(Texto
leído en el Foro: ¿Qué entendemos por
identidad?, efectuado en el Ágora de
Xalapa, el miércoles 23 de junio de 2010, organizado por la revista Centenarios de la SEV.).
Los
artesanos veracruzanos ante la crisis y la globalización. (Primera Parte).
Por Óscar Hernández Beltrán
Introducción
El presente trabajo se propone efectuar una
breve reflexión en torno a la situación que guarda la producción artesanal del
Estado de Veracruz, atendiendo principalmente sus circunstancias materiales y
sociales. Parte de la consideración de que la producción artesanal veracruzana es
un importante factor en la constitución de las identidades locales y regionales
y también de la certeza de que su desarrollo atraviesa por una fase crítica. Desde
esa perspectiva, se plantean análisis tanto de sus procesos como de sus posibles
alternativas de evolución.
La exposición se divide en tres partes: en
la primera se exponen diversas categorías que se juzgan indispensables para la
cabal comprensión de los fenómenos en referencia; en la segunda se analizan algunas
de las circunstancias en las que se llevan a cabo los procesos de producción,
circulación y consumo de las artesanías en nuestro estado y, en la tercera, se
vislumbran diversas opciones para su fortalecimiento.
Crisis,
globalización e identidad.
Hace veinte años[1],
María Dolores Paris Pombo hizo notar que el movimiento económico mundial tendía
a destruir las identidades locales, regionales y nacionales, llevando a los
habitantes de los países en desarrollo a una situación de desintegración de sus
expectativas personales y sociales. Si bien es cierto que su análisis se
centraba en los procesos vividos por los grupos marginados de las zonas urbanas
de los países latinoamericanos, también lo es que su percepción resultaba
válida, en lo general, para todos los sectores de la población. Sostenía
entonces la autora: “La modernización socio-económica y la crisis de
modernización no sólo han causado la conformación de identidades restringidas.
Han provocado también un proceso continuo de ruptura y de destrucción de
identidades amplias y de identidades comunales, llevando a grandes masas a
situaciones de atomización, de desintegración y de anomia. Los individuos
excluidos de casi todas las instituciones no encuentran canales de articulación
y se ven lanzados a una suerte de caos, a un espacio social carente de normas y
de expectativas: esto provoca una ausencia de identidad: el individuo no
encuentra límites a sus aspiraciones. Estas van mucho más allá de lo que la
sociedad puede brindarle, y se transforman en frustraciones, en una incapacidad
de integrarse y de definir su rol en los grupos sociales.”[2]
Acaso la inferencia
más trascendente del análisis sustentado por la doctora Paris Pombo es el
establecimiento de una metodología que vincula de manera directa a las
identidades colectivas con las crisis económicas sucesivas padecidas en nuestro
subcontinente desde mediados de la década de los setenta hasta la fecha. Las
crisis, sostiene la autora, no sólo han modificado nuestras percepciones
tradicionales acerca del mundo y de la vida, sino que han configurado nuevas
identidades, caracterizadas por su precariedad y su desconcierto. No sólo hemos
sido desposeídos de nuestras identidades, sino que hemos sido obligados a
adoptar otras que, despojadas de normas éticas, nos impiden establecer lazos de
unión y perspectivas comunes de desarrollo.
Una década más
tarde, los análisis en torno a las identidades sociales latinoamericanas se
modificaron y reorientaron al incorporar el concepto de globalización. En mi opinión
la incorporación del este término de estricto origen económico al estudio de
las identidades no ha estado exento de vaguedades y generalizaciones. Por ello,
conviene precisar, me parece, tanto su acepción original como la forma en la
que se le ha articulado con la dinámica social y sus representaciones. Como es
sabido, en su sentido original el término globalización refiere el proceso
mediante el cual las economías locales se integran a la economía mundial
contemporánea, en la que los modos de producción y los movimientos de capital
se configuran a escala planetaria, como efecto del papel protagónico asumido
por las empresas trasnacionales, en un contexto de libre circulación de
capitales.
Para los efectos de
este trabajo, la consecuencia más destacable de dicho fenómeno económico es la
implantación definitiva de la sociedad de consumo; es decir, el establecimiento
de un mercado mundial con pautas estandarizadas para los consumidores de todo
el mundo. Como resultado de este modelo de desarrollo y de sus efectos
colaterales, entre los que destacan los grandes movimientos migratorios, la
telefonía celular y las redes virtuales de comunicación, “el mundo parece
estrecharse”, como escribió en el año 2000 Henry Zadman[3],
quien agregó: “…la internacionalización creciente y […] las estandarizaciones
introducidas por las técnicas industriales, parece(n) provocar cada día más la
atenuación de las diferencias de espacios y de culturas: mismos gustos, mismos
modos, mismas aspiraciones, mismas instituciones, mismos estilos de vida, en
las formas y los códigos adoptados a lo largo y ancho del mundo. Se insiste
entonces sobre la amenaza de la diversidad y la particularidad, de la
“identidad” o las “identidades”, de las culturas y las sociedades”.
