(Leído en el Archivo Histórico de Veracruz
el jueves 3 de junio de 2010, en ceremonia de presentación organizada por la
Delegación del INAH en Veracruz. Publicado en Centenarios. Revoluciones Sociales en Veracruz. Año III, No. 17,
julio-agosto, pp. 59-60).
Fiesta y mayordomía en el Istmo veracruzano, de Manuel Uribe.
por Óscar Hernández Beltrán.
Quiero empezar expresando mi profundo
agradecimiento a Manuel Uribe y a las autoridades del Centro INAH Veracruz por
haberme invitado a participar en esta ceremonia de presentación, así como a la
Directora y al equipo de trabajo de este Archivo Histórico, que generosamente
la han albergado.
La publicación de
un libro es siempre motivo de alegría, especialmente cuando se trata de una
obra que contribuye al esclarecimiento y la comprensión de aspectos de la
realidad que, pese a su cercanía y trascendencia, en pocas ocasiones han sido
abordados con el rigor y la seriedad que ameritan, como ocurre en este caso.
Cuando ello sucede, el regocijo mueve a la reflexión en torno a los temas que
la publicación aborda; esto es, genera lecturas y, puesto que la oportunidad me
ha sido dada, quisiera aprovecharla para rendir cuenta brevemente de las
cavilaciones que me ha suscitado el libro de Manuel Uribe que hoy nos reúne.
Abordaré
el tema que de la persistencia de la identidad indígena por medio de las
mayordomías y las fiestas patronales, asunto que, según explica el propio autor,
es la hipótesis central de este libro. Se trata, en efecto de un tema
fundamental, cuya acometida remite necesariamente, creo, al tema de la
globalización de la cultura. En mi opinión la incorporación del término
globalización, de estricto origen económico, al estudio de las identidades no
ha estado exenta de vaguedades y generalizaciones. Por ello conviene precisar,
me parece, tanto su acepción original como la forma en la que se le ha
articulado con la dinámica social y sus representaciones.
Como
es sabido, en su sentido original el término globalización refiere el proceso
mediante el cual las economías locales se integran a la economía mundial
contemporánea, en la que los modos de producción y los movimientos de capital
se configuran a escala planetaria como efecto del papel protagónico asumido por
las empresas trasnacionales, en un contexto de libre circulación de capitales.
La
consecuencia más destacable de dicho fenómeno económico es la implantación
definitiva de la sociedad de consumo; es decir, el establecimiento de un
mercado mundial con pautas estandarizadas para los consumidores de todo el orbe.
Como resultado de este modelo de desarrollo y de sus efectos colaterales, entre
los que destacan los grandes movimientos migratorios, la telefonía celular y
las redes virtuales de comunicación, “el mundo parece estrecharse” y las
poblaciones de todo el planeta parecen compartir los mismos gustos y las mismas
aspiraciones.
De
acuerdo con los agoreros de la devastación cultural, los sectores más
vulnerables ante tal arremetida serían precisamente los grupos indígenas de
todo el planeta, cuyo carácter marginal los convertiría, en virtud de su
dispersión, aislamiento y precariedad, en las primeras víctimas del desastre. Uno
de los aspectos más divertidos y estimulantes del libro de Manuel Uribe que hoy
presentamos es la demostración palpable y palmaria de que tales profecías eran
erróneas.
De su
concienzudo análisis histórico y antropológico resulta claro que, gracias a
su capacidad de adaptación, apropiación
y redistribución de los símbolos y productos de la modernidad, muchos grupos
indígenas han sido capaces no sólo de sobrevivir sino, inclusive, de sacar
ventaja evidente frente a otros grupos, cuando han sabido combinar dichos
símbolos con los elementos característicos de sus tradiciones.
