La
fiesta de la Candelaria y los jaraneros (Segunda parte)
por Óscar Hernández Beltrán.
Para
muchos de los protagonistas del Movimiento Jaranero el Encuentro de Tlacotalpan
es un acontecimiento fundamental. Lo conciben como una ventana abierta,
simultáneamente, a la tradición y a la
creatividad; como un acontecimiento enriquecedor, en el que se tributa homenaje
a los viejos soneros, al tiempo que se renueva la tradición. En 1991 escribió Gilberto
Gutiérrez: “En 1979 se instituyó el Encuentro de Jaraneros en
Tlacotalpan, Ver. La asistencia a esta fiesta se hace por devoción. Cada año
concurren menos músicos viejos (muchos ya murieron) y más músicos jóvenes. Este
Encuentro se ha vuelto el máximo escaparate del son. Allí se asiste a mostrar los
avances individuales y de grupo, y a ejecutar esos sones ya desconocidos,
arrancados a la memoria octogenaria de
algún jaranero”[1]. Esta opinión variaría pocos años más
adelante cuando, convencidos de que el modelo de Encuentro se había agotado,
Mono Blanco, el grupo que lidera Gilberto Gutiérrez, y otros grupos más,
decidieron seguir acudiendo cada año a la Fiestas de la Candelaria, pero no a
participar en el Foro del Encuentro, sino a efectuar fandangos tradicionales en
un espacio alternativo. En 2006, Antonio García de León expresaba también su
preocupación al respecto: “…han
pasado los años, y lo que en un principio estaba orientado para reanimar la
tradición fandanguera, propiciando el regocijo colectivo, se ha convertido,
anquilosándose, en un espectáculo pasivo, dejando de lado lo fundamental.
Incluso, como efecto terminal de todo esto, asistimos a la implantación de
nuevas modas que sofocan la dinámica del fandango: como la presencia
aplastante, en los “encuentros de
jaraneros” de decenas de versadores de décimas recitadas, que sin cantar, tocar
ni bailar, utilizan al son como música de fondo y lo someten a una nueva
artificialidad. Los mismos encuentros, que en un principio fueron inducidos en
función de preservar la tradición se han tornado un espectáculo de oyentes
pasivos, terminado por asfixiar lo que había que haber cuidado con más empeño,
que era el fandango, una fiesta colectiva en donde tenía cabida todo el pueblo:
para cantar, bailar y escuchar a los mejores músicos de la región.[2]
Por su parte, Leonardo Amador anota: “Personalmente estoy convencido que el encuentro de jaraneros de Tlacotalpan ha sido un generador de grupos y de escuelas, un encuentro de tendencias de interpretación e ideológicas, un aparador del son tradicional y puro, pero también de aquel que busca sonoridades frescas”[3].
Desde luego, los fandangos realizados durante la Fiesta de la Candelaria no son una aportación del Movimiento Jaranero. Fandangos en días de feria se han hecho desde hace muchos años en Tlacotalpan. Una placa de bronce colocada en el pórtico de la Casa de la Cultura sugiere que el Son Jarocho nació en la llamada Perla del Papaloapan y esa parece ser la creencia de mucha gente. Los estudiosos del Son no parecen compartir esa idea. En un artículo sobre la historia del Son, Alfredo Delgado Calderón, luego de aclarar que los primeros registro sobre el fandango datan de 1766, asienta: “Curiosamente, debieron pasar varios años más para que tuviéramos una noticia sobre el son jarocho en Tlacotalpan, de donde algunos creen que es originario, y donde no aparece ligado únicamente a los negros, como en Acayucan, sino también a los indígenas[4]”. No obstante, los testimonios sobre los fandangos durante la Candelaria en épocas pasadas son abundantes. En testimonio dado a Ricardo Pérez Mónfort, Doña Josefina Candal, bailadora, explica que: “Eran tres fandangos: uno lo ponían en la bahía, otro lo ponían en el parque y en el mercado había como dos. Eran como cuatro fandangos los que hacían. Pero se llegó el momento en que ya no había ni uno. Hasta que ya ahora cuando se formó la Casa de la Cultura, en el ’74, empezamos[5]
Desde su establecimiento, el Encuentro ha concitado la participación de grupos y personas de diversas adscripciones y variados rumbos geográficos, tanto del país como del extranjero. Por esta y por otras buenas razones, todo parece indicar que el balance efectuado por los personeros del Movimiento con respecto al Encuentro de Jaraneros en Tlacotalpan resulta positivo. Rafael Figueroa Hernández apunta que: “Gracias al encuentro, y a los muchos encuentros que afortunadamente han aparecido motivados por el de Tlacotalpan, nos pudimos dar cuenta de las diferencias y afinidades entre las diferentes regiones del son jarocho tanto en Veracruz como en la ciudad de México. Escuchamos como un mismo son puede sonar de maneras distintas, si es interpretado desde Tlacotalpan o Alvarado, que si viene de la región de los Tuxtlas, o de las zonas con mayor influencia indígena como Xoteapan, Acayucan o Jáltipan[6]”.
