Zozocolco de Hidalgo, se incorporaron a este programa. Por su parte, el Proyecto Cumbre Tajín continuó organizando con éxito de público su actividad anual, al tiempo que impulsaba la operación del Centro de las Artes Indígenas. Su impulso a la declaración de la ceremonia ritual de los voladores como patrimonio cultural intangible de la humanidad resultó decisivo.

La protección de las expresiones amenazadas ha descansado también en el desarrollo de proyectos impulsados conjuntamente con la federación, como parte de los programas de impulso a la cultura popular, tales como el ya mencionado PACMYC, el PRODICI (Programa de Desarrollo Integral de las Culturas de los Pueblos y Comunidades Indígenas) y otros análogos. Se han logrado fortalecer manifestaciones correspondientes al campo de las artes de la representación, tales como danza, música y teatro tradicionales; así como algunas actividades ligadas al ámbito ritual, principalmente en el campo de la medicina tradicional. Otras prácticas amenazadas  que se  ha logrado reactivar son la ejecución de sones huastecos hasta hace poco en desuso  y  el registro de las afinaciones de los instrumentos jarochos de la región de los tuxtlas.

Con respecto a la sensibilización y participación de la Sociedad Civil en las tareas culturales cabe mencionar que los ciudadanos, al menos los veracruzanos, no parecen requerir de ningún estímulo para organizarse. Lo mismo en las zonas rurales que en las urbanas, los grupos reunidos en torno a proyectos culturales se han multiplicado en los últimos tiempos. Ejemplo de ello son las redes de promotores culturales surgidas en ciudades medias, como la que opera en la región Orizaba-Córdoba, en la que participan gestores culturales de diez municipios, y la establecida en municipios rurales de la Sierra de Otontepec, en la que toman parte ciudadanos organizados de Chontla, Tantima,  Tancoco, Tamalín y Citlaltepec, entre otros municipios.  En el corredor Veracruz-Boca del Río se ha fortalecido la organización de espacios culturales independientes, tales como el CaSón o Idea Morada, que han demostrado tener una gran capacidad de convocatoria entre públicos diferenciados. En la capital, Xalapa, también han surgido diversas organizaciones de gestores culturales que, aunadas a la antes existentes, integradas principalmente por artistas formales y profesionales, conforman un abigarrado panorama que, en hora buena, reivindican su derecho a tomar parte en las decisiones en torno al diseño, la operación y la evaluación de las políticas culturales. 

Ante tales demandas, las instancias oficiales han reaccionado con lentitud y no ha sido sino hasta fechas muy recientes que los aparatos estatales de cultura han empezado a pasar de las políticas de ciudadanización, que posibilitan la participación de las personas como apoyos en los procesos de validación y dictaminación  de los proyectos institucionales, a una etapa de mayor asertividad, en la que los ciudadanos elaboran los proyectos. Tal ocurre con los denominados proyectos de intervención social, que se desarrollan en comunidades indígenas en el marco del PRODICI. Tal ha sucedido ya con algunos proyectos urbanos de difusión artística. No se trata solamente de pujar por los fondos concursables, ni de conseguir apoyos para tal o cual proyecto. Se trata ahora de tener injerencia directa en el diseño de las políticas públicas y la administración de los recursos existentes. 

Como puede advertirse, el impacto de la convención ha observado un desarrollo un tanto lento y difuso en Veracruz. Prevalecen todavía prácticas paternalistas o con pretensiones hegemónicas. Algunas acciones parecen apuntar, no obstante, en el sentido correcto. Ojalá se fortalezcan pronto. Ello podría contribuir, sin duda, a preservar la diversidad creativa de nuestra sociedad, en un marco de libertades y de respeto a los derechos humanos.

Estudio sobre los derechos de los pueblos negros de México, de Elia Avendaño Villafuerte


(Leído en la ceremonia de presentación del libro, el jueves 17 de noviembre de 2011, en la Sala de Usos Múltiples del Instituto Veracruzano de la Cultura, en el marco del Encuentro Académico Veracruz también es  Caribe.  Publicado en Ulúa. Revista de Historia, Sociedad y Cultura. Instituto de Investigaciones Histórico Sociales. No. 19. Enero-Junio de 2012. pp. 115-118.).