En opinión de este
autor no debemos subestimar, sin embargo, la capacidad de respuesta activa y
creativa de las culturas aparentemente avasalladas por los efectos de la
globalización. De acuerdo con su apreciación, ante los embates globalizadores,
las culturas de las comunidades locales entran en un proceso de recomposición
que, si bien modifica sus perfiles y sus dinámicas, no las inserta dócilmente
en el concierto mundial con batuta en el imperio. De hecho, explica: “…esta
tendencia de homogeneización del mundo global que acabo de describir no es
unívoca. Al mismo tiempo que ocurren estos fenómenos, en todo el planeta se
reivindica la urgencia de volver a las raíces, de recobrar peculiaridades y
afirmar diferencias, de hacer efectiva la pluralidad de la sociedad contemporánea”[4].
Este afán de
retorno a las raíces constituye, de hecho, una parte integral del fenómeno de
la globalización y podría explicarse precisamente por su carácter mundial.
Sabido es que todo proceso histórico alberga sus propias contradicciones. Una
de las más evidentes del proceso globalizador es, precisamente, posibilitar las
nuevas formas de cohesión y organización social de las comunidades en
resistencia, al dotarlas de las sofisticadas herramientas que proporcionan las
tecnologías de punta de la comunicación de masas en el intento de dichas
comunidades por volver a las raíces, cosa que ocurre, en efecto, con la
circunstancia de se trata de un retorno con nuevas características, que son las
que le otorgan precisamente los nuevos instrumentos utilizados. Tal paradoja
fue advertida claramente por el sociólogo chileno Bernardo Subercaseaux, quien
en 2002 escribió: “Hay quienes han explicado este fenómeno señalando que con la
globalización asistimos a una situación de entropía de las culturas: todas las
culturas están compartiendo por efecto de la comunicación aspecto comunes
(dinámicas de homogeneización). Pero por otro lado se da lo contrario
diferencias regionales, diversidades culturales, lo que Octavio Paz llamó la
“venganza de los particularismos. La modernidad y la globalización, configuran
junto con una tendencia proyectiva de cambios incesantes, una tendencia retro y
arcaizante”.[5]
La
dinámica específica de este proceso, así como sus inmensas posibilidades, han
creado un panorama novedoso en el paisaje general de las comunicaciones
contemporáneas, ya que paralelamente a las grandes pautas culturales ofertadas
por las empresas transnacionales del entretenimiento masivo en los campos del
cine, la música o los videojuegos, podemos encontrar estaciones de radio en
línea, páginas electrónicas, documentales o discos compactos que difunden,
frecuentemente a través de redes sociales, las expresiones de las culturas que
supuestamente dichas tecnologías deberían aniquilar. Este proceso ha sido
explicado por el teórico colombiano Jesús Martín Barbero de la siguiente
manera: “En un segundo plano, el eje de la comunicación introduce en las
políticas y las actividades de cooperación una profunda renovación del modelo
de comunicabilidad, que del unidireccional, lineal y autoritario paradigma de
la transmisión de información, ha
pasado al de la red, esto es de la interacción y la conectividad, transformando la mecánica forma de la conexión a
distancia por la electrónica de la “interfase de proximidad”. El nuevo paradigma
se traduce en una política que privilegia la interactividad, la sinergia entre
muchos pequeños proyectos, por sobre la complicada estructura de los grandes y
pesados aparatos tanto en la tecnología como en la gestión. Y es precisamente a
la luz de esta nueva perspectiva conceptual y metodológica de la comunicación,
que adquiera su verdadera envergadura la redefinición de la cooperación como
“práctica de la interculturalidad”, es decir, de una relación entre culturas ya
no unidireccional y paternalista sino interactiva y recíproca, pues en lugar de
buscar influir sobre las otras, cada cultura acepta que la cooperación es una
acción transformadora tanto de la cultura que la solicita como de la que
responde, y de todas las otras que serán involucradas por el proceso de
colaboración”[6].
El establecimiento
de redes propicia, entonces, comunicación entre las culturas y con ello, la
apertura a las expresiones de lo diferente, es decir la interculturalidad. Al
establecer contacto entre si, las expresiones culturales de las comunidades
locales y regionales se enriquecen y diversifican. El contacto con las otras
culturas las obliga a afinar sus argumentos, a perfeccionar sus modos de ser y
a reconocer en las prácticas culturales ajenas lo que éstas tienen de comprensible
y disfrutable; de aleccionadoras y memorables.
La crisis de la producción artesanal veracruzana.
En otro lugar[7]
me he referido a la situación crítica por la que atraviesa la producción
artesanal veracruzana. Ahora diré solamente que, conforme a lo que advierto, son
cuatro los factores que permiten afirmar que la producción de artesanías de
nuestra entidad se encuentra en crisis: el deterioro medioambiental[8],
la transformación de las prácticas tradicionales de consumo interno, la competencia
desleal[9]
y la falta de asertividad entre los artesanos y sus aliados potenciales[10].