Pero no todo es miel sobre hojuelas. Constantemente se expresan críticas de los participantes con respecto al trato que se les brinda durante el Encuentro por parte de las instituciones de gobierno encargadas de otorgarles las atenciones básicas de hospedaje y alimentación. Ante la escasez de habitaciones de hotel, los organizadores recurren a las familias de Tlacotalpan quienes ven en la necesidad imperante una oportunidad de negocios. No todas las experiencias de cohabitación entre las familias y los jaraneros parecen ser afortunadas. Una crónica publicada por el decimista José Samuel Aguilera refiere que el propietario de la casa alquilada, cito: “…con voz melosa puso a mi disposición “su humilde morada” (parece albur, pero así nos dijo). Esa noche supe que, junto con su mujer, ronca el desgraciado y además que dormir en un neumático, como nos hizo dormir, es muy bueno para desmadrarse la columna. De cualquier manera, agradecí la gentiliza de Diegolópez, me acordé de la progenitora del IVEC y al descubrir a eso de las cinco de la mañana, que dormíamos cerca de un pesebre, rodeados de un sonoro coro de chivos, borregos, gallinas y caballos, compadecí al niño Jesús, le menté la madre a los tres reyes magos y comprendí porqué Benitojuares escapó de Ixtlán rumbo a Oaxaca con la insana intención de convertirse en diputado y recortar todo tipo de presupuesto cultural[7]”.
A pesar de las incomodidades padecidas durante la fiesta, los soneros asisten puntualmente a la cita anual en Tlacotalpan. Dos impulsos básicos parecen guiarlos: el apego a la tradición, a la que se rinde tributo por medio del reconocimiento a los viejos maestros del Son y la constatación de que el movimiento jaranero no sólo persiste, sino que se fortalece y diversifica cada año. Los jaraneros acuden a encontrar o reencontrar a los maestros de la tradición, quienes suelen recibir con asombrosa modestia las reiteradas muestras de respeto que les brindan sus discípulos; acuden también a conocer las primicias de las propuestas desarrolladas por los diversos grupos asistentes.
De tales impulsos han surgido cuando menos dos demandas de la comunidad jaranera: una, que el reconocimiento a los viejos maestros no se limite a la entrega de una medalla, sino que se establezcan las condiciones que les permitan vivir su vejez en paz y con dignidad; otra, que el talento y la creatividad de los grupos de Son jarocho reciba la atención pública y los espacios de desarrollo que su talento amerita.
En ocasiones, la percepción de que el apoyo brindado al Son Jarocho resulta insuficiente se traduce en propuestas directas de organización. En 2006, Germán Dehesa efectuó una de las más rotundas:”...el encuentro de jaraneros. Es una delicia y un bien para la comunidad. Por esto mismo, es lastimoso que año con año este encuentro no tenga el mínimo presupuesto que requiere. Sé que el gobierno pondrá una parte (que podría ser un poco más generosa) que no alcanza. Aquí hay una magnífica oportunidad para que la ciudadanía y el gobierno colaboren. Yo me aviento el tiro de ponerme con mi cuerno y de crear un patronato que trabaje en coordinación con el gobierno y alivie y garantice la perduración de este luminoso y vivo son mexicano. ¿Quién dijo yo?, porque yo ya dije[8]”.
