(Leído en el Aula Magna José Vasconcelos del Centro
Nacional de las Artes, el viernes 25 de enero de 2013, en el marco del
Encuentro de Son jarocho. Homenaje a la Virgen de la Candelaria, organizado por
el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes).
La
fiesta de la Candelaria y los jaraneros (Primera parte)
por Óscar Hernández Beltrán.
Agradezco profundamente al Centro Nacional de las
Artes y a Eduardo Lizalde su amable invitación a participar en este Foro. En un
artículo publicado en la revista Proceso, Gabriel García Márquez narraba
el azoro de un editor europeo ante la audacia de las autoridades de una
importante ciudad colombiana, quienes habían emprendido la construcción de un monumental centro de
convenciones sin contar con la más mínima infraestructura en materia de
telecomunicaciones, hospedaje y otros servicios que les permitieran operarlo
adecuadamente. Finalizaba su artículo el célebre escritor colombiano recordando
que antes de abordar el avión que lo regresaría a su tierra el editor le habría
dicho, ante tanta desmesura, (cito de memoria): “Usted no es un novelista, sino
un simple notario de la realidad”.
Aquel artículo vino a mi mente apenas me puse a pensar en la Fiesta de la Candelaria para escribir este texto. Cada año Tlacotalpan recibe, en promedio, más de cincuenta mil visitantes diarios durante la fiesta. Muchos de ellos, que acuden de pueblos o ciudades vecinos, sólo permanecen durante algunas horas. Muchos otros, que aspiran a permanecer durante toda la fiesta, batallan inútilmente por ocupar alguna de las poco más de doscientas camas de hotel con que cuenta la Ciudad, por comer en cualquiera de los restaurantes abarrotados, por utilizar el único cajero automático disponible o por comprar una botella de agua potable. Lo asombroso es que dicha situación se presenta desde hace varios años y a nadie parece importarle. Cada año, allá por las navidades, nos descubrimos diciendo “nos vemos en la Fiesta de la Candelaria, en el Encuentro de Jaraneros”.
Bien mirado el asunto, la apoteosis de esta fiesta no es una cuestión tan vieja. Durante mucho años la reina de la ferias del rumbo fue la que se lleva a cabo en el Santuario de Otatitlán, donde se venera al Cristo Negro[1]. A ella acudían fervorosamente grandes peregrinaciones de indígenas popolucas, además de mestizos de las zonas de los tuxtlas y las altas montañas. La Fiesta de Tlacotalpan tenía un impacto micro regional a principios de la década de los sesenta, bastante alejado del auge que había tenido a principios del Siglo XX, cuando el comercio fluvial generaba una gran afluencia de personas.
Varios son los factores que explican el renacimiento de la Fiesta de la Candelaria a partir de la década de los setenta. Ricardo Pérez Mónfort cita tres:”… la apertura de vías de comunicación, la puesta en marcha de proyectos agroindustriales que van marcando el desarrollo económico y el paulatino abandono del aislamiento regional”[2]. Un ejemplo claro de lo anterior sería la construcción del puente sobre el río Papaloapan a la altura de Tlacotalpan, realizada en el año de 1972.
Apenas dos años más tarde, en 1974, se inauguraría la Casa de la Cultura “Agustín Lara”. Este centro cultural resultó ser el espacio detonador de otro de los factores que explican el resurgimiento de la fiesta de La Candelaria: El Encuentro de Jaraneros (más tarde, “de jaraneros y decimistas”) que cada año concita la presencia entusiasta de cientos de músicos, poetas, bailadores y seguidores del son jarocho, para quienes Tlacotalpan es la meca, la cita anual ineludible con una tradición que, como todas, es dinámica y cambiante; desconcertante para todos, pero especialmente para quienes se empeñan en mantenerla fija e inamovible.