Estudio sobre los derechos de los pueblos negros de México, de Elia Avendaño Villafuerte (1)*
Por Óscar Hernández Beltrán

La doctora Elia Avendaño Villafuerte publica en las prensas de la UNAM, en esta ocasión activadas por el Programa Universitario “México, nación multicultural”, el volumen Estudio sobre los derechos de  los pueblos negros de México. Se trata, y juzgo conveniente decirlo desde un principio, de un libro militante, es decir de un libro puesto al servicio de una causa muy específica, que en este caso es el reconocimiento constitucional de los pueblos negros de México. 

Desde luego, no debe sorprendernos que un libro publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México esté claramente inscrito en el contexto de una batalla de carácter social, pues de todos es sabido el carácter humanista de esa casa de estudios. Ya desde la introducción a la obra, la autora nos advierte que “La lectura de este documento pretende generar discusiones sobre el respeto a sus derechos”[2], [de los negros] y añade “por ello es importante difundir su riqueza cultural con la finalidad de fomentar la revaloración de sus aportaciones a la humanidad por parte de la sociedad en general”.[3]

 Si la pretensión de la doctora Avendaño es generar discusiones futuras sobre el tema que se aborda en el volumen que ahora nos reúne, me parece que lo logrará con creces. Con ello no quiero insinuar siquiera que estemos frente a un texto escrito con ligereza o ánimo desafiante. Creo, eso si, que el libro aborda un tema que todavía resulta incómodo para muchos y que lo hace tomando decisiones firmes, que le permiten elaborar propuestas caracterizadas por su claridad y contundencia.

En las líneas que siguen intentaré abordar algunas de las propuestas presentadas por la doctora Avendaño y señalar los que podrían ser sus aspectos más controversiales si el libro tuviera algún día la rara fortuna de circular entre quienes deberían de leerlo, que son quienes están en el poder y toman las decisiones que nos afectan a todos. Me refiero, claro, a los legisladores, los jueces y los ejecutores de las políticas públicas en materia de desarrollo social.

 La primera propuesta que mencionaré es la de brindar a los pueblos negros de México un trato no igualitario sino equitativo. Sostiene la autora: “En México, la situación específica de los pueblos negros tiene su propia complejidad, no se trata solamente de lograr un trato igualitario que respete su diversidad, sino también de revertir las acciones de discriminación y racismo que los afectan de manera cotidiana para que tengan la oportunidad de mejorar sus condiciones de vida[4]

Consecuente con sus ideas, la doctora Avendaño propone el diseño de materia legislativa y políticas públicas que partan del reconocimiento de que durante siglos los negros de México han sido receptores de prácticas prejuiciadas y separatistas en su propio territorio y se orienten a recompensar los nefastos resultados que tales prácticas han provocado entre nosotros. Para quienes tenemos la piel de tostada para arriba la justificación resulta fácilmente comprensible y la propuesta ampliamente convincente. Difícilmente lo será, me parece, para quienes prefieren pensar que el trato igualitario ya es bastante dádiva y que ser pobre y marginado es mérito suficiente para ser beneficiario de los programas sociales del gobierno. Para quienes así piensan, el reclamo de los negros mexicanos por el diseño de políticas de equidad que nos coloquen a todos en la misma línea de salida, junto a los indígenas, las mujeres, los discapacitados y otras víctimas históricas, no pasará de ser una más de las mucha argucias de las que nos valemos los negros para vivir sin trabajar.

Un  asunto más, que sin duda provocará inquietudes, es el alegato contenido en el libro a favor del reconocimiento de los núcleos poblacionales negros como entidades jurídicas con personalidad propia. Ocurre que nuestras leyes se han mostrado bastante reticentes a la hora de reconocer la existencia de pueblos y comunidades específicas. Tal ocurrió con los pueblos indígenas, tal sucederá, me parece,  con los pueblos negros, que casi siempre habitan en zonas mayoritariamente mestizas, lo que facilita la tarea de los ninguneadores.