Según opinan muchos, la razón le corresponde a los Jaraneros. En los últimos años se ha incrementado el gasto público destinado a la difusión de espectáculos en la Fiesta de la Candelaria. Lamentablemente, dichos recursos no se orientan a difundir el son vivo y luminoso al que se refiere Dehesa, sino a presentar a intérpretes comerciales de pésima calidad.
El día primero de febrero se lleva a cabo el denominado “Embalse de toros”. Si la Cabalgata produce en los jaraneros un gesto de leve desdén, la acometida a los toros efectuada por la muchedumbre recibe la condena unánime de los asistentes al Encuentro. El rechazo manifestado resulta comprensible. Luego de ser sumergidos en las aguas de Río Tlacotalpan, un grupo toros de engorda es arriado hacía la ribera. Exhaustos, atemorizados, los animales tratan de escapar entre el gentío. Entonces son agredidos por la muchedumbre, que les tuerce la cola y los agrede de muchas otras formas. Esta tortura cobarde ha sido impugnada por amplios sectores de la sociedad, no sólo de Veracruz, sino de toda la república. Sorprendentemente, se sigue efectuando. Álvaro Alcántara describe así su experiencia del embalse: “El pueblo respiraba alegremente y la pamplonada mantenía el interés de todos. Mientras que los niños anunciaban en sus camisas leyendas como ¡No maltrate al toro!, sus mayores —algo alegres-, se mostraban decididos a torturar a un pobre buey cansado que no entendía nada de nada y solo esperaba el menor descuido para tirarse a descansar. Yo tampoco entiendo lo que pasa, pero eso no importa mucho: la tradición es la tradición, sin embargo, a veces, resulta excesivamente pesada como si hubiera una obligación por seguir haciendo las cosas por inercia, de seguir impulsando, algo que hace tiempo dejo de funcionar”[9].
El día dos de febrero, a las cinco de la mañana, los jaraneros disuelven los varios fandangos en los que ha derivado el Encuentro de Jaraneros de Plaza Doña Martha y se encaminan al templo para llevarle las mañanitas la Virgen de la Candelaria. Tal vez sea este el momento en el que la Fiesta de la Candelaria y el Encuentro se hermanan de manera más clara. El sincero fervor manifestado por muchos de los jaraneros y el evidente respeto guardado por sus acompañantes, forman parte, me parece, del apego general a la tradición que el Movimiento Jaranero enarbola como una de sus características fundamentales, que incluye, además de la fe compartida con los ancianos, el respeto a la estructura del fandango como espacio de expansión ritual altamente codificado y la veneración hacia los jaraneros viejos, sus instrumentos, sus versos y sus sones. A pesar de que la visita al templo contiene mucho de fe verdadera, no deja de ser, sin embargo, una actividad moderna. Al respecto escribe Antonio García de León: “Actualmente, a diferencia del siglo XIX, la mayor parte de los asistentes y los que participan en un fandango se saben insertos en el folclor y lo practican conscientemente, y esa es la diferencia básica, lo que nos separa irremediablemente de la “antigüedad[10]”
El día dos por la tarde, se efectúa el Paseo de la Virgen por el Río. Muchos jaraneros siguen a la procesión que lleva a la Candelaria del templo al muelle. La ruidosa multitud apenas permite escuchar la música de jaranas. Además de los músicos jarochos acompañan a la Virgen grupos de mariachi, bandas de marcha, etcétera. Álvaro Alcántara lamenta en un escrito del año 2000 que, puestos a elegir, los organizadores del Paseo hayan dado preferencia a los mariachis, antes que a los jaraneros, al decidir qué grupo musical tendría el honor de tocar junto a la Virgen durante el paseo. Y reflexiona: “Los viejos soneros siguen vivos para fortuna nuestra. No estaría de más darles el lugar que se merecen. Quizás así dejemos de escuchar que en la "cuna del son jarocho", una voz parta el bullicio repitiendo incesante ¡primero los mariachis! ¡Primero los mariachis! ¿Y los viejos, nuestros viejos soneros, cuándo?[11]”
Permítanme concluir en este punto. A pesar de sus divergencias, o quizás precisamente por ellas, la Fiesta de la Candelaria continúa ganando adeptos cada año. Todavía, allá por las navidades nos escuchamos decir: “Nos vemos en Tlacotalpan, para la Candelaria”. Muchas gracias.