Lo curioso del Encuentro de Jaraneros es que, a final de cuentas, es impermeable a la Fiesta de la Candelaria y que, de no ser por el vago fervor por la Virgen que manifiesta parte de los asistentes al Encuentro, el contacto entre ambas actividades sería prácticamente inexistente. Lo anterior no significa que el Encuentro podría efectuarse en cualquier otra época del año. Para cualquiera queda claro que la concentración anual de Jaraneros requiere del bullicio y las apreturas de la Fiesta para ser lo que es, y que ésta perdería muchos de sus elementos más vistosos si súbitamente se viera desprovista de la presencia contumaz de los jaraneros, sus seguidores y sus exégetas.
En las líneas que siguen me propongo hacer una descripción de los elementos que constituyen a la Fiesta de la Candelaria, así como de la forma en la que viven dichos elementos los protagonistas del Encuentro de Jaraneros. Creo que esta descripción permitirá advertir que ante las Fiesta de Candelaria y el Encuentro de Jaraneros estamos ante el clásico ejemplo de un matrimonio mal avenido, pero inseparable o, como dirían los teóricos, ante un ejemplo curioso de aculturación material a ritmo de Son jarocho.
Después de los actos litúrgicos de rigor, el primer acto característico de la Fiesta es la cabalgata. Es muy vistosa, pues consiste en un paseo a caballo efectuado por parejas ataviadas con traje jarocho de gala. Un blog de promoción turística la describe así: “Más de 600 personas desfilan por la calle principal con sus mejores vestiduras: sombrero de cuatro pedradas, guayabera blanca, pañuelo rojo y botas de tacón tipo sevillano para los hombres; blancos vestidos de organdí y encaje, de tres olanes, delantal negro de terciopelo bordado, pañuelo a la espalda, abanico, peineta y flores en el cabello, [para las mujeres]”[3].
En este punto ocurre la primera desavenencia entre las partes: resulta que para la mayoría de los asiduos al Encuentro, la indumentaria de quienes ellos denominan “jarochos de blanco” es una rémora de la folclorización del Son; un tributo a la estilización de la vestimenta de los jarochos efectuada desde el poder y la industria del entretenimiento, especialmente durante el alemanismo, con fines aviesos de capitalización, tanto política como monetaria. Se trata, remarcan, del traje utilizado por los ballets folclóricos. Al respecto, Rafael Figueroa Hernández recuerda en su breve Historia del Son Jarocho que “El Ballet de Amalia Hernández contribuyó muchísimo a la difusión internacional del son jarocho, pero a cambió de un proceso de estereotipación que para muchos significaría el estrangulamiento de la tradición jarocha”[4].
El hecho evidente es que los participantes en el Encuentro de Jaraneros evitan utilizar el traje de gala. Juan Meléndez lo expresa con claridad: “A diferencia del ballet folklórico –dice- que abandona la vestimenta tradicional de manta para vestirse de hacendados o terratenientes, el movimiento busca formas más sencillas y apegadas a la tradición ¡Por eso la mezclilla y las faldas de colores![5]”. Sobre la vestimenta adoptada por las mujeres fandangueras como parte del movimiento jaranero, Jessica Gottfried advierte lo que denomina “una tendencia o moda de cierto impacto en el medio fandanguero”. Dice al respecto: “Las prendas para este vestuario esencialmente se componen de una enagua llamada punta, porque la punta u orilla es tejida con gancho; una blusa tejida con gancho y una falda de cualquier tipo encima de la enagua o punta. La blusa puede ser entera o con los hombros a gancho y el resto de la tela, con mangas o sin mangas, o con diseños que se van desarrollando conforme las tejedoras tienen éxito con sus propuestas de diseño. Las faldas son de una enorme variedad de tipos y suelen usarse encima de la punta o enagua.[6]”. Todo esto significa que quienes acuden a la Fiesta tienen la oportunidad de contemplar cuando menos dos tipos de indumentaria jarocha: la estilizada, que se utiliza principalmente durante la cabalgata y la portada por los participantes en el Encuentro, surgida durante las últimas décadas.