De estos cuatro factores
quisiera ahora detenerme en dos: la transformación de las pautas internas de
consumo de los productos artesanales y la falta de una comunicación eficiente
entre los artesanos y sus posibles aliados. Ambos están vinculados con los temas
de crisis y globalización aunque, desde luego, el tema por excelencia en este
punto es la falta de competitividad de las artesanías tradicionales ante las
importaciones orientales y las manualidades.
Con
respecto a la transformación de las pautas internas de consumo de los
productores artesanales, la evidencia demuestra que en los tiempos que corren
ni siquiera sus productores otorgan a los productos artesanales los usos que
tradicionalmente les destinaban. Los objetos de alfarería fabricados con barro
han sido sustituidos en las comunidades indígenas por cacharros de aluminio,
plástico u otros materiales que resultan baratos, resistentes y duraderos; los
huipiles y las blusas se han visto reemplazados por vestimenta a la moda, como pantalones
vaqueros o vestidos ajustados. Estos fenómenos de sustitución ocurren
principalmente entre los jóvenes. No conozco un estudio que aborde el tema del
consumo de bienes culturales entre los jóvenes indígenas veracruzanos.
En
2006, los antropólogos Maya Lorena Pérez Ruiz y Luis Manuel Arias Reyes
publicaron el estudio “Consumo cultural y globalización entre los jóvenes mayas
de Yucatán”[11].
Recurro a este análisis, convencido de que muchos de los aspectos de la
realidad allí analizada guardan similitud con los que están ocurriendo en las
zonas indígenas de nuestro estado. Advierten los estudiosos que los jóvenes
mayas tienden a asimilar las pautas de consumo de la cultura hegemónica
occidental, con las precariedades a las que los condena sus condiciones de
marginación. Destacan, por ejemplo, que la mayoría de los adolescentes que cursan
el bachillerato tiene acceso a Internet, pero muy pocos lo tienen a la
televisión de paga, por lo que su percepción de los íconos de la moda resulta
en ocasiones fragmentada o incompleta. Aún así, cuando fueron interrogadas
acerca de las figuras con las que les gustaría ser identificadas, la mayoría de
las jóvenes mencionó a íconos de la cultura de masas, como Britney Spears o
Shakira. Llama la atención, además, el hecho de que muy pocos de los jóvenes se
sintieran atraídos por la música conocida como ranchera o campirana, y que sus
preferencias se orientaran hacia la interpretada por figuras como Thalía o
Paulina Rubio.
[1] Paris Pombo, Maria Dolores. Crisis e identidades colectivas en América Latina. México. Plaza y
Valdés Editores. 1990. 157 pp.
[2] Ibid.
pp. 146-147.
[3] Zandman, Henry. “Procesos
de globalización y proceso culturales. Diversidad, contacto, movilidad e
identidad” en Memoria Foros Culturales
2000. Fondos Regionales de la Zona Sur. CONACULTA. 2002. p. 274.
[4] ibidem
[5] Subercaseaux, Bernardo. Nación y cultura en América Latina.
Diversidad cultural y globalización. Chile. LOM Ediciones. 2002. p. 45.
[6] Barbero, Jesús Martín.
“Comunicación en los procesos de gestión y cooperación cultural” en: “Gestión
Cultural: planta viva en crecimiento”. Memorias del Tercer Encuentro Internacional
de Gestores y Promotores Culturales (Guadalajara, 2005). Patrimonio cultural y turismo. Cuadernos 13. CONACULTA. 2005.
p.173.
[7] Hernández Beltrán, Óscar.
“Ser artesano en Veracruz, en el Siglo XXI” en Centenarios. Revoluciones sociales en Veracruz. Revista bimestral
editada por la Secretaría de Educación de Veracruz, Año III, Num. 13, pp.
16-18.
[8] Para un análisis de la
situación que guarda la relación entre la producción artesanal y la naturaleza
en México, véase: Cruz Muerueta, Mariana; López Binnqüist, Citlalli y Neyra
González, Lucila. Artesanías y medio
ambiente. Fonart-Conabio. México, 2009. 146 pp.
[9] En este punto sigo, en lo
general, ideas expuestas en diversos foros por la maestra Martha Turok.
[10] Para un análisis de las
relaciones entre producción artesanal y diseño en México, véase: Ryan Galton,
Mary (coord.) Manual de diseño artesanal.
Mimeo. Fonart-Artesanías de Tabasco. s/f. 45 pp.
[11] Pérez Ruiz, Maya Lorena.
y Arias Reyes, Luis Manuel. “Consumo cultural y globalización entre los jóvenes
mayas de Yucatán” en: Arizpe, Lourdes (coord.). Retos culturales de México frente a la globalización. México. H.
Cámara de Diputados, LIX Legislatura. Miguel Ángel Porrúa, librero-editor.
2006. p. 325-352.
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