Como
refiere el autor, tal cosa ocurrió en Minatitlán con los grupos indígenas zapotecos que migraron del Istmo de
Tehuantepec a partir de la segunda década de siglo pasado, cuando se inició la
instalación de la refinería de petróleo de aquella ciudad. Gracias a una
afanosa apropiación del espacio territorial a su alcance (que, dicho sea de
paso, fue una de los factores fundamentales del desastre urbano que hoy por hoy
es Minatitlán), al establecimiento de un sistema de abasto de materias primas
para la elaboración de los platillos tradicionales, a la inclusión de los espacios
simbólicos de la ciudad en sus rituales religiosos y a la difusión de sus
fiestas tradicionales entre todo el conglomerado social, los migrantes
zapotecos lograron conservar y
revitalizar sus tradiciones. En dicho logro jugó un papel fundamental el sistema
de cargos, entre los que sobresale el de Mayordomo, que es la persona
responsable de organizar y financiar, en su turno, las fiestas dedicadas al
santo patrón.
Como
es sabido, el sistema de repartición de cargos entre las sociedades indígenas
es más o menos reciente, ya que fue establecido por las autoridades
eclesiásticas virreinales en etapas ya avanzadas del proceso de colonización.
También sabemos que su estructura fundamental se aviene perfectamente con la
concepción comunal y tributaria que caracterizaba a las sociedades
prehispánicas, al grado de que tal vez en ella resida la explicación central
del intercambio que se lleva a cabo, durante el ejercicio de las mayordomías, de
bienes tangibles, como el dinero o las posesiones, por bienes intangibles, como
el prestigio social o el respeto de la familia.
Del
cuidadoso análisis de esta institución entre los migrantes zapotecos de
Minatitlán queda claro que la compleja estructura de las mayordomías y su
estricto sistema de jerarquías, funcionan perfectamente como procesos de
iniciación, desarrollo y maduración de grupos e individuos que, al tiempo que
garantizan la continuidad de las prácticas y las creencias que caracterizan e
identifican al grupo, sirven también como plataforma de lanzamiento y capacitación
de liderazgos que resultan efectivos no sólo entre la propia comunidad migrante,
sino que además alcanzan a proyectarse en los espacios sociales disponibles en
los ámbitos regionales, estatales e, inclusive, nacionales.
Todo
ello ocurre, insistimos, gracias a un asombroso proceso de apropiación de los
espacios simbólicos de la modernidad, en virtud del cual las enramadas que
sirven como escenarios de las fiestas en el terruño de origen son sustituidas
por enormes galpones de cemento, acero y lámina de zinc en la urbe petrolera y
los objetos de barro que tradicionalmente se repartían entre los invitados son
reemplazados por cubetas y coladeras de plástico. Lo importante, en todo caso,
es que las instituciones y las prácticas tradicionales se mantienen y que ellas
constituyen el basamento en el que descansa la identidad comunitaria del grupo.
Un
elemento clave en este proceso de sobrevivencia lo constituyen indudablemente
los jóvenes, ya que de su apego a las tradiciones heredadas dependerá en el
futuro la sobrevivencia de las tradiciones de la etnia y, con ella, de la
identidad comunitaria. En este punto, el panorama parece en un principio desolador
ya que, como explica Manuel Uribe, la mayoría de los jóvenes indígenas prefiere
tomar distancia ante las prácticas cotidianas de la comunidad y no tiene ningún
empacho en migrar al extranjero, al tiempo que prefiere dedicar su tiempo y sus
afanes a tareas muy distintas a las que ocupan a la organización familiar.
No
obstante este panorama parece ser, de acuerdo con el autor, nuevamente engañoso
ya que sus observaciones le permitieron advertir el esfuerzo que realizan las
adolescentes mazatecas por tomar parte de las fiestas y, como ejemplo, refiere
el caso de una joven dependienta de
tienda de ropa empeñada en memorizar un parlamento que debería expresar en
mazateco durante la realización de una fiesta patronal a efectuarse en
Coatzacoalcos. Al analizar este caso, hace ver que el costo de una indumentaria
tradicional del Istmo de Tehuantepec resulta demasiado alto para los ingresos
de una empleada de su tipo. Los jóvenes mazatecos, pese a todo, parecen estar
decididos a participar en el sistema de distribución de cargos que conlleva la
celebración de las fiestas tradicionales.