Por su parte, Leonardo Amador anota: “Personalmente estoy convencido que el encuentro de jaraneros de Tlacotalpan ha sido un generador de grupos y de escuelas, un encuentro de tendencias de interpretación e ideológicas, un aparador del son tradicional y puro, pero también de aquel que busca sonoridades frescas”[3].
Desde luego, los fandangos realizados durante la Fiesta de la Candelaria no son una aportación del Movimiento Jaranero. Fandangos en días de feria se han hecho desde hace muchos años en Tlacotalpan. Una placa de bronce colocada en el pórtico de la Casa de la Cultura sugiere que el Son Jarocho nació en la llamada Perla del Papaloapan y esa parece ser la creencia de mucha gente. Los estudiosos del Son no parecen compartir esa idea. En un artículo sobre la historia del Son, Alfredo Delgado Calderón, luego de aclarar que los primeros registro sobre el fandango datan de 1766, asienta: “Curiosamente, debieron pasar varios años más para que tuviéramos una noticia sobre el son jarocho en Tlacotalpan, de donde algunos creen que es originario, y donde no aparece ligado únicamente a los negros, como en Acayucan, sino también a los indígenas[4]”. No obstante, los testimonios sobre los fandangos durante la Candelaria en épocas pasadas son abundantes. En testimonio dado a Ricardo Pérez Mónfort, Doña Josefina Candal, bailadora, explica que: “Eran tres fandangos: uno lo ponían en la bahía, otro lo ponían en el parque y en el mercado había como dos. Eran como cuatro fandangos los que hacían. Pero se llegó el momento en que ya no había ni uno. Hasta que ya ahora cuando se formó la Casa de la Cultura, en el ’74, empezamos[5]
Desde su establecimiento, el Encuentro ha concitado la participación de grupos y personas de diversas adscripciones y variados rumbos geográficos, tanto del país como del extranjero. Por esta y por otras buenas razones, todo parece indicar que el balance efectuado por los personeros del Movimiento con respecto al Encuentro de Jaraneros en Tlacotalpan resulta positivo. Rafael Figueroa Hernández apunta que: “Gracias al encuentro, y a los muchos encuentros que afortunadamente han aparecido motivados por el de Tlacotalpan, nos pudimos dar cuenta de las diferencias y afinidades entre las diferentes regiones del son jarocho tanto en Veracruz como en la ciudad de México. Escuchamos como un mismo son puede sonar de maneras distintas, si es interpretado desde Tlacotalpan o Alvarado, que si viene de la región de los Tuxtlas, o de las zonas con mayor influencia indígena como Xoteapan, Acayucan o Jáltipan[6]”.
Pero no todo es miel sobre hojuelas. Constantemente se expresan críticas de los participantes con respecto al trato que se les brinda durante el Encuentro por parte de las instituciones de gobierno encargadas de otorgarles las atenciones básicas de hospedaje y alimentación. Ante la escasez de habitaciones de hotel, los organizadores recurren a las familias de Tlacotalpan quienes ven en la necesidad imperante una oportunidad de negocios. No todas las experiencias de cohabitación entre las familias y los jaraneros parecen ser afortunadas. Una crónica publicada por el decimista José Samuel Aguilera refiere que el propietario de la casa alquilada, cito: “…con voz melosa puso a mi disposición “su humilde morada” (parece albur, pero así nos dijo). Esa noche supe que, junto con su mujer, ronca el desgraciado y además que dormir en un neumático, como nos hizo dormir, es muy bueno para desmadrarse la columna. De cualquier manera, agradecí la gentiliza de Diegolópez, me acordé de la progenitora del IVEC y al descubrir a eso de las cinco de la mañana, que dormíamos cerca de un pesebre, rodeados de un sonoro coro de chivos, borregos, gallinas y caballos, compadecí al niño Jesús, le menté la madre a los tres reyes magos y comprendí porqué Benitojuares escapó de Ixtlán rumbo a Oaxaca con la insana intención de convertirse en diputado y recortar todo tipo de presupuesto cultural[7]”.
