(Texto de la hoja de sala de la Instalación Lhkuyat, de Guillermina Ortega, inaugurada
el 23 de febrero de 2012, en la Capilla del Edificio Sede del Instituto
Veracruzano de la Cultura, en Veracruz, Ver.).
Lhkuyat, Instalación de Guillermina Ortega.
Por Óscar Hernández Beltrán
Si alguna, la función del arte es reintegrarnos a
nuestra condición humana, al “olvidado asombro de estar vivos” que decía
Octavio Paz. La obra de Guillermina Ortega cumple puntualmente este designio.
Para conseguirlo, acude a la fuerza primigenia de la cultura indígena, a la
energía vital de sus mujeres, a la pasmosa capacidad que éstas poseen de
dialogar con la naturaleza.
Guillermina ha descubierto que la rutina anónima y
aparentemente intrascendente que llevan a cabo las creadoras indígenas
tradicionales al elaborar sus piezas es, en realidad, la puesta en juego de una
visión compleja del cosmos, un diálogo con el universo. Se ha dado cuenta,
además, de que tal coloquio es consecuencia de un conjunto de certezas heredadas,
conforme a las cuales sólo es posible obtener el don de transformar
adecuadamente la materia si se mantiene
una actitud de profundo respeto, de franca veneración ante los elementos; de que únicamente este talante posibilita la adecuada metamorfosis
del universo. Ha advertido, en suma, el carácter esencialmente ritual de la
creación indígena.
Tales hallazgos le han impuesto la necesidad de
devolver su sentido original a la representación simbólica de la naturaleza, con el ánimo de develar,
para ella misma y para todos nosotros, el impulso primero de las cosas que nos
rodean. Dicha empresa la compromete a solventar dos tareas fundamentales: la
armonización de elementos aparentemente dispares y la integración de un nuevo
orden que resulte, a la vez, atingente y revelador.
En la primera de estas faenas podemos encontrar el
sentido fundacional de la labor artística, el viejo e inevitable oficio de elaborar metáforas para revelar el
mundo: vasijas que son vulvas, flores que
son raíces; en la segunda, el adocenamiento preciso de los ingredientes vitales
mediante el establecimiento de un orden específico; la implantación de un
espacio en el que tales imágenes encarnan y se sacralizan: la instalación que guía al visitante al encuentro con las verdades
elementales que constituyen, a un tiempo, nuestro origen y nuestro destino. La
creación de una atmósfera que se convierte en nuestro devenir.
Como sabemos, las revelaciones fundamentales han
sido y serán la materia básica de la producción artística. No obstante, siempre
resulta perturbador advertir la eterna historia del principio. Traer a cuento,
por ejemplo, estos versos del poema Soles,
de Dolores Castro, escritos en 1977, que definieron desde entonces, de manera
diáfana, el sentido de la obra que hoy presenta Guillermina Ortega:
Es tierra, vida, madre:
son los vientres
en donde asoma el rostro de la muerte
y pasa
como ceniza leve
que flota en el agua.
Ceniza que remueve el viento,
que corona al fuego,
que calienta
en el manto de la tierra.
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