No obstante, la Cabalgata es uno de los principales atractivos de la Fiesta. Germán Dehesa, quien se manifestó siempre partidario y promotor del Encuentro de Jaraneros, describió la cabalgata en los siguientes términos: “Cuando en Tlacotalpan comienza la fiesta de La Candelaria, la ceremonia inaugural es precisamente La Cabalgata. Los niños, las muchachas, los hombres de la región sueñan todo el año con ese desfile ecuestre que, de algún modo, los hace visibles y reales. Desde las impávidas y casi analgésicas ciudades, cuesta trabajo imaginar lo que aquí significa tener un caballo y cabalgarlo de modo que el mundo, al ser visto desde otra altura, adquiera una dimensión nueva y poseíble”[7].
Debe mencionarse en este punto que mientras la cabalgata transcurre, la mayoría de los asistentes al Encuentro de Jaraneros se reúne en la Casa de la Cultura para conocer las novedades editoriales en torno al Son Jarocho. Se trata de una actividad bastante estimulante, en la que músicos, estudiosos y difusores presentan, a lo largo de los tres días de fiesta, libros, revistas, discos, videos, páginas web, etcétera, recientemente publicados. Varios de los discos que ahora se consideran como los nuevos clásicos del Son Jarocho se han presentado por primera vez en ese espacio, al igual que muchos estudios relevantes sobre el tema. Quienes desean participar en el Foro de Presentaciones Editoriales, que así se denomina oficialmente ese espacio, se inscriben previamente en una página Web administrada por los propios jaraneros.
También el primer día de fiesta, que es el 31 de enero, inicia el Encuentro de Jaraneros en Plaza Doña Martha. A partir de las cinco de la tarde desfilan, de manera alterna, grupos de jaraneros y decimistas previamente inscritos, quienes participan con acuerdo a un orden decidido por el Comité Organizador. A decir verdad, la magnitud y representatividad de dicho Comité suele variar año con año. En varias ediciones el Comité se ha reducido a la pura persona de Diego López, el infatigable y ubicuo anfitrión del Encuentro. En otras, ha contado con la participación de figuras reconocidas del movimiento jaranero. En todo caso, un acuerdo tácito establece que a los grupos afamados les corresponde actuar en la hora estelar, allá por las ocho de la noche, cuando la transmisión radiofónica del Encuentro se efectúa en vivo.
“Por el Fandango tlacotalpeño -escribió Ricardo Pérez Mónfort en 1992- desfilan toda clase de personajes. Viejos septuagenarios con jaranas oscuras y manchadas, gordas mujeres listas para el zapateado, jóvenes que al cambio de voz ya están cantando un jarabe, borrachos que menean sus cuerpos sobre la tarima pretendiendo a muchachas vestidas de jarochas, decimeros, arpistas, violinistas, escritores, ganaderos, campesinos, policías, amas de casa, artesanos, garnacheras, estudiosos, vagos… y tantos otros.[8]” Para darnos una idea de la diversidad de propuestas que se presentan en el Encuentro acudamos, nuevamente, al testimonio de Germán Dehesa: “Anoche -refiere- estuve en la Plaza de Doña Martha con los jaraneros. Un decimero recitaba: "Mujer, yo te tengo amor/ hazme caso, no seas gacha/ yo quisiera ser frijol/ y embarrarme en tu garnacha" y recibía jubilosa ovación del público que reconocía en esos versos la clara influencia de Goethe. Hacia la media noche se presentó "Son de Madera" el más importante e innovador grupo de jaraneros que ha aparecido por aquí en las últimas décadas. Al frente (y a los lados) de este grupo está un hombre joven llamado Ramón Gutiérrez que es el más prodigioso tañedor de jarana que yo haya conocido[9]”. Desde luego, no todos los jaraneros que suben al Foro del Encuentro son tan virtuosos como Ramón Gutiérrez, ni todos los decimistas tan ocurrentes como el citado por Germán Dehesa. También participan en el Encuentro grandes poetas populares, cuyos versos se fijan en la memoria de todos los asistentes. Como olvidar, por ejemplo, la recia figura de Don Guillermo Cházaro Lagos parado a la mitad de foro recitando vigorosamente aquello de: Si en verso le he de cantar/soy un pájaro cantor:/l jarocho trovador/ que sabe sufrir y amar./Nunca he sabido llorar,/y a cada son más se crece/y trovando me amanece/a la flor que baña el río/enlazándola: amor mío,/que tardecito anochece.