A pesar de las incomodidades padecidas durante la fiesta, los soneros asisten puntualmente a la cita anual en Tlacotalpan. Dos impulsos básicos parecen guiarlos: el apego a la tradición, a la que se rinde tributo por medio del reconocimiento a los viejos maestros del Son y la constatación de que el movimiento jaranero no sólo persiste, sino que se fortalece y diversifica cada año. Los jaraneros acuden a encontrar o reencontrar a los maestros de la tradición, quienes suelen recibir con asombrosa modestia las reiteradas muestras de respeto que les brindan sus discípulos; acuden también a conocer las primicias de las propuestas desarrolladas por los diversos grupos asistentes.
De tales impulsos han surgido cuando menos dos demandas de la comunidad jaranera: una, que el reconocimiento a los viejos maestros no se limite a la entrega de una medalla, sino que se establezcan las condiciones que les permitan vivir su vejez en paz y con dignidad; otra, que el talento y la creatividad de los grupos de Son jarocho reciba la atención pública y los espacios de desarrollo que su talento amerita.
En ocasiones, la percepción de que el apoyo brindado al Son Jarocho resulta insuficiente se traduce en propuestas directas de organización. En 2006, Germán Dehesa efectuó una de las más rotundas:”...el encuentro de jaraneros. Es una delicia y un bien para la comunidad. Por esto mismo, es lastimoso que año con año este encuentro no tenga el mínimo presupuesto que requiere. Sé que el gobierno pondrá una parte (que podría ser un poco más generosa) que no alcanza. Aquí hay una magnífica oportunidad para que la ciudadanía y el gobierno colaboren. Yo me aviento el tiro de ponerme con mi cuerno y de crear un patronato que trabaje en coordinación con el gobierno y alivie y garantice la perduración de este luminoso y vivo son mexicano. ¿Quién dijo yo?, porque yo ya dije[8]”.
Según opinan muchos, la razón le corresponde a los Jaraneros. En los últimos años se ha incrementado el gasto público destinado a la difusión de espectáculos en la Fiesta de la Candelaria. Lamentablemente, dichos recursos no se orientan a difundir el son vivo y luminoso al que se refiere Dehesa, sino a presentar a intérpretes comerciales de pésima calidad.
El día primero de febrero se lleva a cabo el denominado “Embalse de toros”. Si la Cabalgata produce en los jaraneros un gesto de leve desdén, la acometida a los toros efectuada por la muchedumbre recibe la condena unánime de los asistentes al Encuentro. El rechazo manifestado resulta comprensible. Luego de ser sumergidos en las aguas de Río Tlacotalpan, un grupo toros de engorda es arriado hacía la ribera. Exhaustos, atemorizados, los animales tratan de escapar entre el gentío. Entonces son agredidos por la muchedumbre, que les tuerce la cola y los agrede de muchas otras formas. Esta tortura cobarde ha sido impugnada por amplios sectores de la sociedad, no sólo de Veracruz, sino de toda la república. Sorprendentemente, se sigue efectuando. Álvaro Alcántara describe así su experiencia del embalse: “El pueblo respiraba alegremente y la pamplonada mantenía el interés de todos. Mientras que los niños anunciaban en sus camisas leyendas como ¡No maltrate al toro!, sus mayores —algo alegres-, se mostraban decididos a torturar a un pobre buey cansado que no entendía nada de nada y solo esperaba el menor descuido para tirarse a descansar. Yo tampoco entiendo lo que pasa, pero eso no importa mucho: la tradición es la tradición, sin embargo, a veces, resulta excesivamente pesada como si hubiera una obligación por seguir haciendo las cosas por inercia, de seguir impulsando, algo que hace tiempo dejo de funcionar”[9].
