(Leído durante la ceremonia de presentación, efectuada en
el Archivo Histórico de Veracruz, el jueves 21 de julio de 201, organizada por
la Delegación Estatal del INAH).
Tras los pasos de
Roberto Téllez Girón Olace, de Jessica
Gottfried Hesketh y Ricardo Téllez Girón López.*
Por Óscar Hernández Beltrán
Debo empezar
agradeciendo a la Delegación Estatal del
INAH y a Jessica Gottfried su amable
invitación a participar en esta ceremonia y, desde luego, al Archivo y
Biblioteca Históricos de Veracruz, su cordial hospitalidad.
En una carta abierta a los
obreros de Jalisco, escrita en los primeros años veinte del siglo pasado,
Vasconcelos afirma: “Sólo el contacto íntimo de los trabajadores con los
intelectuales puede dar lugar a un renacimiento espiritual que ponga nuestra
edad por encima de las otras1”. En el caso de los indígenas este
principio no variaba en lo esencial para Vasconcelos, pero contenía un
ingrediente diferenciador, fundado en la convicción de que con dicho sector de
la población era posible alcanzar una fusión étnica, lingüística y cultural; un
mestizaje redentor, igualmente victorioso. Todos sabemos que las ideas del
maestro oaxaqueño se tradujeron en política culturales públicas y que, gracias
entre otras cosas al profundo respeto que supo guardar hacia los creadores
artísticos, nuestro país vivió en las décadas de los treinta y los cuarenta un
singular esplendor de arte nacionalista, que abarcó a todas las disciplinas.
En el campo de la música, este
periodo produjo a los únicos compositores mexicanos que figuran en la
Enciclopedia Británica. Todos ellos realizaron obras que tuvieron composiciones
populares como punto de partida. En la mayoría de los casos, el contacto de
estos músicos con las tonadas, los sones y los jarabes populares no fue
directo, sino que estuvo mediado por la labor ingente, infatigable y subyugante
de los entonces llamados compiladores de música, una especie de etnomusicólogos
empíricos que efectuaron los primeros registros sistemáticos y canónicos de la
música popular de diversas entidades de nuestro país. Estos investigadores
trabajaron en condiciones totalmente precarias pero con profundas convicciones
nacionalistas. Con frecuencia, los resultados de sus investigaciones fueron
asombrosamente eficientes.
En un justamente celebrado
ensayo sobre la microhistoria, Don Luis González y González dice que existen
tres tipos de historiadores: los hormiga, que son quienes localizan, compilan y
editan los documentos fuente; los abeja, que son aquellos que procesan los
datos reunidos por los hormiga y escriben compendios históricos puntuales y
confiables y, finalmente, los cigarra, que son los que se lucen explicando el
trabajo de los dos primeros. Los etnomusicólogos son los investigadores hormiga
de la cultura musical. Su trabajo, frecuentemente utilizado pero escasamente
reconocido, resulta de vital importancia cuando se entiende la necesidad que
todas las sociedades tienen de preservar su patrimonio cultural intangible,
destacadamente la música popular.
En el libro cuya publicación hoy
celebramos, Jessica Gottfried rinde un justo homenaje al maestro Roberto Téllez
Girón Olace, quien fuera uno de los principales compiladores de música popular
mexicana de la etapa nacionalista, y lo hace de la mejor manera posible:
siguiendo sus pasos, es decir, visitando los pueblos y las comunidades que el
maestro Téllez Girón visitara, con el propósito de constatar el grado de supervivencia
de las músicas que el maestro Téllez Girón fijó definitivamente en papel
pautado hace casi 75 años.
Durante su recorrido, Jessica
comprueba que las músicas que Téllez Girón compilara tan acuciosamente hace más
de siete décadas continúan, en lo central, gozando de cabal salud y, más aún,
que siguen cumpliendo la misma función ritual de entonces. Este hecho no
debería de sorprendernos: los pueblos indígenas mexicanos han sabido conservar
sus formas de convivir y reproducirse; de cultivar, curar y vestir, entre otras
mucha cosas, a pesar de nuestra indiferencia, nuestro abandono o, peor aún, de
nuestra inquina.
