lunes, 18 de marzo de 2013

Fiesta y mayordomía en el Istmo veracruzano, de Manuel Uribe.


(Leído en el Archivo Histórico de Veracruz el jueves 3 de junio de 2010, en ceremonia de presentación organizada por la Delegación del INAH en Veracruz. Publicado en Centenarios. Revoluciones Sociales en Veracruz. Año III, No. 17, julio-agosto, pp. 59-60).

Fiesta y mayordomía en el Istmo veracruzano, de Manuel Uribe.
por Óscar Hernández Beltrán.

Quiero empezar expresando mi profundo agradecimiento a Manuel Uribe y a las autoridades del Centro INAH Veracruz por haberme invitado a participar en esta ceremonia de presentación, así como a la Directora y al equipo de trabajo de este Archivo Histórico, que generosamente la han albergado.

La publicación de un libro es siempre motivo de alegría, especialmente cuando se trata de una obra que contribuye al esclarecimiento y la comprensión de aspectos de la realidad que, pese a su cercanía y trascendencia, en pocas ocasiones han sido abordados con el rigor y la seriedad que ameritan, como ocurre en este caso. Cuando ello sucede, el regocijo mueve a la reflexión en torno a los temas que la publicación aborda; esto es, genera lecturas y, puesto que la oportunidad me ha sido dada, quisiera aprovecharla para rendir cuenta brevemente de las cavilaciones que me ha suscitado el libro de Manuel Uribe que hoy nos reúne.

Abordaré el tema que de la persistencia de la identidad indígena por medio de las mayordomías y las fiestas patronales, asunto que, según explica el propio autor, es la hipótesis central de este libro. Se trata, en efecto de un tema fundamental, cuya acometida remite necesariamente, creo, al tema de la globalización de la cultura. En mi opinión la incorporación del término globalización, de estricto origen económico, al estudio de las identidades no ha estado exenta de vaguedades y generalizaciones. Por ello conviene precisar, me parece, tanto su acepción original como la forma en la que se le ha articulado con la dinámica social y sus representaciones.

Como es sabido, en su sentido original el término globalización refiere el proceso mediante el cual las economías locales se integran a la economía mundial contemporánea, en la que los modos de producción y los movimientos de capital se configuran a escala planetaria como efecto del papel protagónico asumido por las empresas trasnacionales, en un contexto de libre circulación de capitales.

La consecuencia más destacable de dicho fenómeno económico es la implantación definitiva de la sociedad de consumo; es decir, el establecimiento de un mercado mundial con pautas estandarizadas para los consumidores de todo el orbe. Como resultado de este modelo de desarrollo y de sus efectos colaterales, entre los que destacan los grandes movimientos migratorios, la telefonía celular y las redes virtuales de comunicación, “el mundo parece estrecharse” y las poblaciones de todo el planeta parecen compartir los mismos gustos y las mismas aspiraciones.

De acuerdo con los agoreros de la devastación cultural, los sectores más vulnerables ante tal arremetida serían precisamente los grupos indígenas de todo el planeta, cuyo carácter marginal los convertiría, en virtud de su dispersión, aislamiento y precariedad, en las primeras víctimas del desastre. Uno de los aspectos más divertidos y estimulantes del libro de Manuel Uribe que hoy presentamos es la demostración palpable y palmaria de que tales profecías eran erróneas.

De su concienzudo análisis histórico y antropológico resulta claro que, gracias a su  capacidad de adaptación, apropiación y redistribución de los símbolos y productos de la modernidad, muchos grupos indígenas han sido capaces no sólo de sobrevivir sino, inclusive, de sacar ventaja evidente frente a otros grupos, cuando han sabido combinar dichos símbolos con los elementos característicos de sus tradiciones. 

Como refiere el autor, tal cosa ocurrió en Minatitlán con los grupos  indígenas zapotecos que migraron del Istmo de Tehuantepec a partir de la segunda década de siglo pasado, cuando se inició la instalación de la refinería de petróleo de aquella ciudad. Gracias a una afanosa apropiación del espacio territorial a su alcance (que, dicho sea de paso, fue una de los factores fundamentales del desastre urbano que hoy por hoy es Minatitlán), al establecimiento de un sistema de abasto de materias primas para la elaboración de los platillos tradicionales, a la inclusión de los espacios simbólicos de la ciudad en sus rituales religiosos y a la difusión de sus fiestas tradicionales entre todo el conglomerado social, los migrantes zapotecos  lograron conservar y revitalizar sus tradiciones. En dicho logro jugó un papel fundamental el sistema de cargos, entre los que sobresale el de Mayordomo, que es la persona responsable de organizar y financiar, en su turno, las fiestas dedicadas al santo patrón.

Como es sabido, el sistema de repartición de cargos entre las sociedades indígenas es más o menos reciente, ya que fue establecido por las autoridades eclesiásticas virreinales en etapas ya avanzadas del proceso de colonización. También sabemos que su estructura fundamental se aviene perfectamente con la concepción comunal y tributaria que caracterizaba a las sociedades prehispánicas, al grado de que tal vez en ella resida la explicación central del intercambio que se lleva a cabo, durante el ejercicio de las mayordomías, de bienes tangibles, como el dinero o las posesiones, por bienes intangibles, como el prestigio social o el respeto de la familia.

Del cuidadoso análisis de esta institución entre los migrantes zapotecos de Minatitlán queda claro que la compleja estructura de las mayordomías y su estricto sistema de jerarquías, funcionan perfectamente como procesos de iniciación, desarrollo y maduración de grupos e individuos que, al tiempo que garantizan la continuidad de las prácticas y las creencias que caracterizan e identifican al grupo, sirven también como plataforma de lanzamiento y capacitación de liderazgos que resultan efectivos no sólo entre la propia comunidad migrante, sino que además alcanzan a proyectarse en los espacios sociales disponibles en los ámbitos regionales, estatales e, inclusive, nacionales. 