El día dos de febrero, a las cinco de la mañana, los jaraneros disuelven los varios fandangos en los que ha derivado el Encuentro de Jaraneros de Plaza Doña Martha y se encaminan al templo para llevarle las mañanitas la Virgen de la Candelaria. Tal vez sea este el momento en el que la Fiesta de la Candelaria y el Encuentro se hermanan de manera más clara. El sincero fervor manifestado por muchos de los jaraneros y el evidente respeto guardado por sus acompañantes, forman parte, me parece, del apego general a la tradición que el Movimiento Jaranero enarbola como una de sus características fundamentales, que incluye, además de la fe compartida con los ancianos, el respeto a la estructura del fandango como espacio de expansión ritual altamente codificado y la veneración hacia los jaraneros viejos, sus instrumentos, sus versos y sus sones. A pesar de que la visita al templo contiene mucho de fe verdadera, no deja de ser, sin embargo, una actividad moderna. Al respecto escribe Antonio García de León: “Actualmente, a diferencia del siglo XIX, la mayor parte de los asistentes y los que participan en un fandango se saben insertos en el folclor y lo practican conscientemente, y esa es la diferencia básica, lo que nos separa irremediablemente de la “antigüedad[10]”
El día dos por la tarde, se efectúa el Paseo de la Virgen por el Río. Muchos jaraneros siguen a la procesión que lleva a la Candelaria del templo al muelle. La ruidosa multitud apenas permite escuchar la música de jaranas. Además de los músicos jarochos acompañan a la Virgen grupos de mariachi, bandas de marcha, etcétera. Álvaro Alcántara lamenta en un escrito del año 2000 que, puestos a elegir, los organizadores del Paseo hayan dado preferencia a los mariachis, antes que a los jaraneros, al decidir qué grupo musical tendría el honor de tocar junto a la Virgen durante el paseo. Y reflexiona: “Los viejos soneros siguen vivos para fortuna nuestra. No estaría de más darles el lugar que se merecen. Quizás así dejemos de escuchar que en la "cuna del son jarocho", una voz parta el bullicio repitiendo incesante ¡primero los mariachis! ¡Primero los mariachis! ¿Y los viejos, nuestros viejos soneros, cuándo?[11]”
Permítanme concluir en este punto. A pesar de sus divergencias, o quizás precisamente por ellas, la Fiesta de la Candelaria continúa ganando adeptos cada año. Todavía, allá por las navidades nos escuchamos decir: “Nos vemos en Tlacotalpan, para la Candelaria”. Muchas gracias.
[1] Gilberto
Gutiérrez Silva. “Una década de son jarocho”. Horizonte. No. 1. Marzo de 1991. p.
[3]
Leonardo Amador, en el Foro Yahoo del Son Jarocho.
[4] Alfredo Delgado Calderón.
“Semblanza histórica del son jarocho”. Son
del Sur. No. 8. Febrero de 2000. p.32.
[5]
Ricardo Pérez Mónfort. Testimonios
del son jarocho y del fandango… op.cit.
[6]
Rafael Figueroa Hernández. op.cit.
[7]
José Samuel Aguilera Vázquez, “La
Entrada” Foro Yahoo del Son Jarocho.
Febrero de 2007.
[8]
Germán Dehesa. “La Gaceta del Ángel. Vine a Tlacotalpan”. Reforma. 18 de enero
de 2006.
[9]
Álvaro Alcántara. “Viajando entre los recuerdos”. Son del Sur. No. 8. Febrero de 2000. p.48.
[10]
Antonio García de León. Fandango.
El ritual del mundo jarocho a través de los siglos. Programa del Desarrollo
Cultural de Sotavento. 2006. p.55
[11] Álvaro Alcántara. “Viajando entre los
recuerdos”. Son del Sur. No. 8. Febrero de 2000. p.50.
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