Pérez Mónfort anota que el primer encuentro fue más bien un Concurso de Jaraneros que se llevó a cabo en el año de 1978 y que “desde entonces ha acompañado a los festejos de la Candelaria con mayor o menor brío[10]”. Recuerda que “Existen varias versiones sobre el origen de estos encuentros. Salvador «El Negro «Ojeda –afirma- se atribuye la idea original de hacerlos en Tlacotalpan, lo mismo que el cronista de esa ciudad Humberto Aguirre Tinoco y el productor inicial de las transmisiones radiofónicas de tales encuentros, Teodoro Villegas. Tengo para mí –dice Pérez Mónfort- que lo importante no es a quién se le ocurrió hacerlo por primera vez, sino que se mantuvo la organización de dichos encuentros a lo largo de más de quince años consecutivos. Y ello se debió a ninguno de los tres arriba citados sino al tesón y la constancia de Graciela Ramírez y Felipe Oropeza, ambos miembros del equipo de producción de Radio Educación[11]”.
Aquel artículo vino a mi mente apenas me puse a pensar en la Fiesta de la Candelaria para escribir este texto. Cada año Tlacotalpan recibe, en promedio, más de cincuenta mil visitantes diarios durante la fiesta. Muchos de ellos, que acuden de pueblos o ciudades vecinos, sólo permanecen durante algunas horas. Muchos otros, que aspiran a permanecer durante toda la fiesta, batallan inútilmente por ocupar alguna de las poco más de doscientas camas de hotel con que cuenta la Ciudad, por comer en cualquiera de los restaurantes abarrotados, por utilizar el único cajero automático disponible o por comprar una botella de agua potable. Lo asombroso es que dicha situación se presenta desde hace varios años y a nadie parece importarle. Cada año, allá por las navidades, nos descubrimos diciendo “nos vemos en la Fiesta de la Candelaria, en el Encuentro de Jaraneros”.
Bien mirado el asunto, la apoteosis de esta fiesta no es una cuestión tan vieja. Durante mucho años la reina de la ferias del rumbo fue la que se lleva a cabo en el Santuario de Otatitlán, donde se venera al Cristo Negro[1]. A ella acudían fervorosamente grandes peregrinaciones de indígenas popolucas, además de mestizos de las zonas de los tuxtlas y las altas montañas. La Fiesta de Tlacotalpan tenía un impacto micro regional a principios de la década de los sesenta, bastante alejado del auge que había tenido a principios del Siglo XX, cuando el comercio fluvial generaba una gran afluencia de personas.
Varios son los factores que explican el renacimiento de la Fiesta de la Candelaria a partir de la década de los setenta. Ricardo Pérez Mónfort cita tres:”… la apertura de vías de comunicación, la puesta en marcha de proyectos agroindustriales que van marcando el desarrollo económico y el paulatino abandono del aislamiento regional”[2]. Un ejemplo claro de lo anterior sería la construcción del puente sobre el río Papaloapan a la altura de Tlacotalpan, realizada en el año de 1972.