Otro aspecto polémico del libro es el que se refiere a la adopción de la palabra “negros” para definir a los pueblos constituidos por afrodescendientes mexicanos que, como sabemos suelen ser nombrados de manera eufemística con palabras como “Afroamericanos”, “afromestizos” o “afromexicanos”. En opinión de la autora “la reflexión identitaria forma parte del crecimiento personal del afrodescendiente para admitir su diferencia y a partir de ella generar acciones de solidaridad y compromiso con sus iguales dentro de una sociedad que no reconoce a las culturas negras[5]”. Se trata entonces de reivindicar la palabra “negro”, que en México suele tener un sentido peyorativo, como una marca de orgullo, como una palabra que, por oposición, no pretende ahondar las diferencias, sino establecer nuevas oportunidades de diálogo y reconocimiento mutuo.

Quizá en esta paradoja sirva para develar el carácter finalmente conciliador de este libro. Véanse sino, sus coincidencias con el informe Mundial de Cultura 2010 de la UNESCO, denominado precisamente Invertir en la diversidad cultural y el diálogo intercultural, en el que se sostiene, en el capítulo relativo a los derechos humanos que “El reconocimiento del valor de cada cultura por sus diferencias creativas y su originalidad, infunde en todas las personas un sentimiento de orgullo fundamental para su capacidad de intervención. Esa dignidad recuperada es fundamental para la cohesión social, que exige que las diferencias unan más de lo que dividen. De este modo se establecen relaciones solidarias entre las personas, que trascienden la competencia egoísta por los recursos. La diversidad cultural constituye así un medio para renovar las formas de gobernanza democrática, en la medida en que logra que los grupos (los jóvenes, los marginados, los desposeídos, las minorías, las poblaciones indígenas y los inmigrantes) recuperen la confianza en los sistemas de gobernanza democrática y sientan que su contribución es reconocida y estimada, y que eso lo cambia todo. La diversidad cultural, que promueve los derechos humanos, la cohesión social y la gobernanza democrática, hace confluir tres factores que son determinantes para el establecimiento de la paz y la convivencia pacífica dentro de las naciones y entre ellas. En este sentido, la promoción y la salvaguardia de la diversidad cultural refuerza la tríada formada por los derechos humanos, la cohesión social y la gobernanza democrática[6]”.

La cita es larga, pero vale la pena, porque permite advertir que si algo sostiene a este libro es precisamente su plena identificación con  la convivencia pacífica, pero con justicia y dignidad para todos. De tal suerte, sirve a una causa, pero lo hace de la mejor manera posible, que es procurando el fortalecimiento del diálogo intercultural, que tanta falta nos haceConsecuente con sus propósitos, el texto concluye con una propuesta que resulta, como postulaba John Lennon, endemoniadamente sencilla: agregar, cuando menos, las palabras “pueblos negros” en el primer párrafo del artículo segundo de la Constitución, que es aquél en el que se reconoce el carácter pluricultural de México. Dos palabras que nos permitirían empezar a existir jurídicamente, posibilitarían el desarrollo de políticas públicas correctas y enriquecerían notablemente la diversidad cultural y creativa en la conciencia de los mexicanos. Bienvenida sea, por tantas buenas razones, la publicación de este libro estupendo.
               



[1] Elia Avendaño Villafuerte. Estudio sobre los derechos de los Pueblos negros de México. UNAM. 2011. 112 pp.  Texto de presentación leído en el Edificio Sede del IVEC el 17 de noviembre de 2011, en el marco del Encuentro “Veracruz también es Caribe”.
[2] Idem  p. 13
[3] Ibid.
[4] Idem p. 28
[5] Idem p.50
[6] Tomado de la edición en línea: http://unesdoc.unesco.org/images/0018/001878/187828s.pdf, p. 260.