Así
parecen indicarlo, también algunos
estudios recientemente publicados. Entre los que conozco quisiera destacar uno
que me parece característico y que traigo a cuento porque parece confirmar los
planteamientos que sobre este tema se esbozan en Fiesta y mayordomía en el Istmo veracruzano. Se trata del estudio
“Consumo cultural y globalización entre los jóvenes mayas de Yucatán”[1].
En dicho artículo advierten sus autores que los jóvenes mayas tienden a
asimilar las pautas de consumo de la cultura hegemónica occidental con las
precariedades a las que los condena sus condiciones de marginación. Destacan,
por ejemplo, que la mayoría de los adolescentes que cursan el bachillerato
tiene acceso a Internet, pero muy pocos lo tienen a la televisión de paga, por
lo que su percepción de los íconos de la moda resulta en ocasiones fragmentada
o incompleta. Aún así, cuando fueron interrogadas acerca de las figuras con las
que les gustaría ser identificadas, la mayoría de las jóvenes mencionó a íconos
de la cultura de masas, como Britney Spears o Shakira. Llama la atención,
además, el hecho de que muy pocos de los jóvenes se sintieran atraídos por la
música conocida como ranchera o campirana, y que sus preferencias se orientaran
hacia la interpretada por figuras como Thalía o Paulina Rubio.
Todo
parecería indicar, entonces, que los efectos de la globalización han sido
devastadores entre los jóvenes indígenas mexicanos, en lo que hace a su
identidad cultural. El asunto, sin embargo, no parece ser tan sencillo: cuando
los mismos jóvenes fueron interrogados acerca de la importancia que le
concedían a las prácticas rituales de su cultura tradicional, la mayoría
manifestó que guardaban para ellos una gran importancia, y que participaban
activamente en los trabajos de su preparación y desarrollo. Casi todos se reservaban
un rol muy bien determinado en celebraciones como las de días de muertos y se
manifestaban orgullosos de dichas tradiciones y de los papeles que en ellas les
tocaba representar. Concluyen entonces los estudiosos: “Como puede verse
en este primer acercamiento de lo que sucede con los jóvenes en Yaxcabá,
Yucatán, en ellos están presentes tanto las tendencias a la homogenización y la
globalización, como las locales que se orientan hacia la reproducción de la
cultura propia. Visto sólo el ámbito del consumo -tanto de bienes culturales
(como la música, la televisión y el cine), como de ropa y productos
industrializados-, hay cada vez más un parecido entre todos los jóvenes que
comparten los mismos bloques comerciales hegemónicos: en este caso los monopolizados
por Estados Unidos”.
Todo parece indicar entonces que la
adaptabilidad de las manifestaciones de las culturas indígenas mexicanas está asegurada
para los próximos años, lo que no significa que no debamos preocuparnos por las
enormes pérdidas y transformaciones que los embates de las culturas hegemónicas
les obligan a realizar. Estudios como el que celebramos hoy nos permitirán
entender mejor estos intrincados procesos y contribuir, en la medida de
nuestras posibilidades, al enorme, milagroso esfuerzo que realizan los pueblos
indígenas de México por preservar su identidad, su dignidad, su diversidad y su
riqueza. Brindemos por ello y por la aparición de este libro de Manuel Uribe.
[1] Pérez Ruiz, Maya Lorena. y
Arias Reyes, Luis Manuel. “Consumo cultural y globalización entre los jóvenes
mayas de Yucatán” en: Arizpe, Lourdes (coord.). Retos culturales de México frente a la globalización. México. H.
Cámara de Diputados, LIX Legislatura. Miguel Ángel Porrúa, librero-editor.
2006. p. 325-352.
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