Apenas dos años más tarde, en 1974, se inauguraría la Casa de la Cultura “Agustín Lara”. Este centro cultural resultó ser el espacio detonador de otro de los factores que explican el resurgimiento de la fiesta de La Candelaria: El Encuentro de Jaraneros (más tarde, “de jaraneros y decimistas”) que cada año concita la presencia entusiasta de cientos de músicos, poetas, bailadores y seguidores del son jarocho, para quienes Tlacotalpan es la meca, la cita anual ineludible con una tradición que, como todas, es dinámica y cambiante; desconcertante para todos, pero especialmente para quienes se empeñan en mantenerla fija e inamovible.
Lo curioso del Encuentro de Jaraneros es que, a final de cuentas, es impermeable a la Fiesta de la Candelaria y que, de no ser por el vago fervor por la Virgen que manifiesta parte de los asistentes al Encuentro, el contacto entre ambas actividades sería prácticamente inexistente. Lo anterior no significa que el Encuentro podría efectuarse en cualquier otra época del año. Para cualquiera queda claro que la concentración anual de Jaraneros requiere del bullicio y las apreturas de la Fiesta para ser lo que es, y que ésta perdería muchos de sus elementos más vistosos si súbitamente se viera desprovista de la presencia contumaz de los jaraneros, sus seguidores y sus exégetas.
En las líneas que siguen me propongo hacer una descripción de los elementos que constituyen a la Fiesta de la Candelaria, así como de la forma en la que viven dichos elementos los protagonistas del Encuentro de Jaraneros. Creo que esta descripción permitirá advertir que ante las Fiesta de Candelaria y el Encuentro de Jaraneros estamos ante el clásico ejemplo de un matrimonio mal avenido, pero inseparable o, como dirían los teóricos, ante un ejemplo curioso de aculturación material a ritmo de Son jarocho.
Después de los actos litúrgicos de rigor, el primer acto característico de la Fiesta es la cabalgata. Es muy vistosa, pues consiste en un paseo a caballo efectuado por parejas ataviadas con traje jarocho de gala. Un blog de promoción turística la describe así: “Más de 600 personas desfilan por la calle principal con sus mejores vestiduras: sombrero de cuatro pedradas, guayabera blanca, pañuelo rojo y botas de tacón tipo sevillano para los hombres; blancos vestidos de organdí y encaje, de tres olanes, delantal negro de terciopelo bordado, pañuelo a la espalda, abanico, peineta y flores en el cabello, [para las mujeres]”[3].
En este punto ocurre la primera desavenencia entre las partes: resulta que para la mayoría de los asiduos al Encuentro, la indumentaria de quienes ellos denominan “jarochos de blanco” es una rémora de la folclorización del Son; un tributo a la estilización de la vestimenta de los jarochos efectuada desde el poder y la industria del entretenimiento, especialmente durante el alemanismo, con fines aviesos de capitalización, tanto política como monetaria. Se trata, remarcan, del traje utilizado por los ballets folclóricos. Al respecto, Rafael Figueroa Hernández recuerda en su breve Historia del Son Jarocho que “El Ballet de Amalia Hernández contribuyó muchísimo a la difusión internacional del son jarocho, pero a cambió de un proceso de estereotipación que para muchos significaría el estrangulamiento de la tradición jarocha”[4].
El hecho evidente es que los participantes en el Encuentro de Jaraneros evitan utilizar el traje de gala. Juan Meléndez lo expresa con claridad: “A diferencia del ballet folklórico –dice- que abandona la vestimenta tradicional de manta para vestirse de hacendados o terratenientes, el movimiento busca formas más sencillas y apegadas a la tradición ¡Por eso la mezclilla y las faldas de colores![5]”. Sobre la vestimenta adoptada por las mujeres fandangueras como parte del movimiento jaranero, Jessica Gottfried advierte lo que denomina “una tendencia o moda de cierto impacto en el medio fandanguero”. Dice al respecto: “Las prendas para este vestuario esencialmente se componen de una enagua llamada punta, porque la punta u orilla es tejida con gancho; una blusa tejida con gancho y una falda de cualquier tipo encima de la enagua o punta. La blusa puede ser entera o con los hombros a gancho y el resto de la tela, con mangas o sin mangas, o con diseños que se van desarrollando conforme las tejedoras tienen éxito con sus propuestas de diseño. Las faldas son de una enorme variedad de tipos y suelen usarse encima de la punta o enagua.[6]”. Todo esto significa que quienes acuden a la Fiesta tienen la oportunidad de contemplar cuando menos dos tipos de indumentaria jarocha: la estilizada, que se utiliza principalmente durante la cabalgata y la portada por los participantes en el Encuentro, surgida durante las últimas décadas.