Cuatro cosas dignas de festejo encontrará el lector en este libro: la
primera de ellas es una remembranza de
Roberto Téllez Girón Olace, escrita por su hijo, Ricardo Téllez Girón López,
quien hace a un lado su bagaje de doctor en antropología, para evocar el
recuerdo de su padre como el de un hombre bueno, talentoso y responsable, que
heredó a sus hijos las mejores cosas que un padre puede legar, que son un buen
nombre y una buena educación. El personaje que Ricardo Téllez Girón construye,
apenas con sus memorias de infancia y primera juventud, ya que lamentablemente
Don Roberto Téllez Girón murió a temprana edad, es un hombre generoso,
profundamente humano y batallador, que disfrutaba por igual las sinfonías más
intrincadas que los antojitos mexicanos o las funciones de lucha libre. Nada es
más respetable que el amor de un hijo por su padre, especialmente cuando se
expresa con delicadeza y honesta sinceridad.
La segunda cosa disfrutable de
la obra que hoy nos reúne es el relato que hace Jessica Gottfried de su
recorrido por las poblaciones que en su tiempo transitara Don Roberto. Esto es
así porque, amablemente, Jessica encuentra el modo de explicarnos con sencillez
y claridad, lo que en realidad son complicadísimos detalles técnicos, que
demuestran cómo las músicas de las comunidades de indígenas de la Sierra Norte
de Puebla y el poniente de Veracruz han sabido adaptarse y reproducirse, a
pesar de los embates de la modernidad, la posmodernidad y la globalización. Con
el apoyo de una ejecutante, Jessica Gottfried, presentó a los nietos o
bisnietos de los indígenas que fueran informantes de Roberto Téllez Girón, las
melodías que éste recogiera a finales de los años treinta. En la mayoría de los
casos, los herederos identifican las piezas ejecutadas, generalmente con el
mismo nombre o con un nombre parecido; o identifican partes importantes de
ella, al tiempo que manifiestan conocer una variante de tales temas. Antes de
entrar en materia, la autora hace un oportuno relato de la labor de rescate
efectuada por el estado mexicano por medio del Departamento de Música del
entonces recién creado INBA, al tiempo que explica la importancia que esta
labor tuvo en el curso de la música mexicana de concierto del Siglo XX.
El plato fuerte del libro es la reproducción de
facsimilar de las investigaciones efectuadas por Don Roberto Téllez Girón en la
Sierra Norte de Puebla y Jalacingo, Veracruz, en 1938, publicadas por primera
ocasión por el INBA en 1964. Es, antes que nada, una obra para estudiosos de la
música, ya que su lectura cabal demanda la capacidad de descifrar la escritura
musical, dado que incluye las partituras de las obras recopiladas. No obstante,
quienes no gozamos de esa habilidad también podemos leerla con agrado, y hasta
con regocijo, ya que el minucioso relato que hace el autor de sus avatares por
la sierra resulta no sólo entretenida sino, con frecuencia, apasionante. Lo que
ahí se aprecia es una sensibilidad fina, capaz de expresar estados de ánimo que
van de la paciente descripción de sus miles de contratiempos al arrobamiento
ante la belleza feraz del paisaje serrano. Se trata, en suma del relato vívido
de una investigación seria, responsable y productiva, que tuvo como bases
fundamentales un enorme talento musical y un irrestricto amor por México, su gente y su cultura.
El volumen incluye, además, un
disco que contiene el registro fonográfico de muchas de las obras musicales
recabadas por Don Roberto Téllez Girón y otras más, no recopiladas entonces,
pero que Jessica Gottfried ha considerado prudente incluir, desde un punto de
vista etnomusicológico. Debemos agradecer a la investigadora el esmero puesto
en su labor, que dignifica la memoria de Don Roberto Téllez Girón, permite a
los lectores de este siglo conocer la vida y la obra de tan ingente investigador
y contribuye notablemente a preservar y difundir las músicas populares de nuestro entorno. Enhorabuena.
*Jessica
Gottfried Hesketh y Ricardo Téllez Girón López. Tras los pasos de Roberto
Téllez Girón Olace. CONACULTA. Secretaría de Cultura de Puebla. 2010. 350
pp.
1 Citado por José Joaquín Blanco en Se llamaba Vasconcelos. FCE. 1977.
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