Todo ello ocurre, insistimos, gracias a un asombroso proceso de apropiación de los espacios simbólicos de la modernidad, en virtud del cual las enramadas que sirven como escenarios de las fiestas en el terruño de origen son sustituidas por enormes galpones de cemento, acero y lámina de zinc en la urbe petrolera y los objetos de barro que tradicionalmente se repartían entre los invitados son reemplazados por cubetas y coladeras de plástico. Lo importante, en todo caso, es que las instituciones y las prácticas tradicionales se mantienen y que ellas constituyen el basamento en el que descansa la identidad comunitaria del grupo.

Un elemento clave en este proceso de sobrevivencia lo constituyen indudablemente los jóvenes, ya que de su apego a las tradiciones heredadas dependerá en el futuro la sobrevivencia de las tradiciones de la etnia y, con ella, de la identidad comunitaria. En este punto, el panorama parece en un principio desolador ya que, como explica Manuel Uribe, la mayoría de los jóvenes indígenas prefiere tomar distancia ante las prácticas cotidianas de la comunidad y no tiene ningún empacho en migrar al extranjero, al tiempo que prefiere dedicar su tiempo y sus afanes a tareas muy distintas a las que ocupan a la organización familiar.

No obstante este panorama parece ser, de acuerdo con el autor, nuevamente engañoso ya que sus observaciones le permitieron advertir el esfuerzo que realizan las adolescentes mazatecas por tomar parte de las fiestas y, como ejemplo, refiere el caso de  una joven dependienta de tienda de ropa empeñada en memorizar un parlamento que debería expresar en mazateco durante la realización de una fiesta patronal a efectuarse en Coatzacoalcos. Al analizar este caso, hace ver que el costo de una indumentaria tradicional del Istmo de Tehuantepec resulta demasiado alto para los ingresos de una empleada de su tipo. Los jóvenes mazatecos, pese a todo, parecen estar decididos a participar en el sistema de distribución de cargos que conlleva la celebración de las fiestas tradicionales. 

Así parecen indicarlo, también  algunos estudios recientemente publicados. Entre los que conozco quisiera destacar uno que me parece característico y que traigo a cuento porque parece confirmar los planteamientos que sobre este tema se esbozan en Fiesta y mayordomía en el Istmo veracruzano. Se trata del estudio “Consumo cultural y globalización entre los jóvenes mayas de Yucatán”[1]. En dicho artículo advierten sus autores que los jóvenes mayas tienden a asimilar las pautas de consumo de la cultura hegemónica occidental con las precariedades a las que los condena sus condiciones de marginación. Destacan, por ejemplo, que la mayoría de los adolescentes que cursan el bachillerato tiene acceso a Internet, pero muy pocos lo tienen a la televisión de paga, por lo que su percepción de los íconos de la moda resulta en ocasiones fragmentada o incompleta. Aún así, cuando fueron interrogadas acerca de las figuras con las que les gustaría ser identificadas, la mayoría de las jóvenes mencionó a íconos de la cultura de masas, como Britney Spears o Shakira. Llama la atención, además, el hecho de que muy pocos de los jóvenes se sintieran atraídos por la música conocida como ranchera o campirana, y que sus preferencias se orientaran hacia la interpretada por figuras como Thalía o Paulina Rubio.

Todo parecería indicar, entonces, que los efectos de la globalización han sido devastadores entre los jóvenes indígenas mexicanos, en lo que hace a su identidad cultural. El asunto, sin embargo, no parece ser tan sencillo: cuando los mismos jóvenes fueron interrogados acerca de la importancia que le concedían a las prácticas rituales de su cultura tradicional, la mayoría manifestó que guardaban para ellos una gran importancia, y que participaban activamente en los trabajos de su preparación y desarrollo. Casi todos se reservaban un rol muy bien determinado en celebraciones como las de días de muertos y se manifestaban orgullosos de dichas tradiciones y de los papeles que en ellas les tocaba representar. Concluyen entonces los estudiosos: “Como puede verse en este primer acercamiento de lo que sucede con los jóvenes en Yaxcabá, Yucatán, en ellos están presentes tanto las tendencias a la homogenización y la globalización, como las locales que se orientan hacia la reproducción de la cultura propia. Visto sólo el ámbito del consumo -tanto de bienes culturales (como la música, la televisión y el cine), como de ropa y productos industrializados-, hay cada vez más un parecido entre todos los jóvenes que comparten los mismos bloques comerciales hegemónicos: en este caso los monopolizados por Estados Unidos”. 

Todo parece indicar entonces que la adaptabilidad de las manifestaciones de las culturas indígenas mexicanas está asegurada para los próximos años, lo que no significa que no debamos preocuparnos por las enormes pérdidas y transformaciones que los embates de las culturas hegemónicas les obligan a realizar. Estudios como el que celebramos hoy nos permitirán entender mejor estos intrincados procesos y contribuir, en la medida de nuestras posibilidades, al enorme, milagroso esfuerzo que realizan los pueblos indígenas de México por preservar su identidad, su dignidad, su diversidad y su riqueza. Brindemos por ello y por la aparición de este libro de Manuel Uribe.




[1] Pérez Ruiz, Maya Lorena. y Arias Reyes, Luis Manuel. “Consumo cultural y globalización entre los jóvenes mayas de Yucatán” en: Arizpe, Lourdes (coord.). Retos culturales de México frente a la globalización. México. H. Cámara de Diputados, LIX Legislatura. Miguel Ángel Porrúa, librero-editor. 2006. p. 325-352.

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