No obstante, la Cabalgata es uno de los principales atractivos de la Fiesta. Germán Dehesa, quien se manifestó siempre partidario y promotor del Encuentro de Jaraneros, describió la cabalgata en los siguientes términos: “Cuando en Tlacotalpan comienza la fiesta de La Candelaria, la ceremonia inaugural es precisamente La Cabalgata. Los niños, las muchachas, los hombres de la región sueñan todo el año con ese desfile ecuestre que, de algún modo, los hace visibles y reales. Desde las impávidas y casi analgésicas ciudades, cuesta trabajo imaginar lo que aquí significa tener un caballo y cabalgarlo de modo que el mundo, al ser visto desde otra altura, adquiera una dimensión nueva y poseíble”[7].
Debe mencionarse en este punto que mientras la cabalgata transcurre, la mayoría de los asistentes al Encuentro de Jaraneros se reúne en la Casa de la Cultura para conocer las novedades editoriales en torno al Son Jarocho. Se trata de una actividad bastante estimulante, en la que músicos, estudiosos y difusores presentan, a lo largo de los tres días de fiesta, libros, revistas, discos, videos, páginas web, etcétera, recientemente publicados. Varios de los discos que ahora se consideran como los nuevos clásicos del Son Jarocho se han presentado por primera vez en ese espacio, al igual que muchos estudios relevantes sobre el tema. Quienes desean participar en el Foro de Presentaciones Editoriales, que así se denomina oficialmente ese espacio, se inscriben previamente en una página Web administrada por los propios jaraneros.
También el primer día de fiesta, que es el 31 de enero, inicia el Encuentro de Jaraneros en Plaza Doña Martha. A partir de las cinco de la tarde desfilan, de manera alterna, grupos de jaraneros y decimistas previamente inscritos, quienes participan con acuerdo a un orden decidido por el Comité Organizador. A decir verdad, la magnitud y representatividad de dicho Comité suele variar año con año. En varias ediciones el Comité se ha reducido a la pura persona de Diego López, el infatigable y ubicuo anfitrión del Encuentro. En otras, ha contado con la participación de figuras reconocidas del movimiento jaranero. En todo caso, un acuerdo tácito establece que a los grupos afamados les corresponde actuar en la hora estelar, allá por las ocho de la noche, cuando la transmisión radiofónica del Encuentro se efectúa en vivo.
“Por el Fandango tlacotalpeño -escribió Ricardo Pérez Mónfort en 1992- desfilan toda clase de personajes. Viejos septuagenarios con jaranas oscuras y manchadas, gordas mujeres listas para el zapateado, jóvenes que al cambio de voz ya están cantando un jarabe, borrachos que menean sus cuerpos sobre la tarima pretendiendo a muchachas vestidas de jarochas, decimeros, arpistas, violinistas, escritores, ganaderos, campesinos, policías, amas de casa, artesanos, garnacheras, estudiosos, vagos… y tantos otros.[8]” Para darnos una idea de la diversidad de propuestas que se presentan en el Encuentro acudamos, nuevamente, al testimonio de Germán Dehesa: “Anoche -refiere- estuve en la Plaza de Doña Martha con los jaraneros. Un decimero recitaba: "Mujer, yo te tengo amor/ hazme caso, no seas gacha/ yo quisiera ser frijol/ y embarrarme en tu garnacha" y recibía jubilosa ovación del público que reconocía en esos versos la clara influencia de Goethe. Hacia la media noche se presentó "Son de Madera" el más importante e innovador grupo de jaraneros que ha aparecido por aquí en las últimas décadas. Al frente (y a los lados) de este grupo está un hombre joven llamado Ramón Gutiérrez que es el más prodigioso tañedor de jarana que yo haya conocido[9]”. Desde luego, no todos los jaraneros que suben al Foro del Encuentro son tan virtuosos como Ramón Gutiérrez, ni todos los decimistas tan ocurrentes como el citado por Germán Dehesa. También participan en el Encuentro grandes poetas populares, cuyos versos se fijan en la memoria de todos los asistentes. Como olvidar, por ejemplo, la recia figura de Don Guillermo Cházaro Lagos parado a la mitad de foro recitando vigorosamente aquello de: Si en verso le he de cantar/soy un pájaro cantor:/l jarocho trovador/ que sabe sufrir y amar./Nunca he sabido llorar,/y a cada son más se crece/y trovando me amanece/a la flor que baña el río/enlazándola: amor mío,/que tardecito anochece.
Pérez Mónfort anota que el primer encuentro fue más bien un Concurso de Jaraneros que se llevó a cabo en el año de 1978 y que “desde entonces ha acompañado a los festejos de la Candelaria con mayor o menor brío[10]”. Recuerda que “Existen varias versiones sobre el origen de estos encuentros. Salvador «El Negro «Ojeda –afirma- se atribuye la idea original de hacerlos en Tlacotalpan, lo mismo que el cronista de esa ciudad Humberto Aguirre Tinoco y el productor inicial de las transmisiones radiofónicas de tales encuentros, Teodoro Villegas. Tengo para mí –dice Pérez Mónfort- que lo importante no es a quién se le ocurrió hacerlo por primera vez, sino que se mantuvo la organización de dichos encuentros a lo largo de más de quince años consecutivos. Y ello se debió a ninguno de los tres arriba citados sino al tesón y la constancia de Graciela Ramírez y Felipe Oropeza, ambos miembros del equipo de producción de Radio Educación[11]”.
[1]
Los interesados en el tema pueden consultar:
Santuario y región. Imágenes del Cristo Negro de Otatitlán. José Velasco
Toro (Coord.). Universidad Veracruzana. 1995. 630 pp.
[2] Ricardo Pérez Mónfort. Testimonios del son jarocho y del fandango:
Apuntes y reflexiones sobre el resurgimiento de una tradición regional hacia
finales del siglo XX. CIESAS/UNAM.
[3] http://www.visitingmexico.com.mx/blog/feria-de-la-candelaria-tlacotalpan.htm.
[4] Rafael
Figueroa Hernández. Historia del Son
jarocho. ttp://www.tlaco.com.mx/cultura/pdf/SonJarocho.pdf
[5] Juan
Meléndez de la Cruz. Una tradición viva.
artículo en línea.
[6]
Jessica Gottfried. “Tejedoras de moda en los fandangos actuales. Tejidos de
redes entre pueblos y ciudades” en Las artesanías mexicanas, en Memoria del III Coloquio Nacional de Arte
Popular. Consejo Veracruzano de Arte Popular. 2009. p.
[7]
Germán Dehesa “La Cabalgata” en Gaceta del Ángel. Reforma. 2 de febrero de 2001.
[8]
Ricardo Pérez Mónfort. Tlacotalpan, la Virgen
de la Candelaria y los sones. FCE. 1992. p.57.
[9]
Germán Dehesa “Un son que canta en el río III” en Gaceta del Ángel. Reforma. 3 de febrero de 2005.
[10]
Ricardo Pérez Mónfort. Testimonios
del son jarocho y del fandango… op.cit.
[11] ibíd.
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